Cartas Paulinas

Segunda Carta de los Corintios.

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

I.- INTRODUCCIÓN GENERAL

 

            Las dos cartas a la comunidad cristiana de Corinto son dos escritos clásicos de circunstancias, para resolver problemas y situaciones concretas.

            San Pablo había llegado a Corinto, capital de la provincia romana de Acaya,  a primeros del año 51 d.C., débil, tímido y tembloroso" (1 Cor 2,3), tras haber fracasado en su intento de evangelizar en Atenas y, según el libro de los Hechos 18, 1-18, anunció allí el Evangelio durante año y medio dejando a su marcha una comunidad cristiana numerosa y floreciente, activa y ferviente, pero al mismo tiempo con una serie de problemas. Pero el ambiente de Corinto, propicio a todo tipo de excesos y desmanes iba a ocasionar muchas dificultades al desenvolvimiento de la joven comunidad. Pablo evangelizó Corinto después en otras tres ocasiones.

El origen de Corinto,"bimaria", entre dos mares, como la desig­nan Horacio y Ovidio, se remonta el s. IX a. C. Alcanza su apogeo en los siglos VI y V a. C. y es arrasada por el general romano Lucio Mummio en el a. 146 a. C. En el a. 44 a. C., Julio Cesar la reconstruye y a partir del a. 27 a. C. se convierte en la provincia de Acaya.

Religiosamente, se daban en ella todos los cultos del Mediterráneo: divinidades griegas, romanas y orientales tenían allí sus respectivos santuarios. Era célebre, sobre todo, el de Afrodita, “Pandemos", es decir, "de todo el pueblo".

Corinto era conocida por sus inmoralidades de todo tipo, especialmente por los excesos sexuales, hasta el punto de que "corin­tizar" era sinónimo de los abusos sexuales. Se ejercía la prosti­tución sobre todo en nombre y en honor de Afrodita, a cuyo ser­vicio estaban más de 1.000 prostitutas.

Ninguna comunidad causó a Pablo tantos quebraderos de cabeza y con ninguna mantuvo una comunicación tan rica e intensa como con la de Corinto. Se nos han conservado dos cartas dirigi­das por Pablo a los corintios, pero es seguro que fueron más. De otras dos a los corintios y de una de los corintios a Pablo, tenemos probables referencias en 1 Cor 5,9-13; 7,1; 2 Cor 2, 3-4.9

            San Pablo, que se encuentra en Éfeso, se entera de los problemas y comienza un conjunto de misivas, de las que nos han llegado dos.

            Por lo que las cartas, tienen la estructura condicionada por las circunstancias que la motivaron.

 

1. Composición de la Segunda Carta a los Corintios

 

            Prácticamente nadie duda de la autenticidad paulina de la 1ª y 2ª cartas a los Corintios, salvo en pequeños fragmentos. Y, en torno a la Primera, las dudas son casi inexistentes.

            La unidad de 2 Cor no es segura. Puede ser, en su estado actual, el resultado de fundir varias cartas que San Pablo fue enviando sucesivamente a los Corintios. Podría ser lo siguiente:

 

HIPOTESIS SOBRE LA COMPOSICION DE SEGUNDA CORINTIOS

Carta 1ª

verano 56

Carta

"en medio de muchas lágrimas"

(principio 57)

Carta de

Reconciliación

(otoño 57)

Carta sobre la Colecta y suplemento reconciliación

Cartacon instrucciones sobre la

colecta

2Cor 2,14-7,4

2Cor 10-13

2Cor 1,1-2 y

         7,5-16

2Cor 8

2Cor 9

-Defiende su misión apostólica y

-Desenmascara a los falsos profetas

-Batalla contra los superapóstoles y la misma comunidad

-Reconciliación ante el cambio de la comunidad

-Suplemento de la reconciliación y sobre la colecta para Jerusalén

Instrucciones sobre la colecta

 

            .Una carta se conservaría en 2Cor 2, 14-7, 4

            .Otra será 2Cor 10-13, "en medio de muchas lágrimas"

            .Una más de reconciliación puede ser 2Cor 1, 1-2,14 y 7, 5-16

            .Otra que sería 2Cor 8 y da por supuesta la plena reconciliación con la comunidad

            .Y por último, en 2Cor 9 dando instrucciones con motivo de la colecta.

 

            Parece que esta segunda es "la más enigmática de las cartas del apóstol". Por consiguiente, los argumentos aducidos por los investigadores no son definitivamente convincentes, tantas dificultades presenta la hipótesis de la unidad como la de la fragmentación.

            Pablo había retrasado algún tanto su salida de Éfeso, proyectada para las fiestas de Pentecostés (cf. 1 Cor 16,8), debido a los inciden­tes que motivaron su rápido viaje por mar a Corinto. Es una carta sumamente personal en la que Pablo, ante los ata­ques de que era objeto por parte de los agitadores judaizantes, de­fiende su modo de proceder, encarándose con los adversarios y manifestando ante los fieles cuáles habían sido los verdaderos mó­viles de su actuación.

 

II. ESTRUCTURA Y CONTENIDO

           

Introducción (1,1-11).Saludo epistolar y acción de gracias.

 

I.   Apología de Pablo y de su apostolado (1,12-7,16).

                     a) No ha habido doblez ni ligereza en su modo de proceder (1,12-2,17)

            b) La gloria del ministerio apostólico, del que él está investido (3,1-6,10).

                     c) Vibrante exhortación a la plena unión de corazones con él, y alegría por las                noticias que en este sentido le trajo Tito (6,11-7,16).

II.    La colecta en favor de los fieles de Jerusalén (8,1-9,15).

            a) Llamada a la generosidad de los corintios (8,1-15).

            b) Recomendación de Tito y de sus dos compañeros (8,16-24).

            c) Grandes beneficios que se derivan de la limosna (9,1-15).

III.   Pablo y sus adversarios (10,1-13,10).

            a) Réplica a las acusaciones de debilidad y de ambición (10,1-18).

            b) Sus títulos de gloria (11,1-12,18).

            c) Severas advertencias a los obstinados (12,19-13,10).

 

Epílogo (13,11-13) Recomendaciones  y bendición final.

 

            Este esquema comprende la carta íntegramente, es decir, tal como se conserva en nuestras ediciones de la Biblia y en todos los códices y manuscritos, incluso los más antiguos. Sin embargo, diversos críticos (Hausrath, Pfleiderer, Vól­ter, Kennedy, Krenkel, Windisch) niegan la unidad de la carta, sobre creencia de que ha sido compuesta a base de fragmentos de otras cartas.

            En efecto, las razones alegadas son consistentes y presentan un problema muy delicado. No se trata propiamente de discutir el origen paulino de la carta, que incluso esos críticos admiten, sino de cerciorarse si así la redactó San Pablo o se formó con fragmen­tos de otras cartas más antiguas.

       Nuestra opinión es que no se hallan razones suficientes para abandonar la tesis tradicional. No hay indicio alguno contra la unidad de la carta; por lo demás, toda ella pre­senta un plan homogéneo, ordenado a conseguir la plena recon­ciliación del Apóstol con la comunidad cristiana de Corinto.

 

1. Contenidos doctrinales

 

La carta manifiesta vivamente la grandeza del alma paulina en el aspecto humano y sobrenatural. Al ser atacado y tildado de voluble, se defiende expresando los diversos senti­mientos que le agitaban, con un colorido y dramatismo difíciles de superar. Le atacan el ser débil (10,1-3) y él les replica que prefiere usar las armas espirituales sigui­endo el ejemplo de Jesucristo, manso y humilde de corazón (Mt 11,29).

El tema central es su legitimidad de após­tol. Se presenta como apóstol, siervo, testigo, mensajero de Cris­to y su embajador (5,20). Él mismo entabla la defensa de su ministerio apostólico, de que se considera investido. Al encararse con sus adversarios, los judaizantes, celadores de la ley judía, que no toleraban la predicación de un evangelio liberador y libre frente a la ley, explica su conducta y al exhortar a los fieles a que vivan plenamente la vida cristia­na, su tesis permanece firme: es apóstol de Jesucristo y heraldo de la verdad, con todas las dificultades y toda la gloria que ello comporta: fatigas apostólicas en medio de peligros (11,16-33); fla­gelaciones, lapidaciones, sufrimientos morales. Revelaciones ce­lestes, visiones, arrebatos, éxtasis. Todo esto es lo que Dios le ha dado. Por su parte, sólo destaca sus debilidades.

Le atacan el no ser pneumático y Pablo les responde: vivi­mos en la carne, en el mundo, en el propio ambiente, como un ciudadano normal; no militamos en la carne, no nos dejamos atra­par por el mundo como poder antidivino; en la milicia cristiana las armas utilizadas no son carnales, sino el poder sobrehumano de Dios. La doctrina expuesta es aplicable a todos y de manera muy particular para los pastores de almas, que habrán de vivir circunstancias análogas. Así, dice: «Sean dadas gracias a Dios, que en todo tiempo nos hace triunfar en Cristo y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento» (2,14). Detrás de los predicadores del Evangelio están Dios y Cristo, que son quienes fundamentan el origen de su apostolado y quienes les impulsan y sostienen en sus trabajos, para que como enviados o «embajadores» suyos (5,20), sin peligro de desfallecimiento y hasta con alegría, hagan llegar a todos los hombres la obra divina de reconciliación, inaugurada con la muer­te y resurrección de Cristo (cf. 1,21-22; 4,1-6; 5,11-20; 10,4-5). En cuan­to al "aguijón de la carne" probablemente se trate de una enferme­dad psíquica que le producía depresiones.

            Para San Pablo, el agente principal de toda obra apostólica es Dios, y a los ministros y cooperadores de Dios, únicamente se les exige fidelidad a la misión encomendada, sin que sean los fieles los que deban juzgarlos (cf. 1 Cor 3,5-4,13). Pablo continua y completa la obra de Cristo (1,18.22). Su vida es un amén al compromiso con Dios. Insiste luego, en los desvíos del ministerio apostólico que hacían esos «pseudo­apóstoles» de origen judío que le atacaban (11,13), expresa a modo de midrash, con el apoyo de un pasaje del Éxodo, la inmen­sa superioridad de los ministros o servidores de la Nueva Alianza sobre los de la Antigua (3,6-18). Este parangón entre antigua y nueva economía religiosa, es asunto nuclear en su teología (cf. Gál 3,1-5,23; Rom 4,1-8,15). Dice de modo gráfico, que la antigua es «letra que mata», mientras que la nueva es «espíritu que da vida« (3,6). El término «espíritu» (pneuma), que repite hasta seis veces en el pasaje (v.6.8. 17.18), es uno de sus predilectos; con frecuencia, lo aplica a la persona del Espíritu Santo, llama­do también Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo, pero también lo usa para designar el espíritu del hombre (2,13; 7,13; 1Cor 2,11; 16,18), esa parte más íntima de la persona humana, que es campo de acción del Espíritu Santo en el hombre, pues, San Pablo ve siempre la economía religiosa cristiana influen­ciada y penetrada de la acción del Espíritu; de ahí que sea «espíritu que da vida» (3,6), y de ahí la grandeza de los ministros de la Nueva Alianza.

Respecto al ministerio cristiano, Pablo habla de la debilidad forta­leza, esa paradoja que habrá de llenar la vida de todo apóstol de Cristo. Ya, en 1 Cor, habla Pablo del papel y la misión del apóstol en la comunidad cristiana; pero en 2 Cor el asunto se convierte en central: declara vehementemente las paradojas que encierra el ministerio apostólico. Sin duda, la frase clave se halla en 2 Cor 4, 7: "Llevamos un tesoro en vasijas de barro". Es la desproporción entre el contenido, el tesoro, la gloria, el evangelio, y el continente, el apóstol, débil, sufriente, perseguido. Así se acentúa que la eficacia del Evangelio se debe al poder de Dios.

            Un tesoro inapreciable es ser depositarios del Evangelio de Cristo. Cristo es el mediador de la reconciliación entre Dios y los hombres, pero al apóstol “se le ha confiado este ministerio de reconciliación” (2Cor 5,18). La grandeza del ministerio apostólico radica en que el apóstol ha sido asociado a la obra salvífica de Dios en Cristo. La misión del apóstol prosigue y completa la misión de Cristo (2 Cor 1, 18.22). Su centro de gravedad tiene que ser siempre Cristo. "¿Quién estará a la altura de tamaña responsabilidad?".

Y "vasijas de barro" porque con la grandeza del ministerio apostólico contrasta la realidad del soporte humano, frágil, débil y quebradizo. La imagen no se refiere sólo a la fragilidad del cuerpo, sino al hombre entero en su condición de mortal. La fuerza y la eficacia del ministerio apostólico radica en que los anunciadores del evangelio, a pesar de sus limitaciones, "van reproduciendo en su cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que en ese mismo cuerpo resplandezca la vida de Cristo" (2 Cor 4, 10). Este continuo trance de muerte del apóstol es fuente de vida para los demás. "Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2Cor 12, 9). La debilidad, por la fuerza de Dios, se hace fortaleza.

Precisamente, ante el desgaste en el trabajo de apóstol y previendo cercana su muerte sin que haya llegado la parusía del Señor, Pablo expresa su pensamiento so­bre la vida de ultratumba, esa etapa entre la muerte y la resurrección gloriosa al final de los tiempos a que vuelve a aludir en Fil 1,21-23.

 

2. La muerte y la resurrección gloriosa

 

            Refiriéndose a la vida de ultratumba, el Apóstol fija la atención en el tiempo de la resurrec­ción corporal en la parusía, en que el hombre conseguirá plenamente su «salvación». En esta carta a los Corin­tios, el Apóstol, en su viejo anhelo de que la parusía le coja en vida y así ser «revestido» sin haber sido «desnudado», es decir, llegar a la transformación gloriosa de nuestro ser carnal sin haber pasado por la muerte (5,1-5).

            San Pablo admite quedar «desnudo» si la pa­rusía tarda, en tal caso, prefiere morir, a fin de «estar presente con el Señor» (5,6-9). Afirmación básica que revela exactamente el pensamiento de Pablo sobre la vida de ultratumba. Idea que para la mentalidad griega, como los corintios, era fácilmente enten­dible. Entre los griegos, y, en particular, para los platónicos, el alma, de naturaleza espiritual e inmortal, era el habitáculo del verdadero valor del hombre y con la muerte se liberaba del cuerpo, partiendo hacia Dios, libre ya de todos los trabajos y penalidades que su encierro en el cuerpo suponía. Pablo expone simplemente que, con la muer­te, se logra «estar con el Señor», lo cual es mucho me­jor que «vivir» acá en la tierra, «lejos» o «ausentes» del Señor.

            Por otra parte, siendo Pablo semita, resulta que, con tal visión rígidamente unitaria del hombre, era impen­sable un estado de felicidad sin el cuerpo. Es un dilema difícil, si se encasilla a Pablo en una concepción antropológica puramente semita. Pero él no está maniatado por ninguna concepción antropológica; no concibe la muerte como aniquilación total del hombre, ni como disminución de su existencia, reducido a algo umbrátil, estado de «dormición» o somnolencia, tipo «sheol» judío. La fe le dicta que, mientras el cuerpo sigue reducido a polvo espe­rando la resurrección, algo del hombre sigue vivo, vida que le per­mite la dicha «junto al Señor». Es, pues, la idea de un alma de naturaleza espiritual, inmortal, que constituye el com­ponente fundamental del hombre. El contexto de su expresión presupone ciertamente la existencia de un substrato espiritual subsistente, que constituye lo más íntimo y fundamental del hombre, y que permanece tras la muerte. Según Cerfaux, esta «noción de alma, indicada con los térmi­nos yuch y pneuma se hallaba difundida en los tiempos neotestamentarios. San Lucas la expresa en términos griegos (Act 20,10; Lc 12,20); se encuentra en la literatura apócrifa y en el rabinismo; es concepción básica en la doctrina de la inmortalidad. Así pues, en el Pa­blo semita, ese dualismo, latente de la antropología ju­día, aparece muy acentuado y próximo al dualismo griego.

            En efecto, San Pablo, que hace ya tiempo vive en estrecho contacto con la cultura griega, al afirmar la «supervivencia» junto a Cristo después de la muerte, está pensando en su concepción del «hombre exterior» que se va desgastando con las penalidades apostólicas, mien­tras que el «interior se va renovando y fortificando «día tras día» (4,16), frases que, en opinión de J. Héring, «podrían estar escritas por Filón o cualquier otro platónico». Hombre «exte­rior», indica el aspecto caduco, mortal y visible, que se va debilitando y acabando con las fatigas apostólicas (4,8-11; 12,15); y el hombre «interior», señala el «yo» profundo e invisible del hombre, abierto a la gracia divina, y en continuo avance de crecimiento hasta su culminación en la gloria eterna del Padre. En su pensamiento, la noción de «hombre interior» puede ser análoga a la de «inteligencia», esa faceta más elevada del hombre con que juzga rectamente las cuestiones morales. Es una aproximación a la teoría platónica, incluso terminoló­gica, y al dualismo griego. Ello no se opone a la concepción unitaria del hombre y al hecho de  que es el hombre quien muere y es el hombre el que encontrará la salvación.

 

3. La gran colecta para los fieles de Jerusalén (Cap 8-9).

 

San Pablo recomienda vivamente a los corintios la colecta a favor de los fieles de Jerusalén. Él le concedía una gran importancia. Esta colecta no la organizó sólo en Corinto, sino también en las otras iglesias que había fundado. Pretendía, sin duda, además de acudir en ayuda de auténticas necesidades materiales, presentar una prueba tangible de que las iglesias fundadas por él no eran algo aparte, disgregadas de la Iglesia Madre, como propalaban sus adversarios judaizantes. Había y buscaba la continuación de una perfecta unión fraterna entre todas. Por ello, expresa, ante las calumnias lanzadas contra él, el temor de que, en Jerusalén, no le acepten la recaudación (cf. Rom 15,30-31).

Así pues, la colecta a favor de los "santos" de Jerusalén estaba justificada y respondía a suficientes razones:

La necesidad extrema de aquella comunidad (He 11,27-30) es una razón sociológica: la precariedad económica de los hermanos. (Cf Gál 2,10).

Razón pastoral: la colecta es una de las formas más claras y concretas de ejercitar la comunión; compartirlo todo con los hermanos.

 Razón teológica: Pablo presenta la colecta como demostra­ción de su plena unión con la Iglesia de Jerusalén y con los Doce.

 

4. Apología y breve epílogo (12,11-13,13):

 

            Él mismo hace su Apología. La razón de su defensa es salvar la comunidad, no salvaguardar su prestigio personal. «Pues, en nada fui inferior a otros apóstoles, aunque nada soy». He aquí, la grandeza y la enorme talla de San Pablo, la verdadera inteligencia y la auténtica santidad que reconoce la verdad siempre y en todo momento: no fui inferior y, a la vez, se anonada y muestra su profunda humildad: nada soy. Es el estado místico del alma que, en contacto íntimo con Cristo, alcanza el camino de perfección. El Apóstol, acercándose a la directa contemplación de Dios, llegó hasta el máximo que puede alcanzar un hombre en la vida terrena

            El Apóstol se queja de la pasividad de los corintios, que no han sabido defenderlo frente a las calumnias de los adversarios. Por eso ha tenido que hacerse «el loco», defendiéndose y alabándose él. Y tenían motivos para conocerlo, pues había vivido entre ellos «en mucha paciencia, en señales, y prodigios y milagros» (v.12).

            La única cosa de que podéis quejaros de mí, añade irónicamente el Apóstol, es que no os fui «gravoso», recibiendo de vosotros el sustento, como recibí de algunas otras iglesias (11,9) Y aún recalca la ironía: «perdonadme este agravio». Luego, desechando toda ironía, dice que, al ir ahora a Corinto «por tercera vez» (13,1), piensa seguir con el mismo proceder, y que está dispuesto a «gastarse y desgastarse por el bien de sus almas, aunque ellos cada vez lo amen menos». Expresa así todo el profundo amor que les profesa.

       Al termina la carta, se pudiera referir el conocido adagio latino: ¡Post nubila phoebus! Pues, ciertamente, quería dejar a los corintios un gusto de suave dulzura, después de tantas cosas graves y amargas que les ha dicho. Les exhorta que practiquen siempre la alegría, que busquen la excelencia y la virtud, que tengan un mismo sentir, en la santa unidad, sin divisiones ni discrepancias y Dios estará con ellos (v.11).

       La expresión «ósculo santo» (v. 12), símbolo de la fraternidad cristiana, es señal de la paz y unión por la caridad; el saludo con el beso es hábito corriente entre los judíos (Mt 26,48; Lc 7,45), y luego en la Iglesia y en la liturgia. Los «santos», de quienes manda saludos, son los cristianos de Mace­donia, desde donde escribía la carta (9,2-4).

       El augurio final representa un testimonio explícito del dogma de la S. Trinidad (v.13). Tal vez, sea el único pasaje de las cartas paulinas, en que, con tanta concisión y brevedad, exprese el Apóstol claramente el sagrado dogma; coloca, en un mismo rango de igualdad, a Jesucristo y al Espíritu Santo con Dios Padre, que nos ama y obra, en común, nuestra salud. Su concepción es la de un Dios, que crea y redi­me el mundo por Cristo en el Espíritu.