Los desechados

II. Los niños

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

5.- Su condición

 

            Los niños son los grandes indigentes, los grandes necesitados, los más pobres, pues dependen de los demás de manera absoluta. No pueden valerse por sí mismos, lo necesitan todo.

            El niño carece de todo poder, está siempre disponible para obedecer, para hacer lo que le manden. El niño es el símbolo del servicio; no se le considera socialmente; no se le tiene en cuenta para nada; no se le consulta; no es un sujeto de derechos, lo que se le de es puro regalo.

            El niño, el sencillo, practica la fraternidad y la amistad sincera (1 Pe 1,22); es inocencia y sinceridad belleza y honradez; no maneja doblez alguna, se manifiesta tal cual es; practica la rectitud del corazón.

            El niño es frágil, débil, insignificante, necesitado, está a merced de los otros, no guarda rencor, todo lo olvida con facilidad y con prontitud, se contenta con poca cosa, se divierte con una nonada, excluye la maldad, la malevolencia, la hipocresía, da con generosidad y sin cálculo.

            El niño no tiene poder alguno de decisión, su camino es obedecer y cumplir lo que le mandan, lo que quieren e indican los mayores.

 

6.- Hacerse niño

 

            Los adultos, discípulos de Jesucristo, tienen que ser un vivo retrato del niño. El adulto, que se hace niño, se deja llevar por Dios, le obedece siempre y en todo, renuncia a su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios, se echa en los brazos de Dios como el niño en brazos de su madre.

            El adulto, que se hace niño, es "sencillo de corazón" (Sab 1,1), no tiene "dobleces en el alma " (Sant 4,8), ni "doblez de corazón" (Si 1,28), "no anda por caminos torcidos" (Prov 28,6), ni "por dobles senderos" (Si 2,12), ni "tiene una lengua doble" (Sí 5,9), como las serpientes, posee la "rectitud del corazón" (1 Cron 29,17).

            El adulto, que se hace niño, se siente incapacitado para entrar en el reino, lo espera todo de Dios y lo recibe como un regalo; sabe que todo don perfecto viene de lo alto, que todo es gracia. Parte de cero, como un recién nacido, y va creciendo en la vida espiritual, hasta que llega a la mayoría, pero nunca, en su vida deja de ser niño, pues en todo momento se siente en manos de Dios en total disponibilidad.

            El que se hace niño, no quiere significarse en nada, quiere pasar desapercibido, carece de pretensiones, no quiere ser nadie en la Iglesia, no se cree merecedor de nada, ni se siente con derecho a algo. ¿Hay cosa más antievangélica que un dirigente de la Iglesia, cuya misión esencial es la de servir, se convierta en un "servido" en todo, hasta en las acciones más nimias y ridículas? ¿Algo más antievangélico que querer hacer carrera en la Iglesia, que anhelar una distinción de tal o cual titulo eclesiástico que sólo sirve para fomentar las vanidades de este mundo? Por otra parte, ¿qué sentido tienen los títulos honoríficos eclesiásticos?

            El adulto, que se hace niño, tampoco quiere el poder mundano, los reinos de este mundo, que pertenecen al Diablo (Lc 4,5). En definitiva, un niño no está para mandar, sino para ser mandado.

 

7.- San Pablo

 

            ¿Qué se pretende al decir que hay que hacerse como niños, eso que en la historia de la espiritualidad se ha llamado "la infancia espiritual"?  Parece que no se trata de adquirir virtudes, pues el niño carece de virtudes y ni siquiera es capaz de ser virtuoso; es, más bien, veleidoso, inestable, se deja llevar por el instinto, es voluble, como una veleta que torna y gira cambiante, según el impulso del viento; es un caprichoso, lo mismo ríe que llora, obedece que desobedece, coge pataletas y de pronto da saltos de alegría. Hay que estar siempre a su lado, enseñándole y corrigiéndole. ¿Qué santidad, por tanto, puede suponer hacerse como niño?

            San Pablo se lamenta de que los corintios sean "como niños en Jesucristo" y, por ello, ha de tratarlos como a niños, "dándoles a beber leche", es decir, los principios más elementales de la doctrina cristiana, y "no alimento sólido", porque no son capaces de digerir la comida madura y consistente del misterio de Cristo (1 Cor 3,1-3)

            Los exhorta a dejar de “ser como niños, y a actuar como hombres, adultos"; que no sean maliciosos, que imiten a los niños únicamente en su falta de maldad, pues en ellos no hay malicia alguna (1 Cor 14,20). San Pablo quiere decir, no que abandonen la práctica de la "infancia espiritual", sino que salgan de inmovilismo y superen el "infantilismo espiritual".

            El cristiano tiene que crecer constantemente en la vida espiritual, hacerse adulto, firme y fuerte en la fe. Sólo así llegará al estado del hombre perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, para, dejando de ser niños vacilantes, arrastrados por ciertos vientos de doctrina... que inducen al error, pueda alcanzar el crecimiento en todos los sentidos, hacia Aquel que es la cabeza" (Ef 4, 14-15).

            El mismo se propone como modelo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño. Cuando llegué a hombre, desaparecieron las cosas de niño" (1 Cor 13,11). Pero un cristiano, aunque llegue a la madurez del hombre adulto, nunca deja de ser niño, el supremo indigente ante Dios. La cuestión estriba en tomar todo lo que de sano y bueno ofrecen los niños, que se cuentan en el número de los desechados y excluidos, de los descuidados socialmente, de los olvidados; que son valorados en el Evangelio, amparándolos y situándolos entre los primeros, entre los preferidos del Señor, entre los que más cuentan; que representan el verdadero discípulo de Jesucristo. Es más, los niños presencializan al mismo Jesucristo, con los que, igual que lo hizo con los pobres, quiso identificarse: "El que acoge a un niño, me acoge a mí" (Mt 18,15)

 

8.- En el presente

 

            Aunque la sociedad no ha valorado, en su justa medida, los derechos de los menores, se ha visto constreñida a inflexionar y entrar en un mayor respeto. Es de justicia resaltar el interés que los derechos del menor han despertado a nivel internacional, sobre todo a partir del año 1980. Basta citar la resolución 40/80 de la ONU, llamada las "Reglas de Beijing" y la Convención de los Derechos del Niño del 20 de noviembre de 1989, diez años después del año internacional del niño; y a nivel europeo, los Recomendaciones del Consejo de Europa. En España contamos con la Ley del Menor de diciembre de 1995. En Madrid se ha creado la figura del Defensor del Menor el 27 de  junio de 1996, como consecuencia de la Ley de Garantías de los Derechos de la Infancia, ya vigente. Se están creando redes de "municipios en defensa de los derechos de los menores". Se organizó la Marcha Mundial contra el Trabajo Infantil.

            Todo esto significa que la sociedad moderna se halla cada vez más sensibilizada por la protección que merecen los menores. A pesar de ello, queda un largo camino que recorrer, pues ahí están "los niños de la calle", en Brasil, donde en 1997 había 36 millones de niños indigentes de los que siete millones vagan por la calle; en Manila, unos 70.000; en Moscú, unos 60.000 que viven desprovistos; y los de tantas partes del mundo, excluidos y abandonados, muertos de hambre, cuando no asesinados para que dejen de horrorizarnos y de crear problemas. Y ahí está la denuncia de UNICEF sobre la existencia de, al menos, 250 millones de niños entre los cinco y catorce años que se ven obligados a trabajar en condiciones extremas, de infrahumanidad, de explotación, de miseria y de esclavitud.

            Según el informe de 1997, sobre el Programa de la O.N.U. para el Desarrollo, casi 150 millones de niños están mal nutridos, cada día mueren 35.000 por causa de la pobreza. 130 millones no asisten a la escuela; en España no asisten 75.000. El cuarto Informe Mundial sobre la Educación de 1998, elaborado por la UNESCO señala la existencia de 145 millones de niños de seis a once años sin escolarizar y 284 millones de doce a diecisiete sin enseñanza secundaria. Para el año 2.010, estas cifras crecerán a 152 y a 324 millones, en primaria y secundaria respectivamente. En Venezuela, con 21 millones de habitantes, 400.000 niños entre los cuatro y los seis años no van a preescolar y 1.020.000 entre siete y doce años no van a la escuela.

            La gran mayoría vive en Asia. En China cada año nacen quince millones de niños y cada año queda abandonado un millón. En África trabaja uno de cada tres niños. En Iberoamérica, uno por cada cinco. El 25% de la mano de obra en la plantación de la caña en el Brasil es infantil. Y, en el mundo desarrollado, las cifras también son alarmantes. En España tenemos doscientos cincuenta mil menores forzados a trabajar y medio millón se ven obligados a cambiar de escuela por el trabajo. En el Reino unido entre un 15 y un 26% de los niños de once años trabajan; y en Estados Unidos, uno de cada cuatro niños es pobre y muchos trabajan ilegalmente.

            Los niños son hoy el paradigma de la esclavitud más abyecta. Se venden y se compran al por mayor. Se trafica con ellos. Son violados y prostituidos en burdeles. La trata de niños debe ser considerada como un genocidio de la infancia. Unos seiscientos cincuenta mil, menores de catorce años, padece el SIDA en el mundo.

            El compromiso cristiano nos lleva a luchar por una legislación que garantice y proteja mejor los derechos del menor en armonía con los postulados humanos y evangélicos.