Los desechados

I. Los niños

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

1.- Minusvaloración del niño 

            Los niños son los pequeños, los irrelevantes. Se incluyen aquí los seres de poco e ínfimo valor; están comprendidos, en primer lugar, los niños (paidioi), los que son poca cosa (microi), los mínimos, los más pequeños (elajistoi), los débiles (esthenoi), los sencillos y pueriles (nepioi) y los últimos (esjatoi).

            Los niños (paidioi), en el ambiente bíblico, no contaban nada, no tenían importancia en la comunidad judía, y, por tanto, no se les prestaba la atención debida. El niño no era considerado legalmente como persona, por lo que no gozaba de la plenitud de los derechos humanos, hasta que no tenía la edad de estudiar y la capacidad de cumplir la ley. Era propiedad absoluta del padre que podía disponer de él a placer. Todo lo de la casa le pertenecía al jefe de familia: los hijos, la mujer, los esclavos, los animales domésticos, todo. Los niños apenas tenían valor alguno y el que tenían, estaba supeditado a la mayoría de edad, a que algún día serían adultos; entonces comenzaban a contar en la sociedad. La atención, que se les prestaba, no se debía a lo que eran, sino a lo que llegarían a ser.

            De esta minusvaloración de los niños, es una prueba la matanza de los inocentes (Mt 2.16) y la actitud de los apóstoles que los rechazan (Mt 19,13). El niño, hasta que no llegue a mayor, es igual que un esclavo; la fecha de su emancipación dependía de la voluntad del padre. "Mientras el heredero es niño (nepios) en nada se diferencia de un esclavo" (Gal 4,1). De hecho, al niño se le denomina indistintamente con la palabra "niño" (pais) y con la palabra "esclavo" (doulos) en el relato del oficial de Cafarnaum que en Mt 8,6 pide a Jesucristo la curación de su niño y en Lc 7,2 pide la curación de su esclavo. Esta misma identidad de significado aparece en Mt 12,18, que traduce por "niño" (pais) el hebreo "ebed" (esclavo) de Is 42,1.

            La patria potestad facultaba a los padres a vender como esclavas a sus hijas menores de doce años, pero siempre a un judío, con el fin de poder rescatarlas en el caso del que el comprador o su hijo no quisieran desposarlas. En tiempos de penuria económica, los judíos vendieron a sus hijos "para poder comer" (Neh 5,2.5).

            Todo esto no significa que los niños fueran despreciados o abandonados a su propio destino o que no fueran queridos. Todo lo contrario. El amor de los padres a los hijos está muy constatado en la Biblia. El deseo de tener un hijo es lo más esencial en el matrimonio judío. Ahí está la ley del levirato que certifica la enorme desgracia de pasar a la otra vida, sin tener un hijo. El inmenso amor materno está presente en las narraciones, más o menos míticas y legendarias de Agar y de la madre de Moisés que no pueden ver morir al hijo de sus entrañas (Gn 21, 16; Ex 2, 2). Y ahí están las bellísimas metáforas de los poetas y de los sabios:   "Los hijos son plantas de olivo alrededor de la mesa" (Sal 128,33), "La corona de los ancianos son sus nietos, la gloria de los padres son sus hijos" (Prov 17,6).

 

2.- Dios por los pequeños 

            El Dios de la Biblia demuestra una especial predilección por los niños. Dios los elige, para grandes misiones, como aparece en el caso de Samuel (1 Sam 1-3) y en la ternura, que prodigaba su amor a Israel:  "Cuando Israel era un niño, yo le amaba y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1).

            Dios cuidaba de Israel "como de un niño en el regazo de su madre" (Sal 131,2). De hecho, era un niño, un recién nacido, pues acababa de salir del país de la muerte (Egipto) a los espacios de la vida, empezaba a vivir como pueblo independiente y libre. Israel fue siempre para Dios un niño muy querido:  "¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría, no tener compasión del niño de sus entrañas?  Pues, aunque ella se olvidara, yo no me olvidaría de ti" (Is 49,15). A Dios le agrada y quiere el culto y la alabanza de los niños: "Reunid al pueblo, congregad a la comunidad,  juntad a los ancianos, pequeños  y a los niños de pecho" (Jl 2, 16).

En la epopeya de Judit: "Todos los israelitas se dirigieron fervorosos a Dios y ayunaron rigurosamente. Los hombres y sus esposas, sus hijos, incluso pequeñitos, todos los israelitas, hombres, mujeres y niños se postraron ante el templo" (Jdt 4, 9.11). "De los labios de los niños y de los que maman te has hecho una fortaleza frente al agresor" (Sal 8, 3).

            Esta predilección de Dios por los pequeños, por los débiles y por los de segundo orden, es una constante en la Biblia. Dios elige a los que menos cuentan, a los últimos, a los olvidados, para hacerlos que valgan y sirvan, para hacerlos los primeros y los famosos. San Pablo lo señala: "Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para humillar a los sabios; lo débil para humillar a los fuertes; lo vil, lo despreciable, lo que es nada, para anular a los que son algo" (1 Cor 1,27-28).

            Elige a la mujer estéril, para hacerla madre de un hijo famoso. Prefiere a Ana que se siente humillada por Penena (Gn 25,21); a Sara, despreciada por Agar (Gn 11,31; 16, 1); a Rebeca, madre de Jacob (Gn 25.21) y a Raquel, humillada por Lia (Gn 29,31). Las esposas de los tres grandes patriarcas -Abrahán, Issac y Jacob- eran estériles, y en ellas se cumplió el salmo: "A la estéril le da un puesto en la casa como madre feliz de hijos" (Sal 112,9).

            Elige a los menores: a Isaac y no a Ismael; a Jacob y no a Esaú; a Gedeón, " el último de la familia" más humilde de la tribu de Manasés; a David, y no a sus hermanos mayores; a Salomón, el hijo más joven de David; José es el preferido de Jacob y Efraim adelanta a Manasés.

            Protege al débil contra el fuerte, al pequeño David contra Saúl, poderoso y de gran estatura; al humilde pastor, que es David, contra Goliat, el gigante.

 

3.- El reino de los humildes 

            En el reino de Dios los parámetros son muy distintos a los de los reinos de los hombres: "El que se haga pequeño, como un niño es el más grande en el reino de Dios" (Mt l8, 4).

            Los últimos son los primeros. Por eso, Jesucristo, que es el primero, se hizo el último, se hizo la nada, un nadie (Flp 2,7), para hacer algo -para hacer mucho- al que es nadie. Y, por eso, San Pablo se llamaba a sí mismo "el menor" (elajistos), "el más insignificante" (elajistoi) (Ef 3, 8) y San Francisco de Asís, el evangelio viviente, era "el mínimo", el padre de una comunidad de mínimos, eligió la "minoría", como signo y seña de los frailes menores.

            En el reino de Dios lo más importante es lo más pequeño, como el grano de mostaza, la semilla más pequeña que se hace luego el arbusto más grande (Mt 13,32) o como el poco de levadura que hace fermentar a toda la masa (Mt 13, 33; 1 Cor 5, 6; Gal 5, 9), o como el pequeño timón que dirige una nave grande (Sant 3,4-5).  Lo débil es enaltecido (Lc 1, 52) y en el cuerpo de Jesucristo, que es la Iglesia, "los miembros más débiles son los más necesarios" (l Cor 12, 22); en la Tierra Prometida, Belén, un  pueblo muy chiquitico, es una de las principales ciudades de Judá (Mt 2, 6). El Dios de la Biblia, "es el Dios de los humildes, socorro de los oprimidos, protector de los débiles, defensor de los abandonados, salvador de los desesperanzados" (Jdt 9, 11). "Levanta del polvo al indigente, saca al pobre del estiércol" (Sal 113,7). Por eso, "cuanto más grande seas, más te has de bajar" (Si 3.18).

 

4.- Jesucristo y los niños 

            Jesucristo expresó así la preferencia de Dios por los niños: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los sencillos" (nepioi) (Mt 11, 25).

            Los nepioi son los niños pequeñitos que todavía ni siquiera han aprendido a hablar, son como los niños de teta del salmo 8, 3, los que están aún en la puerilidad (Mt 21,16).

            Jesucristo tenía la costumbre de coger a los niños en brazos y de bendecirlos, imponiéndoles las manos (Mc 10,16). Por otra parte, los niños, más que nadie, se sentían atraídos por la ternura y la bondad de Jesucristo, al que seguían alborozados, hasta el punto que, incluso en el templo, gritaban dándole vivas: "Viva el Hijo de David", algo que indignó a los escribas y a los sacerdotes (Mt 21,15); Jesucristo les replica con el salmo 8: El cielo sublime canta la majestad de Dios y, entre tanta grandeza, hasta los mismos niños se unen jubilosos a esa alabanza cósmica, proclamando, sin saberlo, la mesianidad de Jesucristo, cosa que no hacen los mayores, ni siquiera los dirigentes, como ellos.

            Jesucristo tenía tal fama de taumaturgo que las gentes creían que, con sólo tocarle, salía de él una fuerza curativa y un poder milagroso (Mt 9, 20). El tacto de Jesucristo era tenido por un toque divino que hacía crecer a los niños sanos y robustos. Por eso, le llevaban los niños, para que los cogiera en brazos, les impusiera las manos, rezara por ellos y los bendijera (Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 15,15-17).

"Los discípulos les regañaban". Tal vez, porque los niños son empalagosos y cansan a los mayores; porque resultan molestos y no querían que perturbaran a Jesucristo y le distrajeran, y para que Jesucristo no perdiera el tiempo con ellos; o también, porque, como era costumbre que los escribas y los jefes de las sinagogas bendijeran a los niños, los apóstoles no querían que las gentes tuvieran a Jesucristo, por un simple escriba; puede ser también, que los apóstoles participaran en la minusvaloración que los judíos hacían de los niños, a los que no tenían en cuenta para nada, o para casi nada.

            El caso es que los apóstoles hicieron una cosa reprobable, pues se dice que "Jesús, al ver lo que hacían, se indignó" (Mc 10,14), y les regañó por alejarlos de su lado.

            Jesucristo reprime a los apóstoles por haber regañado ellos a los niños. Y, a renglón seguido, dice: "Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque de los que son como ellos  es  el reino de los cielos. Os aseguro que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mc 10,14-15). En este otro pasaje se refiere también a los niños: "Los discípulos preguntaron a Jesús : ¿Quién es el más grande en el reino de los cielos?  Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de Dios.  El que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de Dios. El que acoge en mi nombre a un niño como este, a mí me acoge" (Mt 18,1-5;  Mc 9,33-37; Lc 9, 46-48).

            San Marcos dice que Jesús cogió en brazos al niño y lo puso en medio, y San Lucas que lo puso a su lado. Si lo puso en medio, es para proponerlo como modelo, y si lo puso a su lado, es para indicar que está de su parte, que hace causa común con él. Estamos ante una parábola en acción semejante al lavatorio de los pies, en la que Jesucristo se hace el último, el esclavo, el servidor de todos; y lo que él ha hecho es lo que tienen que hacer todos ellos (Jn 13,1-17). Ellos deben hacer lo que dice y hace Jesús: El mayor es el que se hace el más pequeño; por tanto, el que quiera ser el primero (protos), tiene que hacerse el último (esjatos). La cuestión de la precedencia y del protocolo era muy discutida en Israel. Se discutía sobre quién debía ocupar el primer lugar en el culto, en la administración, en los actos sociales, en el banquete. El mayor es el servidor, el que sirve al más pequeño, al más débil, al más necesitado. Los dirigentes, los de arriba, están para servir -de verdad y no sólo de boquilla- a los dirigidos, a los de abajo. El primero debe ser el último, y el menor debe ser el mayor. Ante la ambición de los apóstoles -y especialmente los hijos de Zebedeo- por querer ocupar los primeros puestos en el reino, Jesucristo dijo: "Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande, que se haga vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos" (Mt 20,25-26). En Mt 10,42 se dice: "El que dé de beber a uno de estos pequeñuelos (microi) un vaso de agua fresca, porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa"

            Todos estos textos obligan a los discípulos de Jesucristo, y muy singularmente a los apóstoles y a sus sucesores, a hacerse como niños. Por una parte y referido a todos los seguidores de Jesucristo, para poder ser miembros del reino de Dios, y por otra, y referido a los apóstoles, para ser miembros cualificados del reino. En todo caso, el adulto tiene que dejar de ser lo que es y comenzar un nuevo modo de vivir, hacerse niño, nacer de nuevo. Porque los niños enseñan a vivir a los mayores.