Los desechados

II. Las prostitutas

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Actitud de Jesucristo

 

            Llama la atención que en la genealogía de Jesús figuren cuatro mujeres (Mt 1,3.5.6), cuando las mujeres no pintaban nada y eran las grandes marginadas, lo que viene a proclamar la igualdad entre el hombre y la mujer; y que las cuatro fueran prosélitas, extranjeras integradas en Israel: Tamar y Rajab, cananeas; Rut, moabita y Betsabé hitita. Esto significa la universalidad del evangelio. Que dos, Tamar y Rajab, sean prostitutas, lo que podría manchar la sangre inmaculada de Jesús, indica que lo anterior, que lo viejo, no importa, pues Jesucristo es portador de la nueva creación, de un mundo nuevo, en el que hay que despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo, ser una nueva criatura.

            Para los escribas y fariseos las prostitutas eran una colectividad de excluidas, con las que no se debía tener convivencia alguna, pues venían a ser una personificación del pecado. En esta misma línea, San Pablo, aludiendo a lo de "los dos serán una sola carne" (Gn 2,24), dice: "El que se una a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella” (1 Cor 6,16) y lo hace como contraposición a esto: "El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él" (1 Cor 6,17). Para San Pablo, Jesucristo y una prostituta son los dos polos opuestos. Lo dice desde su teología profunda, sobre el cuerpo místico de Cristo, del que nuestros cuerpos son miembros que no pueden profanarse en el contacto con una prostituta, con lo que en Pablo, la prostitución adquiere también un sentido religioso.

            Jesucristo, en este tema, responde a los fariseos con la parábola de los dos hijos, el obediente desobediente y desobediente obediente, a la que ya nos hemos referido (Mt 21,28-32). En el hijo obediente-desobediente, están retratados los fariseos. Dice que va a ir a trabajar a la viña y luego no va. Ellos rezan mucho, cumplen con multitud de leyes y de ritos, pero en realidad están fuera de la verdad, fuera del reino. En el desobediente-obediente, que primero dice que no va a ir a trabajar a la viña y luego va, están retratados los excluidos, los publicanos y las prostitutas, los cuales parecía que estaban lejos del reino, pero es al revés, están dentro del reino, mientras que los fariseos están fuera:

 

"Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros. Porque Juan vino por el camino de la justicia, y no creisteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas han creído en él. Pero vosotros aún viendo esto, no os habéis arrepentido ni creído en él" (Mt  21,31-32).

 

            Los fariseos, expertos en la ley, tenían que haber sido los primeros en aceptar el reino mesiánico, pero cuando el reino llega, no lo aceptan, no comprenden los portentos que Jesucristo hace, como signo de que el reino mesiánico había llegado con él y en él (Mt 11,2-6). "Decían y no hacían" (Mt 25,3), decían "si" y era "no". Ni entraban en el reino, ni dejaban entrar a los que querían acceder (Mt 23,13), Y, como contraste, los no cumplidores de la ley, y, por eso mismo, despreciados, al conocer a Jesucristo y su mensaje, creyeron en Él, sin dilación. Maldonado, cuyo comentario a los evangelios todavía, en conjunto, no ha sido superado, dice: "O mucho me engaño, o aquí, Jesucristo está diciendo: "Os preceden, esto es, os enseñan el camino, os dan ejemplo". Que Jesucristo se atreviera a decir que los ignorantes y los pecadores por antonomasia (los publicanos y las prostitutas) eran los verdaderos maestros, de los que los fariseos deberían ser discípulos, le costará muy caro, la muerte en cruz.

            Las prostitutas tenían un gran corazón. Se arrepentían de sus pecados, creían en la justicia (Mt 21,32) y en el amor, mientras que los fariseos tenían el corazón seco, a fuerza de tanto rezar y de cumplir mil minucias de la ley y de las tradiciones, no observando la justicia y el amor a los hombres.

            La Biblia conoce también otras prostituciones, aparte de la sexual y de la sagrada o idolátrica: la prostitución ante el dinero y ante el poder. La ciudad de Tiro, "la prostituta olvidada" (Is 23,16), se recupera económicamente y se abraza al comercio y al lucro, como una prostituta a su profesión. Roma, borracha de poder, es la "gran prostituta" (Ap 17,1;19,2) y Babilonia, "la madre de todas las prostitutas" (Ap17,5) viene a ser un prostíbulo en el que se llevan a cabo todas las orgías. La misma Jerusalén, la ciudad santa, también se ha prostituido: "Sus hijos frecuentan la casa de la prostitución" (Jer 5,7). "iCómo se ha prostituido la ciudad fiel, Sión, tan llena de justicia! Moraba en ella el derecho, ¡ahora, en cambio, asesinos! Tu plata se ha convertido en escoria" (Is 1,21).

            Si Jesucristo tiene palabras de comprensión y de alabanza para las prostitutas arrepentidas, todo su mensaje es una denuncia continua de esta prostitución ejercida por los poderosos, los asesinos, los ladrones, los opresores, los marginadores. Tiro, Babilonia, Roma, Jerusalén, ciudades corrompidas, llenas de injusticias, de opresiones, de opulencia, de amor al dinero, eran entonces lo que hoy son nuestras grandes ciudades, ávidas de poder y de dinero.

 

En la actualidad

 

            La prostitución es una forma de vida penosa y humillante que debe servir de sonrojo a la sociedad. Hombres y mujeres que se prostituyen. Niños prostituidos por sus familiares, para pagar a usureros. Trata de blancas. Niños secuestrados y vendidos para convertirlos en inquilinos de burdeles. Prostitutas que han recorrido un calvario sembrado de estaciones en un itinerario lleno de humillaciones y de caídas: Bares, barras, clubes, la calle, el cabaré, el alcohol, la droga, el juego. Tratadas y sometidas como esclavas, quedan al arbitrio de sus amos.

            De todo ello, la responsable es la sociedad. La prostitución va generalmente unida a la marginación y a la pobreza. Su raíz profunda no está en la prostituta que comercia con su cuerpo -aunque ella sea una condición "sine qua non" y, a veces la busque-, sino, en la sociedad, que crea el rechazo, la miseria y la indigencia, generadoras de prostitución, y en la clientela que, con su dinero, la sostiene. La sociedad mantiene la prostitución, aunque sea como un mal menor, porque cree que cumple una función social, la de satisfacer los instintos sexuales irreprimibles. Pero, se equivoca, es una excusa, los instintos se domeñan, son reprimibles; la sexualidad se puede controlar, no es imprescindible y, además, existen unos cauces normales, establecidos por el mismo Dios, para satisfacerla.

            Por otra parte, la sociedad denigra y culpabiliza a las prostitutas, las utiliza y las desprecia. La prostituta es una víctima de su propia condición, esencialmente victimadora, y de la sociedad que la permite y fomenta, la cree necesaria y las explota.

            La prostitución viene a ser un mercado, en el que se produce placer a cambio de dinero; el que paga no se siente culpable de nada y deja tirada, como un andrajo a la productora de su satisfacción. La sociedad, inmisericorde y farisaica, remargina a la ya marginada. Esta relegación denigrante llega hasta el extremo de hacer de las prostitutas una colectividad excluida moral y físicamente de la sociedad. En aras de la moral pública, pero más bien en aras de la injusticia, se las quiere recoger y encerrar en zonas especiales, donde ejercer su profesión, si es que a eso se puede llamar así. Se trata de crear unas "islas amorales", espacios aislados llenos de corrupción, verdaderos guetos donde se amontona el desecho, la basura de la prostitución más baja y deleznable, alejados de las partes más nobles de la ciudad, para que no perturben ni molesten a las personas "de bien" que allí habitan, pertenecientes a la alta sociedad, substancialmente corrompidas ellas, esclavas de una prostitución más refinada y de otras más graves prostituciones, una solución que agrava y empeora más la situación, pues humilla más a la mujer que será aún más explotada.

            La legislación española no penaliza la prostitución, pero no trata a las prostitutas con la debida consideración. El 31% de las prostitutas han estado en la cárcel. Y la solución no está en la represión y en el encarcelamiento, sino en prevenir la prostitución, con medidas sociales más justas, que eviten la marginación y la pobreza. Más que atacar a las prostitutas, hay que atacar las causas de este hecho, entre las que se encuentra la primera, como origen de las demás, la injusticia social: la falta de igualdad de oportunidades, la pobreza, el desempleo, la droga y el alcohol; las carencias económicas, culturales y afectivas, el rechazo de la sociedad a estas personas que sufren tales desventuras y desgracias.

Se ha de ofrecer a la prostituta una alternativa para ganarse con dignidad la vida, evitar que la prostituta sea tan vilipendiada y despreciada, y ver siempre en ella un ser humano, imagen de Dios, a una hermana a la que hay que acercarse con espíritu evangélico, con la infinita misericordia con que Jesucristo las trató. ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más. Estas palabras de Jesucristo a la adultera dan la medida del proceder cristiano.