Los desechados

I. Las prostitutas

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Prostitución profana

 

            Se dice que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo, cosa que no parece cierta. Desde luego en la Biblia no es así. El primer oficio, según la Biblia, es el de agricultor, cultivador de la tierra (Gn 2,15). El segundo, el de pastor (Gn 4,2). El tercero, el de granjero (Gn 4,20). El cuarto, el de músico (Gn 4,21). Y el quinto, el de forjador (Gn 4,22).

            Pero no cabe duda que la prostitución se ejerció ya en la antigüedad, aunque de manera incontrolada. La primera reglamentación de las casas de prostitución la encontramos en Grecia hacia el tiempo de Solón, por el año 500 a.C. En Israel, estaba prohibida: "No deshonrarás a tu hija prostituyéndola" (Lev 19,29). Este texto es prácticamente el único que prohíbe la prostitución y se refiere no directamente a la prostituta, sino a los padres que, al parecer, obligaban a sus hijas a prostituirse. En el ordenamiento judío, no hay una ley que, de manera expresa y directa, ordene a la mujer desechar libremente el camino de la prostitución. Uno de los diez mandamientos de la Ley veta e incide sobre el adulterio, pero eso es otra cosa.

            Lo que ciertamente se encuentra en la Biblia es la advertencia al hombre del gran peligro que supone para él dejarse ir hacia la prostitución: "¡Ay del que se deje seducir por ella y caiga en sus redes!" (Prov 6,23-26). El hombre debe ser cauto y "vigilar con cuidado a la de ojos atrevidos" (Si 26,11), pues "la desvergüenza de la prostituta se muestra en su mirar descarado" (Si 26,29); "como viandante sediento abre ella su boca y bebe de todas las aguas que encuentra; se sienta en cualquier parte y ofrece su cuerpo a la lujuria" (Si 26,12). "Apasionada y provocadora" (Prov 7,11), emplea sus encantos y sus artimañas y le "persuade a fuerza de halagos" (Prov 7,21) y "el infeliz de él, la sigue, como un buey al matadero, como un siervo apresado en el lazo..., sin darse cuenta que en ello le va la vida" (Prov 7,22-23), su propia vida, que queda destrozada a la manera del que tiene "el hígado atravesado por una flecha o como el pájaro apresado en la red" (Prov 7,23), y la vida de sus allegados más próximos, pues con ello se ha buscado la ruina: "El que frecuenta los prostitutas, disipa su hacienda" (Prov 29,3), quedándose en la ruina. Pero estas indicaciones y admoniciones de los sabios se refieren, más que al campo moral y religioso -a los pecados que con ella el hombre pudiera cometer-, al destrozo humano, psicológico económico y social de cuantos, de una manera o de otra, están enredados en los halagos de la mujer prostituta.

 

Dos figuras.

 

            Que la prostitución era corriente en Israel está muy claro; como también parece que la prostitución no se consideraba denigrante en Israel (Cf. Jue 16,1; 2Re 3,16). La tolerancia ejercida con la prostitución está confirmada en el famoso juicio de Salomón, en el que dos prostitutas piden justicia al Rey y en el que quedó bien demostrada la sabiduría del Monarca. Un relato que tiene numerosos paralelos en la literatura antigua (1Re 3,16-28).

           

        Tamar. Se narra ampliamente el caso de Tamar (Gn 38). Tamar se casa con Er, el cual murió sin dejar descendencia. En cumplimiento de la ley del levirato, su suegro, Judá, le da por marido a su segundo hijo, Onán, el cual hace trampas (onanismo) para no tener hijos, puesto, que el hijo que tuviera, sería considerado hijo de su difunto hermano y no suyo. Onán también "desagradó al Señor" (Gn 38,10) e igualmente murió. Tamar, víctima de la crueldad de sus dos esposos, se queda viuda y desolada. Judá le promete darle por esposo a su tercer hijo, Selá, cuando fuera mayor de edad. Selá llegó a mayor y Judá no cumplió la palabra. Tamar es nuevamente víctima, ahora de la impiedad de su suegro Judá.

            Judá se queda viudo. Entonces Tamar, sabedora de un viaje de Judá, se viste de prostituta y se pone en el camino, por donde tenía que pasar Judá, el cual cae en sus brazos y Tamar queda embarazada, sin que Judá la reconociera. El resto del relato está contenido en el cap. 38 del Génesis. A Judá no se le censura por haber tenido relaciones con una prostituta, sino por no haber cumplido, ni la palabra dada, ni la Justicia de la ley del levirato. Hay que resaltar igualmente que a Tamar no se le reprocha nada, incluso en todo el relato aparece implícitamente su ejemplo de caridad y de fidelidad al amor de su primer marido, para el que quiere suscitar un hijo, cosa, en definitiva digna de alabanza, pues era considerado como una desventura para el hombre morir sin dejar un hijo que prolongara su nombre y su misma vida. Tamar no era una prostituta profesional que comercializara con su cuerpo. Lo que hizo con Judá no fue un acto de venganza, sino un acto de justicia. Tamar aparece, más bien, como la conciencia crítica de la injusticia que cometen con ella sus dos esposos y su suegro.

            En el relato, aparece claro que Dios se pone del lado de Tamar. Al final, se pone también Judá a su lado y hace de ella esta gran alabanza: "Ella es más justa que yo, porque yo no le he dado por esposo a mi hijo Selá" (Gn 38,26). Consideró que para él era también una deshonra casarse con su nuera Tamar, de la que tuvo gemelos; los reconoció y vivió con ella, como un hermano con una hermana.

            Tamar fue una mujer excluida y menospreciada, utilizada sexualmente por los hombres, pero rehabilitada y justificada por Dios.

 

            Rajab. Otra prostituta famosa fue Rajab, cuya historia está narrada en Jos 2,1-21; 6,17-25. Los espías judíos encargados de "explorar la tierra de Jericó" (Jos 2,1) entraron en casa de la prostituta llamada Rajab, probablemente para mantener relaciones sexuales con ella; así parece deducirse, tanto de la orden del rey que llevan los emisarios (Jos 2,3) como de la respuesta que les da Rajab (Jos 2,4). Pero esta finalidad queda diluida con la frase: "Se alojaron allí". También es verdad que pudieron haber ido en busca de alojamiento, pues en aquel entonces la prostitución solía estar unida a la posada. Rajab los acoge, los protege, los guarda y los salva la vida, lo que es interpretado como un acto de alta traición a la patria.

            Esta mujer ejerce con los espías hebreos la misericordia. Lo único que les pide es que también ellos ejerzan con ella el mismo amor misericordioso que ella les ha prodigado: "Os pido que me juréis por el Señor que, de la misma manera que yo os he tratado, así también vosotros tratéis bien a mi familia" (Jos 2,12). Los espías le aseguraron que obrarían con ella "con benevolencia y con lealtad" (hesed y emet). Y así fue. Rajab encontró en ellos la hesed y la emet (Jos 6,17-25). Cumplieron su palabra. Pagaron amor con amor, la fidelidad con fidelidad.

            El centro de mayor interés de todo el relato está en la fe de Rajab que, a pesar de ser una cananea, cree firmemente en Yahvé, el Dios de los hebreos: "Yo sé que el Señor os ha dado esta tierra" (Jos 2,9). Llama la atención este rotundo "yo sé", si se lo compara con el "no sabía" de donde eran los espías (2,4) y con el "no sé" donde fueron los espías (2,5). La fe de Rajab es absoluta: "El Señor, Vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos 2,11). No es más perfecta la fe de los israelitas.

            Puede ser también que toda esta historia de los espías y de Rajab sea un relato etiológico, para justificar la existencia de la casa de prostitución regida por Rajab, que los israelitas encontraron a su entrada en Jericó, ciudad que había sido destruida y arrasada tres siglos antes por los egipcios hacia el año 1550 a. C. y que no había sido reconstruida. Lo cierto es que se pone de relieve la fe y el amor de una prostituta cananea, la cual entra a formar parte de Israel, ella y su familia.

            En Rajab, han visto los santos Padres el símbolo de los gentiles que se incorporan, por la fe, al pueblo elegido. La Carta a los Hebreos, entre los grandes modelos de fe perfecta, enumera a Rajab: "Por la fe, la prostituta Rajab no pereció con los incrédulos" (Heb 11,31). Pero no sólo por la fe, fue también por el amor, por la acción caritativa: "Por haber dado asilo a los espías" (Heb 11,31). "Rajab, la prostituta, quedó justificada por las obras" (Sant 2,25).

            Sansón, azote de los filisteos, tuvo relaciones con una prostituta (Jue 16,1) y no se le reprocha. Jefté, otro juez de Israel, era hijo de una prostituta, lo que sirvió, para que sus hermanastros, ávidos de fortuna, le desheredaran, pero eso no fue óbice alguno, para que los galaditas lo proclamaran su caudillo, salvador en la guerra contra los ammonitas de la que salió victorioso, aunque la victoria le costara lo que él más quería, el sacrificio de su única hija (Jue 11).

            De todos modos, la prostitución no era bien vista en Israel. La prostituta era tenida como una mujer infame que profanaba cuanto tocaba. Por esta razón, los sacerdotes, dedicados al servicio del Señor, no podían contraer matrimonio con ella: "No tomarás por esposa una mujer prostituta, violada o divorciada, pues el sacerdote está consagrado a Dios... De esta manera, no profanará entre los suyos su descendencia" (Lev 21,7,15). Por esa misma razón, se aplicaba la pena mayor a la prostituta hija de un sacerdote: "Si la hija de un sacerdote se deshonra prostituyéndose, es a su padre a quien deshonra; por esto será quemada" (Lev 21,9). Y el prostituto era equiparado a un perro (1Re 22,38; Ap 22,15)

 

Prostitución sagrada

 

            Lo que sí estaba terminantemente prohibido era la prostitución sagrada, muy frecuente en la cuenca mediterránea y en el Oriente Próximo, donde se ejercía, como un ritual sagrado y como un acto social de culto. Así, por ejemplo, en la ciudadela de Corinto (Acrocrinto) había un templo dedicado a Afrodita (Astarté), donde unas mil hieródulas ejercían la prostitución. Era tal la corrupción sexual en Corinto que "vivir al estilo de Corinto" o "corintizar" era un eufemismo que significaba "darse a la fornicación" y la expresión koré korinté, "doncella corintia" era también un eufemismo para designar a una prostituta.

            Aparte de ejercer la prostitución como culminación del culto al dios o a la diosa, las prostitutas sagradas tenían la misión de ayudar a la mujer y al hombre en el momento en que iban a perder la virginidad. "Ningún hombre, ni ninguna mujer israelita practicarán la prostitución sagrada. No lleves a la Casa del Señor, tu Dios, el dinero adquirido por esa prostitución, para pagar el voto que hayas hecho, pues eso es aborrecible a los ojos del Señor" (Dt 23,18-19).

            A pesar de esta prohibición, la prostitución sagrada se ejerció en Israel en los "lugares altos", en los santuarios de las colinas (Os 4,12-14) y hasta llegó a ejercerse en el mismo templo de Jerusalén, lo que fue uno de los desencadenantes de la reforma de Josías (2 Re 21,24-23, 30).

 

La idolatría, prostitución

 

            Desde esa perspectiva se entiende que la Biblia condene la idolatría como una prostitución (Ex 54,15-16). La idolatría, es además un adulterio, dados los desposorios de Yahvé con su pueblo.

            A los profetas no se les prohibía casarse con una prostituta. El profeta Oseas, incluso por inspiración divina, se casa con Gomer, una prostituta. Tiene hijos con ella. Ella le es infiel y vuelve a su profesión de prostituta sagrada. Oseas, que la sigue amando, la perdona y la recupera casándose de nuevo con ella (Os Cap. 1-3). Esta tragedia personal de Oseas es el símbolo de las relaciones de Dios con su pueblo. Oseas simboliza a Yahvé y Gomer a Israel. La historia de Israel está llena de infidelidades, de castigos y de perdones. Así lo confirman estos textos de los grandes profetas:

            Fidelidad primordial: "Recuerdo tu amor de novia, cuando me seguías en el desierto" (Jer 2,2). "Me uní en alianza contigo y tú fuiste mía" (Ez 16,18). Es la época áurea y feliz de los desposorios de Yahvé con Israel en el desierto.

            Prostitución: "Pero tú te metiste a prostituta y te ofreciste a todo el que pasaba" ( Ez 16,15). Israel era "una prostituta desvergonzada" (Ez 16,30), que "se levantaba un prostíbulo a la cabecera de todos los caminos y un lugar de pecado en todas las plazas" (Ez 16,31). “Sobre toda colina elevada, bajo todo árbol verde te has tumbado como una prostituta" (Jer 2,20). Y lo hace con tal desvergüenza "que ni siquiera se sonroja" (Jer 3,3). Los israelitas se han hecho adúlteros, frecuentan la casa de la prostitución (Jer 5,7). "Te has prostituido abandonando a tu Dios, has amado el salario de la prostituta en todas las eras de grano" (Os 9,1)

            Castigo medicinal: "Te pondré el castigo reservado a las prostitutas..., porque no te has acordado del tiempo de tu juventud" (Ez 16,38.43). "Todos tus ídolos serán despedazados, han sido amasados con salario de prostituta y en salario de prostituta se convertirán" (Miq 1,7).

            Retorno: El castigo fue breve y el reencuentro será ya definitivo: "Sólo por un momento te había abandonado, pero con inmensa piedad te recojo de nuevo" (Is 54,7). "¿Puede uno rechazar a la mujer de su juventud?" (Is 54,6). Se realizan los nuevos desposorios, "como un joven se casa con su novia" (Is 62,5). "Haré que dejes de prostituirte y no vuelvas a dar salario de prostituta" (Ez 16,41). Se jurarán fidelidad eterna, juramento que ya nunca será quebrantado. La vuelta ha sido obra del amor de Dios: "Haz que vuelva y volveré" (Jer 38,10). "Haznos volver y volveremos" (Lam 5,21). En este sentido dice Pascal: "No me buscarías, si ya no me hubieras encontrado". Las nuevas bodas se realizan otra vez en el desierto: "Pero yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón" (Os 2,16). "Entonces me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en la justicia y el derecho, en la ternura y en el amor" (Os 2,21). Será la fidelidad eterna.

Las prostitutas, hastiadas de tantas decepciones y de tantos desprecios, suelen ser después las más fieles.