Los desechados

II. Los publicanos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Zaqueo: Lc 19,1-10

 

            Zaqueo es "jefe de publicanos y rico" (Lc 19,2). También hubo ricos que creyeron en Jesucristo cosa, por otra parte, nada corriente y nada fácil (Lc 18,24-25). Zaqueo era rico entre los ricos, era riquísimo, lo cual no es nada extraño, pues los publicanos solían ser ricos por todo lo que robaban, y, como Zaqueo era jefe de publicanos, robaría más. Zaqueo quería ver a Jesús, lo que manifiesta su buena disposición espiritual. Para verlo mejor, se sube a un árbol. Jesucristo lo llama por su nombre y le dice que baje enseguida, pues quiere ir a su casa, se autoinvita a comer con él, algo, que a Zaqueo le llena de alegría. Zaqueo se baja rápidamente y lo lleva a su casa. Cuando Dios llama, hay que estar prontos a obedecer. La alegría de Zaqueo contrasta con las críticas de los fariseos. Es probable que Zaqueo fuera gentil, en cuyo caso era considerado pecador por partida doble, por gentil y por publicano; doble razón para que los fariseos murmuraran de Jesucristo por juntarse y comer con ellos.

Nada se dice de qué hablan durante la comida, pero se puede deducir fácilmente de la reacción de Zaqueo, que resuelve adoptar dos acciones: Dar cuatro veces más de lo que había defraudado. La ley, en caso de robo (Ex 21,37), mandaba devolver cuatro ovejas por cada oveja robada y cinco bueyes por cada buey. Eso, en el supuesto que hubiera matado o vendido la oveja o el buey, pues si se los encontraba vivos en casa, solamente tenía que restituir el doble (Ex 22,2-3). En caso de fraude, como era el caso de Zaqueo, sólo había obligación de devolver lo defraudado -o el daño causado- y una quinta parte más (Lev 5,24; Num 5,6-7. La generosidad de Zaqueo quedó bien patente, pues hace una indemnización excesiva.

            Y, en segundo lugar, la mitad de sus bienes se la da a los pobres. También aquí resplandece su generosidad, pues en tiempos de Jesucristo, los rabinos decían que el máximo que había que dar en limosna era la quinta parte de lo que se tuviera. Zaqueo ha roto definitivamente las cadenas del dinero, el gran obstáculo para entrar en el reino y aparece como la contrapartida del joven rico, que prefirió seguir con su dinero antes de seguir a Jesucristo (Lc 18,18-25). Aquel día entró la salvación en casa de Zaqueo. "El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido" (19,10). Y si había "algo perdido", ese era el publicano, un perdido encontrado, un excluido incluido, Y, como contraposición, los que se creían salvados, se pierden; los incluidos se excluyen.

 

Mateo: Mt 9,9-13; Mc 2,13-17

 

            Mateo, el hijo de Alfeo, tenía dos nombres, cosa corriente entre los hebreos: Mateo (Mt 9,9) y Leví (Mc 2,14; Lc 15,27). Mateo estaba sentado en el "telonio", es decir, en la oficina recaudadora de impuestos. Cafarnaum, como puerto de mar y como ciudad fronteriza, por donde transcurría la "via maris", tenía una aduana importante, donde se recaudaban cifras muy considerables.

            Mateo era probablemente el jefe de la oficina. En su calidad de publicano, era opresor de sus conciudadanos y traidor a la causa judía. Jesucristo lo llama y Mateo lo sigue en el acto, como los pescadores (Mt 4,18-22), lo cual no deja de ser raro y al mismo tiempo admirable, al tratarse de un hombre al parecer bastante rico. De recaudador de dinero, se hace misionero del evangelio de los pobres. Mateo celebra una comida de despedida con sus colegas, publicanos y pecadores como él, a la que asisten Jesucristo y sus discípulos.

Ante la denuncia de los fariseos de que comía con los publicanos y los pecadores (Mt 9,l0; Mc 2,16), Jesucristo da una triple respuesta: "Id y aprended lo que significa misericordia, quiero y no sacrificio" (Os 6,6). A los sabios les dice que vayan a aprender. Declara que la convivencia pacífica y fraterna con los demás está por encima del culto. Segunda: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores". No es que los justos queden excluidos, sino que los pecadores, los oficialmente excluidos, son los primeros llamados y los primeros que siguen a Jesucristo. Y la tercera: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Los fariseos son enfermos incurables; creen que están sanos, cuando en realidad están echados a perder, no acuden al médico y así son víctimas de su enfermedad, de su autosuficiencia, no hay modo de que se curen.

            En el contexto de todos estos pasajes, están siempre puestos frente a frente los fariseos y los publicanos. La victoria es siempre de los publicanos. Frente a la ruindad y la soberbia de unos está la grandeza y la humildad de los otros. Los que estaban oficialmente excluidos, como gente deleznable y abyecta, quedan incluidos con todos los honores en la comunidad mesiánica como ciudadanos de primera, mientras que la élite de la sociedad, por su orgullo y su autoestima, quedan fuera de la comunidad.

            El que Jesucristo quisiera elegir a un publicano -Mateo- nada menos que para ser uno de los doce privilegiados, fue, por una parte, el motivo de la irritación farisaica, y, por otra, la sublimidad del Evangelio, en el que todos tienen cabida, pero de una manera muy especial, los despreciados y desechados de la sociedad, algo realmente revolucionario en aquella sociedad y en todas las sociedades aburguesadas.

 

            En la actualidad, también se siguen recaudando impuestos. Las oficinas recaudadoras del Estado reciben cada año varios millones de declaraciones sobre la renta, así como por el concepto del I.V.A. y del Impuesto de Sociedades. Los expertos dicen que el nivel de fraude se sitúa en torno al 30% de la Base Imponible, porcentaje muy alto que queda oculto.

            El resultado del control llevado a cabo por la Agencia Tributaria -que viene a ser como los ”telonios” de los Publicanos de antaño, encargados de cobrar los impuestos- asciende a cantidades importantes, que comprenden actas por descubrimiento de fraude, liquidaciones para la correcta aplicación de la Ley, sanciones y actividad de cobro a morosos, etc.

            Visto el Estado en su conjunto, el fraude en los ingresos también afecta a la Seguridad Social que recauda casi tanto por cuotas sociales como por impuestos. Por otra parte, y, dado que nos encontramos en un Estado del bienestar, hay que destacar un importante núcleo de fraude en la obtención de diversas prestaciones, que de forma indebida son percibidas por los ciudadanos: pensiones, desempleo, subvenciones de todo tipo, simuladas enfermedades, para obtener baja laboral, etc.

            El fraude es corriente; se comprueba que, incluso entre los creyentes y practicantes, la conciencia social, en este aspecto, es bastante lasa. Un 30% queda sumergido y escamoteado; lo que significa que no se da la debida importancia a los pecados sociales. Porque ese fraude al Erario Público es, en efecto, un pecado social, cuya gravedad está en proporción con la cantidad defraudada y con la situación económica  y social del defraudador.

            Todo ciudadano tiene la obligación de pagar religiosamente los impuestos que le corresponden. Se supone que estos impuestos son justos y equitativos, no como los que cobraban los Publicanos que, con frecuencia, eran excesivos y desproporcionados. Un cristiano no puede hablar, en estos asuntos, de leyes meramente penales, pues el fraude, aparte de que pueda suponer un delito, es siempre un pecado que sólo se perdona, si es debidamente subsanado. Los deberes sociales son tan importantes, y en algunos casos, más aún que los deberes religiosos.

            Los grandes defraudadores suelen ser los poderosos y más afortunados, los más obligados a contribuir, con sus aportaciones, al bien común de la comunidad humana. Ellos tienen más posibilidades de acudir a argucias legales, para evitar el delito y, frecuentemente, menos conciencia social. Pero esto no justifica el que los medianos y pequeños contribuyentes defrauden lo poco o mucho que puedan, llevados también por la escasa conciencia social y la idea de que todo lo que cuela es válido (del Estado obtener todo lo que se pueda y aportar sólo lo que no hay más remedio). ¡Que aporten los demás!