Los desechados

I. Los publicanos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Pecadores públicos

 

            Los publicanos eran los recaudadores del Estado. Tenían asignado un territorio, en el que había que recaudar para el erario público una cantidad, a tanto alzado, previamente establecido y pactado. Para ello, estaban obligados a aplicar unas tarifas legalmente establecidas, pero, por lo general, caían en la corrupción y aplicaban tarifas excesivas, recaudando más de lo prefijado, para quedarse con ese plus en beneficio propio. Eran mal vistos y despreciados, e incluso odiados, por una doble razón. Por su mera condición de cobradores (o impositores) del impuesto para la hacienda pública, algo siempre ingrato para los contribuyentes; y, como en los tiempos de Jesucristo, se recaudaba para el imperio romano, los judíos los consideraban, como aliados del poder enemigo, al servicio de la potencia invasora, de la opresión de Roma.

            Los publicanos eran tenidos por pecadores públicos, estaban equiparados a otras colectividades de excluidos, cuyo contacto había que evitar, para no contagiarse. Igual que los gentiles, estaban excluidos de la comunidad judía, incluso lo eran, a veces, de la misma comunidad cristiana que los excomulgaba: "Si no quiere escucharlos, dilo a la comunidad; y, si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como gentil y publicano" (Mt 18,17), algo que no parece muy en consonancia con el amor misericordioso de Jesucristo, para con los gentiles y los publicanos. De hecho, los mismos cristianos tenían, a veces, reparo en comer con los gentiles conversos, entre los que se encontraba el mismo Pedro, algo incomprensible para Pablo (Gal 2,11-14) .

            Los publicanos son identificados, sin más, con los pecadores (Mt 9,10; 11,19; Lc 5,30; 7,34; 15,1), asimilados a las prostitutas (Mt 21,31) e iguales al "pueblo de la tierra", gente ignorante y despreciable, la chusma (Jn 7,49). Por pecadores, hay que entender aquí, lo que los fariseos entendían: personas impuras legalmente, o porque trataban con los gentiles o porque no observaban los ritos y minucias prescritas como medidas de prevención, o porque ejercían una profesión prohibida tenida por indigna. Así eran tildados y así se pensaba de ellos.

 

Los publicanos y el evangelio

 

            Sin embargo, el Evangelio presenta una cara muy distinta de ellos. Aparece Juan, predicando el bautismo de conversión, para recibir el perdón de los pecados (Lc 3,3). Entre los muchos que acudieron a recibir el bautismo había también publicanos, los cuales le preguntaron qué tenían que hacer. El Bautista les respondía:" No exijáis nada más de lo que manda la ley" (Lc 3,13); que no se dejen corromper por el dinero, que no se excedan y que recauden sólo el impuesto justo. "Y los publicanos hicieron justicia a Dios recibiendo el bautismo de Juan" (Lc 7,29) y se comprometieron con la justicia, a cobrar lo justo.

            Llega Jesucristo y "todos los publicanos se acercaban a él" (Lc 15,1). Es bien sabido que el "todos" es una hipérbole propia de Lucas, como ya hemos indicado antes. En este texto, ese publicanos están presentados como contrapuestos a los fariseos, pues las tres parábolas narradas en el cap. 15 de Lucas ponen de relieve la misericordia de Dios, en contra de la inmisericordia de los fariseos. Los publicanos "se acercan", mientras que los fariseos "se alejan". Los fariseos se escandalizan de que Jesucristo acoja a los publicanos y Jesucristo les responde con tres parábolas, en las que compara a los fariseos con los publicanos, los mide, y en las que los fariseos no dan la talla, como la dan los publicanos.

 

Los niños caprichosos: Mt 11,16-19; Lc 7,31-35

 

            La parábola presenta dos pandillas de niños en la plaza, una propone hacer un juego alegre: cantar y bailar, imitar una boda. El otro grupo propone lo contrario, quiere imitar un cortejo fúnebre, hecho de lamentaciones y de llantos. Pero no se ponen de acuerdo y terminan por sentarse enfadados unos con otros. Así son los fariseos, como esos muchachos que siempre rechazan lo que les proponen. Rechazan la vida austera del Bautista, al que califican de endemoniado y la menos austera de Jesús, que come y bebe, como todo el mundo, al que califican amigo de la buena mesa, un comilón y un borracho. No se comportan como personas normales, sino como niños caprichosos, desobedientes e insensatos. Nada ni nadie les hace cambiar. Lo suyo es ir contra corriente, rechazar y oponerse a todos y a todo. Los publicanos son comprensibles, normales y obedientes; vino Juan y fueron a recibir el Bautismo de penitencia (Lc 3,3), fueron humildemente a preguntarle: ¿"Qué tenemos que hacer"? (Lc 3,12); y vino Jesucristo y fueron a escuchar su mensaje (Lc 15,1); aceptan el plan de Dios predicado por el Bautista y por Jesucristo.

 

El fariseo y el publicano: Lc 18,9-14)

 

            Más que una parábola podía ser una historia real. El fariseo era tenido como el prototipo de la santidad legal, el publicano como el tipo del pecador público. Los dos van a orar al templo. Para el fariseo, la oración era una práctica esencial, de la que hacía ostentación. A eso va al templo, a que lo vean. Por eso, se pone en un lugar bien visible y lo hace, además, de pie, para que lo vean mejor. Se podía haber puesto de rodillas (1Re 8,54; Dan 6,11;Miq 6,6). Va a orar, pero lo que hace y dice es cualquier cosa menos oración. No alaba a Dios, sino que se alaba a sí mismo. Da gracias a Dios, porque él es un santo, "no como los demás", es decir, divide a la humanidad en dos: en una parte está él, un santo y en la otra, todos los demás, unos pecadores. No es como el publicano, pues él es "el único", y el publicano es "uno de los demás". Ni tiene nada que reprocharse, todo lo hace bien, es la encarnación de la misma inocencia, hace alardes de sus virtudes y se centra fundamentalmente en dos cosas, el ayuno y los diezmos. Ayuna dos veces por semana, los lunes y los jueves, a pesar de que sólo tenía obligación de ayunar una vez al año, el día de la expiación, el yon kippur, y lo hacían con todo rigor, pues no comían ni bebían nada durante todo el día. Paga los diezmos de todo lo que consume, hasta de lo más insignificante, la menta y la ruda (Lc 11,42), porque, aunque era obligación de los productores pagar ese diezmo (Lev 27,30), por si acaso ellos no lo habían hecho, lo hace él. En ambas cosas, hace más de lo que debe, lo que significa que él era acreedor ante Dios y Dios es su deudor. No dice nada de las grandes virtudes, la vida interior, la humildad, la caridad, la tolerancia, la ternura.

            El publicano se pone en un rincón del templo, no le interesa que lo vean. Viene a orar de corazón y tan compungido y abatido está que ni siquiera se atreve a mover los ojos que tiene clavados en el suelo. Reconoce que es un pecador y suplica el perdón, confiesa su pecado y se acoge a la misericordia del Señor.

            El publicano, el humilde, fue juzgado por Dios más justo que el fariseo, el orgulloso. El fariseo se creía maestro de oración, pero el verdadero maestro es el publicano. Y esto es lo grave. Jesucristo mide al fariseo con el publicano. El fariseo no sabe orar y debe aprender del publicano. No cabe mayor humillación para el fariseo, instalado en una santidad radicalmente falsa, ni mayor elogio para el publicano, tachado como pecador público.

 

Los dos hijos: Mt 21,28-32

 

            Jesucristo pone otra vez frente a frente a los dirigentes (fariseos, sacerdotes, escribas) y a los publicanos y prostitutas, gente de mal vivir. El dueño de la viña es Dios. Los dos hijos son los fariseos, los que primero dicen "si" y luego es "no", y los publicanos, los que primero dicen "no" y luego es "si". Los fariseos, los primeros invitados, que hacían profesión pública de obediencia a la ley (que conocían a la perfección), cuando llega el momento de obedecer a la culminación de la ley en la enseñanza de Jesucristo, se niegan a ello y no entran en el reino. Los publicanos, los segundos invitados, que desconocían la ley y, por tanto, no la cumplían (eran desobedientes), cuando llega el momento culminante creen en la palabra de Jesucristo y se convierten, cosa que no hicieron los fariseos a pesar de ver su ejemplo, y entran en el reino. Los publicanos, los ignorantes, eran los verdaderos sabios, mientras que los fariseos, los sabios oficiales, son los verdaderos ignorantes, pues no conocen el camino del reino.

            Jesucristo se atreve a confrontarlos públicamente y dice a los fariseos: "Los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino". Esto no quiere decir que los fariseos estén excluidos del reino, pero tampoco quiere decir que vayan detrás; puede significar que los fariseos, debiendo ser los primeros, ni siquiera son los segundos. No se puede humillar más a los fariseos ni ensalzar más a los publicanos.

            Jesucristo, además, tuvo relaciones especiales con publicanos, como Zaqueo (Lc 19,1-10) y Mateo (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27).