San Pablo

IV Filemón

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

            Tal vez, sin ánimo de faltar el respeto a San Pablo, se podría llamar una carta de recomendación. De todos modos, aunque lo sea, no desdice nada. La cuestión está, en que los hombres grandes lo son y continúan siéndolo incluso, al escribir este tipo de cartas o cualquier otro.

 

l. La circunstancia

 

            En tal ocasión, San Pablo ha sido apresado y, como ya hemos indicado, sufre la pena de cárcel posiblemente en Roma, Cesarea o Éfeso. Optamos por esta última. Se puede imaginar una más fácil huida desde Colosas a Éfeso. Sin duda, es impensable, que un esclavo, al escapar de su amo, se dirigiera hacia Roma o Cesarea; especialmente, sabiendo que el Apóstol reenvía a Onésimo de vuelta a su dueño.

            El Apóstol escribe a Filemón, un hombre de buena posición social, que lo había conocido en Éfeso y convertido a la nueva fe. Cuando el cristianismo se implantó en Colosas, Filemón, constituyendo una iglesia doméstica (v. 2), se adhirió a la comunidad de los creyentes. La «hermana Apia» -nombre frigio- parece ser la esposa de Filemón y Arquipo puede que fuera hijo del matrimonio. Por el título que le da San Pablo, «compañero de lucha» (systratióte), se llega a deducir que, al marchar Epafras de Colosas, había quedado él al frente de la comunidad como su dirigente inmediato.

            Filemón tenía un esclavo que había huido, no se sabe debido a qué razones; del texto de la carta no se puede extraer ninguna en concreto; hay quien piensa en el robo. Lo cierto es que la situación de esclavitud provocaba frecuentemente la fuga de los esclavos, que intentaban así  protestar y zafarse de aquel yugo humillante. El caso de Onésimo era más llamativo porque, según parece, era un esclavo doméstico.

 

II. Pensamiento teológico

 

       Se puedría creer que en esta clase de carta, no se encontraría un contenido teológico. Pero ello es posible, si la carta, como todo el mundo admite, fue escrita por un gran santo, como Pablo.

   

            l. El acto delictivo que motivó a Onésimo a huir de casa de su amol ha pasado de «inútil» a convertirse en «útil», tanto para Filemón como para Pablo. El Apóstol se entretiene en hacer juegos de palabras, pues, Onésimo significa «útil». El paso de la «inutilidad» a la «utilidad» debe explicarse desde las nuevas relaciones entabladas entre los protagonistas, ya cristianos los dos; en este caso, no son las existentes entre amo-esclavo, sino las que nacen de la verdadera fraternidad generada por la fe cristiana. Antes de haber cometido la falta que fuese, muy grave por supuesto, Onésimo era «útil», luego, tras la transgresió, se había vuelto inútil. Después de su conversación, arrepentido vuelve a ser útil. En la carta a los Colosenses, San Pablo incluye, en el capítulo de los saludos, a Onésimo, «el hermano fiel y querido» (Col 4,9). La relación que debe existir a partir de ahora entre Filemón y Onésimo es la que él mismo establecía con aquellas personas que se adherían al Evangelio que predicado y acogido.

 

             2. Son muchas las acusaciones que este texto ha suscitado contra Pablo y contra el cristianismo. En lugar de ayudar a Onésimo a sacudirse la esclavitud, San Pablo lo reenvía a su dueño. Hecho en el se considera a la Iglesia siempre parapetada al lado de los poderosos, jun a los ricos... Frente a esta acusación, y para hacer justicia al Apóstol, se debe tener en cuenta lo siguiente:

  

 

             a. El Apóstol ruega a Filemón que reciba a Onésimo no como siervo, sino como hermano (v. 16). Se enuncia aquí, por tanto, una radical transformación en las relaciones «siervo-amo», con lo que establece el principio de la igualdad de los hombres (Gál 3,28; Col 3,11 ). Conlleva, pues, la condena de la esclavitud. Es esta una conclusión que debe surgir por simple deducción de la reflexión humana. Los que predicaban el Evangelio de la libertad no podían pensar en imponerla por la fuerza. Bastaba, de momento, anunciar que el Único Amo era Cristo. Tanto Filemón como Onésimo eran hermanos en la fe y esclavos del Único Señor (v. 16).

             b. No es posible juzgar la actuación de Pablo desde nuestros presupuestos histórico-culturales, sin tener en cuenta los condicionamientos del siglo I de nuestra era, Pablo no podía buscar para Onésimo una solución fuera de los cauces legales existentes. Por una parte, se hace solidario de los daños que hubiese podido causar a Filemón (vv. 17s) y apela a la koinonía o comunión cristiana; por otra, se ve en la necesidad de aconsejarle que retorne a su dueño para que sea él quien actúe conforme a las exigencias de la libertad. Las estructuras vigentes en la época no facilitaban la vida a quienes habían pasado de la esclavitud a la libertad. Hasta el punto, que muchos, aun teniendo esa oportunidad, preferían el estado en que vivían.

             c. Es necesario preguntarse por las circunstancias del encuentro de Pablo con Onésimo. El esclavo huido tenía dos opciones: hacerse a la mar o huir a una gran ciudad, donde se ganaría la vida mendigando o robando y buscar una especie de derecho de asilo en determinados santuarios... Esta segunda posibilidad era una cierta mitigación religiosa de la esclavitud. Estos asilados se encontraban en el célebre santuario de la diosa Artemisa de Éfeso, en el Tesio de Atenas...  y, además,  existían otras formas de derecho de asilo. El Apóstol, como anunciador de una nueva religión, pudo haber sido el reclamo para Onésimo. Y fue ganado por él para el evangelio. Onésimo se había convertido automáticamente en un asilado de Pablo y al Apóstol le venía muy bien, dada la situación en que se encontraba, como él mismo reconoce (v. 13).

            d. No es posible la transformación inmediata. Ningún cambio sociopolítico hará que el mundo deje de ser mundo y el estado «paradisíaco» no vendrá por ninguna revolución de este tipo. La historia se ha encargado de demostrarlo.

            En efecto, estos cambios son necesarios y nadie lo ha proclamado con mayor claridad y vigor que el cristianismo. La confirmación está en la doctrina de Jesucristo. Se comprende fácilmente leyendo y considerando todo el NT y, en especial, el pensamiento paulino en su conjunto, no sólo en unas cartas de recomendación.

            e. No hemos de hablar de «revolución», más bien se trata de «revelación». La revolución cristiana se hace desde la revelación, que se convierte en fermento transformador de la mentalidad y de las estructuras. Las armas de la revolución cristiana son las formas de la luz (Rom 13,12): son la energía de la verdad, de la justicia, del amor, del Evangelio, en definitiva. Estas son las únicas espadas, los instrumentos transformantes con poder absoluto para cambiar la miseria de este mundo por el incendio del amor. Las otras, las empleadas en la guerra y las que proveen la imposición de unos sobre otros, únicamente tienen el poder pavoroso de la desolación y el constante ardor de la destrucción de una humanidad que clama por la justicia.

 

            La indigencia de la naturaleza humana sólo puede cambiar cuando arda en el fuego inmenso del amor, para renacer así nueva y deslumbrante. Poned amor, donde no hay amor y encontraréis amor, dice San Agustín. El amor universal de Jesucristo es la más fuerte palanca que puede trasformar todas las conformaciones injustas que atenazan al hombre.