I Domingo de Adviento, Ciclo C

Lc 21,25-28.34-36: Vosotros velad, estad despiertos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Jr 33,14-16; Sal 24,4-5.8-14; Tes 3,12-4,2; Lc 21,25-28.34-36.

 

«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol y la luna y las estrellas, las naciones estarán angustiadas en la tierra y enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje; y los hombres muertos de terror, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo, temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo, orando, para escapar de todo lo que está por venir y comparecer ante el Hijo del Hombre».

 

         

El profeta Jeremías anuncia: «Oráculo del Señor: Mirad que llegan días, en que cumpliré la promesa, que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. En aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos y la llamarán así: «Señor, nuestra justicia».

 

          La profecía es el género literario más peculiar de la Biblia. El profeta es un vocacionado, un elegido del Señor. Habla en nombre del Señor, proclama la palabra de Dios, es intérprete entre Dios y los hombres, es la voz de Dios y la voz de los que no tienen voz. Ejerce la denuncia profética contra la injusticia social, es la conciencia crítica de la sociedad, denuncia el presente y anuncia el futuro.

          La etimología de la palabra "profeta", traducción griega del hebreo "nabí",  señala rasgos importantes de lo que es el profeta. Es una palabra compuesta de "pro" y "feta". Feta es una forma substantiva del verbo "femi" que significa "hablar", "feta" es el que habla, lo mismo que "atleta" es que lucha y "asceta" el que se ejercita. "Pro" es una preposición con el significado de ‘por’ y ‘en lugar de’.

          Este “Libro de la Consolación”, que abarca los caps. 30-33 de Jeremías, es un conjunto de oráculos sobre la salvación del pueblo: cae el yugo opresor, la herida se cura... El oráculo, pronunciado a principios del siglo VI a.C., hace más de 2.500 años, refiere las promesas hechas por Dios a David. Con el destierro, el Señor finiquita la dinastía davídica y anuncia que va a suscitar un vástago legítimo del tronco de David, que implantará un reino de justicia y de derecho; será llamado con razón "el-Señor-nuestra-justicia". Este descendiente de David será el Mesías.           No se refiere a un rey mesiánico, sino más bien a la perpetuidad de la dinastía. ¿Qué personaje humano se esfuerza en implantar el derecho y la justicia en este mundo? Dirigentes políticos y religiosos que hablan de justicia y derecho crecen y pululan por ahí. Predican y dicen "servir" al pueblo, de conducirlo a los buenos pastos del bienestar y del progreso; incluso llegan a quejarse de su enorme "tarea" y "carga". Luego, se olvidan del pobre pueblo, toman asiento y a medrar y vivir. Saltan con su corrupción y andan entre su injusticia. Las pobres y esquilmadas ovejas aguantan, soportan y continúan soñando con la libertad y la paz. Sólo, será posible con su liberador, con Jesús el Mesías. 

          El texto de Jeremías responde a una situación de profunda depresión del sentimiento nacional y religioso, como fue la de los años 520 al 444; viene a confirmar la fe en la promesa anunciada anteriormente sobre el "vástago de David" (23,5s), promesa que arranca de la profecía de Natán (2 Sam 7) y cuyo sentido se aclara a partir de Isaias (4,2). Después del destierro y antes de la reconstrucción de Jerusalén, el pueblo necesita ser alentado en sus esperanzas y, después del fracaso de la monarquía, el pueblo pondría su confianza en el rey que aún tenía que venir, en el rey ideal que le había sido prometido, en el Mesías que había de nacer de la estirpe de David.

          El sentido originario referente a un Mesías personal se debilita: el "vástago de David" no parece ser ya directamente un "rey prudente", sino toda una descendencia o todo un pueblo, aunque el sentido individual y el colectivo son correlativos, como lo son las realidades significadas: el rey y el reino davídico, el Mesías y el reinado de Dios. No puede haber un Mesías sin un pueblo mesiánico.

          Se abre el Adviento con el anuncio profético del Mesías; establecerá en la tierra la justicia y el derecho. En tiempos de Jeremías, tampoco prosperaban la justicia y el derecho. El vástago de David hará justicia, él mismo será justicia, la de Dios y a su paso todo quedará justificado. El Mesías-Dios-justicia vino y se quedó con nosotros. Pero su presencia es dinámica y con tensión escatológica. Vino, pero, aún tiene que venir. Actúa, pero se vale de nosotros. No reparte frutos, sino semillas. Crece a la manera del fermento, pero deja crecer también la cizaña. Por ello, se celebra el Adviento.

 

          El Salmo responsorial canta: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, para los que guardan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su alianza».


        San Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: «Hermanos: Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre.

          Para terminar, hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos en nombre del Señor Jesús».

 

            Tras las buenas noticias de su discípulo Timoteo sobre comunidad de Tesalónica, San Pablo escribe esta primera epístola a los tesalonicenses, llena de gozo y complacencia por la buena marcha de aquellos cristianos, que llama su "gloria y su corona" (2,19) y que han pasado a ser un ejemplo y un foco de difusión evangélica para toda Grecia (1,6-8). No obstante, el Apóstol los exhorta a que sigan adelante, avanzando en el mandato fundamental de la ética cristiana: el amor. La vida y conducta del cristiano ha de estar inmersa en el ejercicio activo del amor. El cristiano vive volcado a la fe, la esperanza y la caridad, en tensión gozosa y pacífica esperando su encuentro definitivo con Jesucristo. Tiene ejemplos y modelos que lo animan y reconfortan. No se encuentra solo en su caminar, sino acompañado por cuantos creen en Cristo. Y, pues, la vida cristiana está siempre en camino por la esperanza, hasta que el Señor venga, concluye, pidiendo a Dios que aumente el amor cristiano en aquella comunidad, hasta el colmo y que los haga santos e irreprensibles.

          La petición del crecimiento constante del amor, se sitúa justamente en la perspectiva que abre la esperanza en la venida del Señor, porque el Señor vendrá y nos juzgará a todos sobre el amor. Mientras tanto, hay que creer sin medida en el amor y hay que pedir constantemente a Dios lo que todavía nos falta. Deben seguir progresando en el amor que siempre exige más entrega, siempre presenta más deuda. Hay que amar a los hermanos y a todos los hombres e incluso a los enemigos (cfr.Gal 6, 10; Rm 12, 17). Ningún cristiano puede decir que ya ama lo suficiente, que ya es perfecto; el cristiano ha de imitar a Dios, tratar de ser perfecto como Dios es perfecto. Y Dios es Amor (1 Jn 4,8.16).

          Los tesalonicenses, evangelizados personalmente por Pablo, saben, desde su primera visita, todo lo que tienen que hacer. Se lo enseñó, no en su nombre, sino en nombre de Jesús, que es el Señor. Ahora los anima a ser fieles a las instrucciones recibidas.

          La comunidad, que corre el riesgo de ser sofocada por el ambiente que ejerce una fuerte presión, existe gracias al amor de Cristo. El amor y la presencia de Cristo en medio de la comunidad debe irradiarse y manifestarse en el amor mutuo, que crea la unidad de la comunidad y se abre a todos hasta llegar a su aspecto más radical: amar a los enemigos (Mt 5,44). Desde el amor será más fácil comprender el modo de agradar a Dios y colaborar en la realización de su plan de salvación. La salvación que Cristo ha traído no está totalmente realizada. Es una realidad en expansión que avanza hacia su cumplimiento escatológico, hacia la realización del mundo en Cristo resucitado.

          Así la Iglesia de Cristo es por definición una iglesia en camino; por ello, sólo la Iglesia puede poner en camino al mundo. La plenitud que pide el apóstol es la del amor. El amor no debe tener medida, porque nunca se ama con medio corazón. Hay que amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Hay que amar a los de casa, y también a los de fuera. El amor es la vida, que no se puede vivir nunca a medias.

 

            El Evangelio según San Lucas hoy se sitúa en el recinto del templo. A la observación hecha por algunos sobre la belleza de este templo, Jesús ilustra sobre el futuro de destrucción que lo amenaza. Pero, esto no debe confundirse con la implantación definitiva y feliz del Reino de Dios, la cual estará precedida por un tiempo de protagonismo religioso no judío.

          El ciclo litúrgico que hoy comienza nos va a acercar a Lucas, autor de un evangelio lleno de tacto exquisito, de interés por lo cotidiano y el detalle personal, de atención a los insignificantes y marginados, en fin, diferente de los de Mateo, Marcos o Juan, a pesar de sus materiales comunes.

          El testo describe un gigantesco cataclismo cósmico, el consiguiente pavor de la humanidad y, tomándola del libro apocalíptico de Daniel, describe la grandiosa llegada del Hijo del Hombre, que pondrá fin a las dificultades y sufrimientos de los cristianos comprometidos. "Se acerca vuestra liberación". Y los interpela: Vosotros velad, cuidaos, estad siempre despiertos.

          Eso que está por venir no es un cataclismo cósmico, sino un futuro de dificultad y sufrimiento que le sobrevendrá al cristiano comprometido. Las dos llamadas de atención invitan, a estos cristianos, a vivir con esperanza el reino de Dios, que llega y a no desfallecer ante las adversidades.

          Esta perícopa de Lucas recoge imágenes tomadas de la literatura profética y apocalíptica, con un lenguaje gráfico y metafórico, cuya verdad reside, por tanto, no en la letra, sino en lo que trasluce y sugiere. Anuncia la magia de un futuro mejor, evocación y sugerencia, no el fin del mundo. Sobre el origen y el final del mundo la Biblia no hace ninguna descripción científica, sino que manifiesta lo que importa a la salvación del hombre, aquí lo importante de las imágenes es que la historia que el hombre construye no es buena, pero, no por ello, está abocada a la ruina. Y ello, sólo por el cuido providente de Dios. Es la forma de expresar que caminamos hacia un mundo nuevo, que hay que cambiar, establecer la paz y la justicia y hacer saltar en añicos el mundo viejo. Este mundo, que hace el hombre,  no es bueno; por eso, no podemos dormir hasta que no venga el Hijo del Hombre, o sea, hasta que no se construya un mundo nuevo, hasta que todos los hijos de los hombres no se traten como hermanos.

          La Biblia no es un libro pesimista en cuanto al futuro del hombre ni un libro de ciencia, pero toda ella trata del hombre, de sus esperanzas y desesperanzas. La salvación no pende del hombre, con sus fracasos, siempre manifiestos y presentes, sino de Dios, a través del Hijo del Hombre. El título mismo es evocador del alcance universal que Lucas le confiere al futuro. Toda la humanidad está llamada a la plena manifestación de su anhelo, la gran liberación. Anclado en lo humano y en lo divino el Hijo del Hombre hace posible el ansia de liberación de la humanidad.

          Jesús se dirige a los discípulos, término que en Lucas es inequívocamente sinónimo de creyente o cristiano comprometido en la causa del Reino de Dios. Como Jesús, también el creyente experimenta la incomprensión y la amenaza dentro y fuera. En una situación así, es muy humano intentar desentenderse de todo, inhibirse, llámense diversión, bebida o afán de dinero. El texto invita al cristiano a mirar en perspectiva de utopía; trata de animarlo y confirmar su esperanza, depositada en el Hijo del Hombre. ¡Manteneos en pie ante el Hijo del Hombre!, nos grita hoy Lucas. Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra gran liberación¡ Luchad por ella. ¡Qué gran necesidad de este grito tenemos en nuestros días! La presencia majestuosa del Hijo del Hombre, cuando toda esperanza humana parece haber desaparecido, devuelve lo que parecía imposible: la ilusión, la certeza de nuestros mejores sueños, los sueños utópicos. Alzad la mirada. Estad atentos. No os encerréis y empobrezcáis en los reductos de una vida sin amplitudes. Es todo un programa de vida, que bien puede caracterizar al cristiano.