Los desechados

II. Los extranjeros

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

El proselitismo en Israel 

          El proselitismo pasivo -receptor- está muy claro a lo largo de la Biblia. Los gentiles, perdidos en el laberinto de sus panteones y hastiados de sus costumbres depravadas, tenían que sentirse atraídos por el monoteísmo de los israelitas, los cuales, a su vez, cumplidores, por lo general, de unas leyes reguladoras de las relaciones con Dios, presentaban un retrato de un pueblo unido y coherente.

          Israel practicaba también el proselitismo activo. En tiempos de Jesucristo, parece que se hacía con mucha solicitud: "Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que recorréis mares y tierras para hacer un prosélito" (Mt 23,15).

          Esta frase, más que una dura condena del proselitismo, refleja el sentir de la primera comunidad cristiana, a causa de que los prosélitos judíos eran más severos que los mismos judíos de raza con los suyos convertidos al cristianismo, pues los consideraban unos renegados de la verdadera religión, la de Israel.

          Prosélitos eran: Un simpatizante de los judíos, el Centurión Romano, al que Jesucristo curó un criado enfermo (Lc 7,4); Cornelio (He 10,2), un temeroso de Dios (phoboumenos ton Zeon); y uno de los siete diáconos, Nicolás, "prosélito antioqueno" (He 6,5) reconvertido al cristianismo. En todo caso, "temeroso de Dios" no necesariamente significa "prosélito"; lo que sí indica. es que se trata de una persona religiosa que respeta y adora a Dios. 

Jesucristo y los extranjeros

          En tiempos de Jesucristo, se sigue constatando la división del mundo en dos pueblos, los judíos y los paganos, con menosprecio de estos últimos, a los que se sigue llamando "pecadores". Basten tan sólo estos textos:

 

          "Si saludáis solamente a vuestros hermanos [los judíos], ¿qué hacéis de especial? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? (Mt 5,47). "Y si hacéis el bien a los que os lo hacen, qué mérito tendréis? Los pecadores también lo hacen" (Lc 6,32). "Al rezar no os convirtáis en charlatanes, como los gentiles' (Gal 2,15). "Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores gentiles" (Gal 2,15). "El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores" (Mt 26,45), es decir, de los gentiles. "Le entregarán a los gentiles para burlarse de Él" (Mt 20,19; Mc 10,33). 

          Esta supremacía que el N.T, confiere a los judíos puede corresponder a la actitud misionera de Jesucristo: "No he sido enviado, sino a las ovejas perdidas de Israel" (Mt 15,24). Jesucristo no misionó fuera de Palestina: "No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros [los gentiles]" (Mc 7,27). "No vayáis por tierra de gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos" (Mt l0,5).

          Por otra parte, la universalidad del evangelio no hace falta probarla, pues constituye su propia esencia: 

"La sangre de la Nueva Alianza será derramada por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). "Haced discípulos míos en todos los pueblos" (Mt 28,18). "Id por todo el mundo, predicad el evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo para que seáis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (He 1,8). 

          Los destinatarios de los más grandes elogios, que salieron de la boca de Jesucristo, fueron los gentiles: "Oh mujer, qué grande es tu fe" (Mt 5,28). Al leproso agradecido: "Sólo ha venido a dar gracias este extranjero" (Lc 17,18). Al oficial del rey: "En Israel no he encontrado a nadie con una fe como esta" (Mt 8,10).

          Jesucristo es "luz para iluminar a los gentiles" (Lc 2,32), "para llevar la salvación hasta el fin de la tierra" (He 13,47). Eso será San Pablo, instrumento de Jesucristo "para llevar su nombre a los gentiles" (He 9,15). Es verdad que primero se dedicó a evangelizar a los judíos y, sólo tras ser rechazado por ellos, se dedicó de pleno a los gentiles (He 18,6), entre los que se propagó, de manera prodigiosa, el cristianismo (He 9,15;10,45; 11,1-18; 13,48; 14,27; 15,12-14; 18,6; 21,19; 22,21). De Pablo es esta frase lapidaria: "Ya no hay judío ni gentil" (Gál 3,21). Todas las naciones del mundo constituimos un solo y mismo pueblo en igualdad absoluta, tanto en lo social, como en lo religioso. El particularismo judío, la xenofobia, la discriminación de razas y de pueblos, quedan condenados para siempre.

          Por otra parte, el raciocinio en sorites de los judíos de que los gentiles no conocen la ley, y si no la conocen no la practican, y si no la practican son unos pecadores, es absolutamente falso. Los gentiles no conocen la ley mosaica, pero pueden cumplir lo que esa ley manda; ellos mismos son su propia ley, pues la llevan escrita en sus corazones. Dios la ha gravado en su conciencia y, si obran en conformidad con el dictamen de su conciencia, están cumpliendo la ley y, por tanto, no son unos pecadores (Rom 2,14-15). Y, en último termino, nadie se justifica por las obras de la ley, pues todo es gracia, puro don de Dios, ofrecido por medio de Jesucristo al mundo entero. "Ya no hay distinción entre gentil y judío…, sino que Jesucristo es todo en todos (Col 3,11).

          Por tanto, que los judíos no esperen la salvación porque cumplen la ley, y además los únicos que la cumplen, por ser los únicos que la poseen y la conocen. Que se dejen de acaparar y de monopolizar a Dios, porque Dios es el Dios de todos, también de los gentiles: "O es que Dios es solamente el Dios de los judíos? No lo es también de los gentiles? Sí, también de los gentiles. Porque sólo hay un Dios que justificará por la fe tanto a los circuncisos como a los no circuncisos" (Rom 3,29-50).

          Que nadie, que ninguna religión, que ninguna institución eclesiástica, se crea en posesión absoluta de la verdad, del designio salvador de Dios, hasta el punto de afirmar que fuera de esa institución no hay salvación posible, como desafortunadamente se sigue diciendo en sectores fundamentalistas de todas las religiones. 

Reflexión 

          El sentido universalista del evangelio obliga a los cristianos a no despreciar o minusvalorar a los seguidores de otras creencias y confesiones religiosas. Dios está en todas partes y late en el corazón de todos los creyentes y no creyentes. Cada ser humano es una imagen viviente, un templo vivo del Señor, pues, "Dios no hace acepción de personas y acepta al que le es fiel y practica la justicia, sea de la nación que sea" (He 2,34) y de la religión que fuese. "Honor y paz a todo el que obra bien, tanto judío como griego, pues ante Dios todos son iguales (Rom 2,10).

          Y a no hacer discriminación alguna. Nadie puede tener privilegios, nadie es superior a nadie. "Toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada, por ser contraria al plan divino" (GS 29). Ante Dios, todos somos iguales, todos tenemos el mismo origen y caminamos hacia el mismo destino, pues "Dios ha hecho de un solo hombre a todo el género humano" (He 17,26). Una igualdad afortunadamente reconocida en las constituciones de los pueblos civilizados y democráticos. En definitiva, todos somos extranjeros tal y como lo proclamó David orante: "Todo viene de ti y tuyo es lo que te hemos dado. Ante ti, somos extranjeros y emigrantes, como lo fueron nuestros padres" (Cron 29,14-15).

          La tabla de las naciones (Gn l0) indica, de manera clara, el origen común de todos los pueblos, derivados de un mismo tronco, los hijos de Noé (Gn 9,1). La dispersión de la humanidad y la confusión de lenguas, en las que nadie se entendía (Gn 11,1-9) presenta un interrogante sobre las relaciones de los pueblos entre ellos mismos y con Dios. ¿Cada pueblo tendrá que habérselas por sí mismo, y con su propia lengua, alejado de Dios y aislado de los demás? Interrogante que tiene su respuesta inmediata en estas palabras de Dios a Abrahán: "En ti, serán bendecidos todos los pueblos de la tierra" (Gn12,3), palabras que encuentran su cumplimiento en Pentecostés, cuando el Espíritu de Dios se hizo lenguas (He 2,3-4), infinidad de lenguas, tantas cuantas se hablaban en el mundo, para hacer de todas ellas una sola, en la que todos se entendían, la lengua del amor.

          Es preciso ofrecer la mano fraternal al extranjero. El hombre, todo hombre, es ciudadano del mundo. Todas las naciones deben constituir un pueblo sin fronteras. El individuo no necesariamente tiene que estar ubicado en un espacio fijo. Como miembro de la familia humana tiene perfecto derecho a circular con absoluta libertad por la bola del mundo y a fijar su residencia donde mejor pueda subvenir a sus necesidades. Todos los hombres tienen derecho a usufructuar todos los bienes de la tierra, porque la tierra es de Dios (Lev 25,23) y Dios es nuestro Padre y todos somos hijos suyos: "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos"  (GS 69). La migración, que tanto contribuye a la unión fraternal de todos los pueblos y al progreso de la civilización humana, es un derecho natural del hombre recogido en el art. 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir residencia en el territorio de su Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio y a regresar a su país". La desproporción económica de las fuentes de riqueza y de medios de producción entre países y regiones originan el fenómeno de la migración exterior e interior. Hay que luchar contra el totalitarismo, el imperialismo del Estado y el nacionalismo exagerado, que tantos obstáculos pone a la migración.

          La desertización afecta hoy a más del 40% del planeta y a unos mil millones de personas. Esto obliga al desplazamiento. Es, asimismo, causa gravísima y perentoria del desplazamiento, la pobreza extrema en que se encuentran muchos países. Hoy hay 100 millones de personas desplazadas, desarraigadas, casi el 2% de la población mundial. Esta cifra aumenta cada día en unas 10.000 personas. Uno de cada cinco africanos está desplazado. Uno de cada 130 habitantes de la tierra vive en el exilio. Pensemos que “no hay mayor tristeza que perder el lugar donde uno ha nacido” (Eurípides). Los países ricos ni aceptan ni acogen a los desplazados. En el año 1995 fueron expulsados de España 4.875 inmigrantes y en 1997 fueron 22.570. Cuando acogemos a un extranjero, estamos acogiendo al mismo Dios. Abrahán acoge a tres personajes extraños y se encuentra con que ha acogido al mismo Dios (Gn 18) y, como contrapartida, los sodomitas encontraron su perdición por no ser hospitalarios (Gn 19).

          Las puertas de todas las fronteras deben abrirse de par en par para que haya, como demanda el Evangelio, un mundo sin fronteras. La Unión Europea ha encomendado a España el oficio de portero, de su guardián, en el Estrecho de Gibraltar. La Ley de Extranjería de 1985 sobre los derechos y deberes de los trabajadores en España y luego el Acuerdo de Schengen de la Unión Europea en el 1991 cerraron las puertas del estrecho. Leyes injustas que hay que reformar con criterios más humanos y evangélicos.

Miles de africanos mueren en el umbral de Europa, tras largos recorridos, luego de recorrer ciento de kilómetros, llenos de calamidades. Unos, los "espaldas mojadas", mueren en el agua tras abandonar las pateras, para llegar nadando a tierra firme. Otros mueren de asfixia en las maletas o en el doble fondo de las furgonetas en que venían encerrados. Otros, destrozados por los ejes de los camiones en los que estaban escondidos.

          En las aguas del estrecho han perecido muchos más; la Asociación de Emigrantes Marroquíes en España dice que han muerto unos cuatro mil en el intento. Y, como no pueden entrar legalmente en Europa, tienen que acudir a las mafias organizadas, "los negreros del siglo XX", que cobran de 300.000 a 500.000 por pasar a un magrebí de África a un país de Centroeuropa.

Un cristiano no puede contemplar impasible esta tragedia humana.