San Pablo

Carta de la cautividad

Autor: Camilo Valverde Mudarra

           

INTRODUCCIÓN

 

En el "Corpus Paulino", existen cuatro cartas que se integran en las llamadas "de la cautividad" porque su autor, Pablo, está en la cárcel cuando las escribe (Col 4,3.10.18: "estoy en prisión", con una posible referencia a 2,1: "sufro grandes angustias por vosotros y por los de Laodicea y por cuantos no me han visto personalmente"). La misma situación supone Ef 3,1; 4,1; 6,20: "Yo, Pablo, el prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles...". En Filipenses son mencionadas las cadenas a las que está sometido el escritor (Flp 1,7.13.14) y la carta a Filemón lo presenta también como "prisionero de Cristo" (Flm 1.9.10.23).

Tradicionalmente, la localización del cautiverio ha presentado dificultades. A este respecto, el lugar del hecho ofrece tres opciones:

a) Se pude pensar en Éfeso, lo que facilitaría la datación de la carta a los filipenses. San Pablo pasó en Éfeso largo tiempo de su actividad apostólica, no menos de tres años. Desde allí escribió las cartas a los Corintios y, probablemente, también las que dirigió a los filipenses y a Filemón.

b) Para las otras, una datación bastante aceptable puede ser la prisión en Cesarea (años 58-60). Las cartas a los Colosenses y a los Efesios, muy emparentadas entre sí, distorsiona geográficamente el viaje de Pablo y su prisión en Roma y cuestiona también la libertad de su actividad apostólica en "el pretorio de Herodes" (Hch 23,35). Sin embargo, la probabilidad mayor inclina a pensar en Roma (años 61-63): San Pablo goza de una relativa libertad, para el ejercicio de su apostolado y la distancia entre éstas y las grandes cartas proporcionan el tiempo necesario, para hablar con más fundamento de la evolución del pensamiento paulino; esta última hipótesis es la más extendida.

Finalmente, hay que dar a Epafras el tiempo necesario para moverse entre Colosas y Roma (Col 4,12 y Flm 23). En cuanto a la carta de recomendación escrita por Pablo a Filemón pensamos de nuevo en Éfeso: Es fácilmente imaginable una huida desde Colosas a Éfeso. Muy difícil, por el contrario, que un esclavo pensase en Roma o Cesarea para escapar de su amo; sobre todo, si tenemos en cuenta el viaje de vuelta, ya que el Apóstol reenvía a Onésimo a su antiguo amo.

El principio unificador de estas cuatro cartas no es sólo el de la situación en que se encuentra su autor. La importancia está en la coincidencia de su formulación y pensamiento que suponen un progreso considerable del Apóstol en la concepción teológica. En Col y Ef, existen pensamientos comunes, como la presentación cósmica del hecho cristiano, que abarca el mundo y sus poderes (Ef 1,9;3,3s.9ss; Col 1,26s; 2,2;4,3); la reconciliación de todas las cosas por la muerte de Cristo (Ef 1,7.10; Col 1,20) y su triunfo sobre todos los poderes antidivinos. (Ef 1,21s; Col 2,15); Cristo considerado como la paz entre Dios y los hombres, por quien han sido superados todos los muros de separación (Ef 2,14; Col 1,20)...

Junto a las ideas comunes debe destacarse igualmente la novedad de Pablo, en el concepto de Iglesia: Cristo no es sólo un miembro, como los otros, sino la cabeza, con el significado de principio y fuente de la vida, a la que todo el cuerpo está subordinado; en su presentación de la cristología, destaca el señorío único de Cristo: es la manifestación de Dios, su perfecta "imagen"; al presentarlo como el primogénito de entre los muertos, es la plenitud que llena y da sentido a todo. La Iglesia es el "lugar" de la habitación de Dios. Y, en cuanto a la escatología, con su escenificación "espacial", afirmando la pertenencia y búsqueda de "las cosas de arriba", en lugar de las "temporales", incita a mirar a lo que vendrá, al futuro.

Resulta sumamente difícil insertar la carta a los filipenses en el grupo en el que la hemos situado. En ello, influyen las distintas manos o momentos en que ha sido escrita. Tan pronto nos vemos situados en un tono familiar y agradecido por la ayuda recibida, como en una reacción violenta que amonesta seriamente frente al peligro de los judaizantes. En esta carta, de cuya paternidad paulina no se puede dudar, destacan los puntos siguientes: la única posibilidad de acceso a Dios y el único camino de la salvación nos lo ofrece la fe, no la Ley (3,7ss); la iniciativa en este camino de salud es de Dios, que es plenamente fiable; el himno cristológico insiste en que nuestro camino debe ser como el recorrido por Cristo; el cristiano canoniza todo lo bueno que hay fuera de él (4,8); el cristiano inmediatamente, después de morir, está en y con Cristo (1,23); en nuestra carta destaca el pensamiento de la alegría, descrita de distintas maneras.

En comparación con Colosenses y Efesios, el tema común más próximo es el de la escatología, aparentemente, al menos, sin la existencia del "tiempo intermedio", difícilmente compatible con lo que dice en Flp 3,20; 4,5 sobre la parusía o venida del Señor. Hay gran coincidencia en la presentación de la esencia de la vida cristiana, como "estar en Cristo"; se trata de un desarrollo del bautismo, en cuanto que es una inserción en el misterio de Cristo, en su muerte y resurrección.

Para un conocimiento más profundo de esta problemática planteada remitimos al estudio de las peculiaridades de cada carta.

 

 

I. COLOSENSES

 

I. Presentación

 

            En su fundamento literario, San Marcos originó un género literario llamado «Evangelio» para la proclamación de la Buena Nueva. San Pablo utilizó el género epistolar, ya existente, con la misma finalidad. Tanto el uno como el otro hicieron escuela. Marcos tuvo otros seguidores. Pablo, muchos imitadores.Y es lógico. Los genios escasean y las pocas cabezas creadoras tienen la misión de abrir y desbrozar caminos, que otros seguirán.

            En el plano comparativo, en el que nos hemos situado, Pablo aventaja con mucho a Marcos. No sólo por la maestría excepcional con que maneja el género epistolar y por su extraordinaria personalidad, sino, sobre todo, porque es testigo cualificado de la revelación, de la doctrina y de la tradición. Estas características tan acusadas motivaron que otros hombres, además de escribir cartas evangelizadoras, se las atribuyeran a Pablo, como si hubiesen salido directamente de su pluma. Es el fenómeno de la pseudonimia, muy frecuente en la antigüedad. Escritores poco conocidos o innominados refugian sus escritos, para darles autoridad y prestigio, bajo la sombra de una personalidad relevante. Es un fenómeno que no debe ser juzgado según las normas de nuestro tiempo. Entonces era visto con absoluta normalidad.

            Algunas cartas que figuran bajo la autoría de Pablo son consideradas hoy, más o menos unánimemente, como «deuteropaulinas». Se trata de la segunda a los Tesalonicenses, Efesios, Colosenses y Pastorales. Pero, la única de la que puede hablarse de unanimidad, en lo referente a que no pertenence al Apóstol, es la carta a los Hebreos.

            Es importante indicar que, en definitiva, Pablo se halla, de alguna manera, detrás de estas cartas deuteropaulinas, bien porque hayan sido escritas por alguno de sus discípulos o seguidores, bien porque su autor haya intentado imitar a Pablo, o bien, porque, sencillamente, desarrollan el pensamiento paulino. Cuestiones, en todo caso, secundarias frente a su pertenencia al canon de los libros inspirados y, sobre todo, frente a la autenticidad y riqueza del mensaje que transmiten.

            La carta a los Colosenses debe ser estudiada antes que la de Efesios, porque ésta parece una ampliación y comentario de la dirigida a los cristianos de Colosas. Esta ciudad se halla situada al sur de la antigua Frigia, en el pintoresco valle del Lico, en las proximidades de Hierápolis y Laodicea (4,13). Los problemas allí existentes eran muy serios y fueron los verdaderamente determinantes de nuestra carta, que, por cierto, fue dirigida a una comunidad no fundada por Pablo.

            Durante su estancia en Éfeso, el Apóstol podía haber visitado esta ciudad, lo mismo que la cercana Laodicea. Según su propio testimonio, no fue así. El conocimiento que tiene de su vida cristiana, de su fe, de su amor y de su esperanza (1,4-6) le han llegado de oídas; personalmente no se habían visto (2,1). El anunciador del evangelio en Colosas fue Epafras, un discípulo de Pablo (1,7) natural de la misma ciudad (4,12).

 

II. Desviaciones en la fe cristiana

 

            Un importante dato previo es la composición de la comunidad cristiana de Colosas. Partiendo de las mismas afirmaciones o descripciones de la carta, sus miembros procedían de la gentilidad (1,21-27, 2,13). Pero, a su vez, el tenor de la carta demuestra una fuerte influencia del judaísmo en ella. La interrelación y la consiguiente confrontación entre ambas mentalidades fue la causa de los grandes problemas existentes en dicha comunidad.

            Un grupo se había desviado de la verdadera fe en Colosas. ¿Quiénes eran? Es una cuestión que no puede ser resuelta mediante una definición tajante. De las afirmaciones de 2,16-23 nos vemos orientados hacia un grupo con las características siguientes:

 

    1. Admitían la existencia de una serie de seres intermedios entre Dios y el mundo, llamados «elementos del mundo», principados, potestades y ángeles (2,10.15.18). Esta mentalidad es llamada en la carta «filosofía» (2,8). Según ella, los «elementos del mundo» son los que hacen perceptible la «plenitud» de la divinidad. Esta, al no poder ponerse en contacto directo con el mundo, se servía de ellos, a modo de imágenes, para salvar el abismo entre el hombre y Dios. Además, dichos «elementos del mundo» regían y determinaban la marcha de los acontecimientos del mundo en general y de la historia humana en particular. La gravedad de esta «filosofía» es la que hizo que nuestro escritor se opusiese tan radicalmente y la impugnase. Es este contexto socio-cultural el que explica que la carta presente a Cristo como Imagen del Dios Invisible y que acentúe su papel único en la creación (1,15ss).

 

    2. Estos elementos intermedios, considerados como seres personales, son factores del Cristo Cósmico y venían a comprometer seriamente, si no lo negaban abiertamente, el señorío único de Cristo, ya que se exigía la adoración de estos seres. Exigencia lógica desde su punto de vista, ya que ellos constituían el punto de unión entre Dios y el hombre; en ellos se manifestaba la plenitud de la divinidad. Las afirmaciones de 1,19 y de 2,9 se explican desde aquí: Es en Cristo donde reside dicha plenitud

 

    3. La influencia judía en dicho grupo es también innegable. Baste pensar en la distinción de los alimentos entre puros e impuros, en las fiestas, los novilunios... Es probable que la mentalidad judía hubiese incluido a los ángeles entre los mencionados «elementos del mundo».

 

            De las características descritas se deduce que se trataba de un grupo que defendía una doctrina sincretista, integrada por una serie de elementos religiosos y filosóficos de procedencia diversa: judaísmo, religiones de los misterios, corrientes gnósticas. La influencia predominante era la de la gnosis. Estaríamos, por tanto, ante un sincretismo gnostizante.

 

III. Estructura y contenido

 

            La carta se divide claramente en dos partes: la doctrinal o dogmática (caps. 1-2) sigue a un proemio largo, en el que se van entrelazando unas frases con otras de forma casi interminable, en contra de lo que ocurre en las cartas estrictamente paulinas. Se abre con una profesión de fe y un himno cristológico, en los que se afirma lo siguiente:

 

    1. La salvación se realiza mediante la integración de los cristianos en el reino del Hijo y mediante el perdón de los pecados.

 

    2. La supremacía y señorío único de Cristo en el orden de la creación natural: «Jesucristo es el primogénito de toda la creación; en él fueron creadas todas las cosas; todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia».

 

3. Supremacía y señorío también en el orden de la redención: «él es la cabeza del cuerpo: de la Iglesia; el primogénito de entre los muertos; la pacificación de todas las cosas». (Ideas que únicamente son comprensibles si tenemos en cuenta el error o la filosofía que circulaba por Colosas). Presenta a continuación la imagen del Apóstol, que personifica los sufrimientos de Cristo anunciando el evangelio (1,24-2,5). ¿Cómo puede alguien completar los sufrimientos de Cristo? (1,24). Según una primera hipótesis, se haría referencia a los sufrimientos de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo: la Iglesia debería seguir el camino doloroso de Jesús. En contra de esta solución, hay que decir lo siguiente: cuando el Apóstol habla de Cristo, sin precisión alguna, se refiere al Cristo personal, no a un Cristo «colectivo». Otra hipótesis apunta a las tribulaciones del Cristo histórico. En contra de ella, señalemos que Pablo nunca aplica la palabra «sufrimientos» (zlipsis) a la pasión de Jesús. Con ella se refiere siempre a las tribulaciones de los creyentes o del mismo Apóstol.

            La solución más probable interpreta este «complemento» como los sufrimientos del mismo Pablo. Dada la unión e interrelación entre Cristo y el Apóstol, los sufrimientos de éste son los de aquél. Se refiere a los sufrimientos del Apóstol por la causa de Cristo. Tendría aquí el mismo sentido que en 1 Pe 5,1: ser testigo de los sufrimientos de Cristo significa haber sufrido por la causa de Cristo.

 

    4. La esencia de la vida cristiana consiste en estar «en Cristo» y caminar según sus exigencias (2,6-15). Es un desarrollo del bautismo en cuanto que éste es una inserción en el misterio de Cristo, en su muerte y resurrección. Termina esta primera parte con la descripción de los enemigos (2,16-23).

 

     La parte parenético-moral (caps. 3-4) comienza con el principio paradójico de la vida cristiana: habéis muerto y resucitado con Cristo... debéis morir y resucitar con Cristo. Debéis ser «personalmente» lo que ya sois «objetivamente». Sigue un catálogo de virtudes y de vicios (3,5-17), de cinco miembros cada uno; reglas sobre el modo de proceder en los diversos estados (3,18-4,1), que no son específicamente cristianas, sino que proceden de la filosofía y ética populares. Y termina con otras recomendaciones y con los saludos obligados.

 

IV. Lo «novedoso» frente a Pablo

 

            En cuanto se refiere a la discusión sobre la autenticidad paulina de esta carta, se ha aducido lo «novedoso» de Colosenses o las diferencias existentes entre las cartas estrictamente paulinas y la enviada a los cristianos de Colosas. Se centran en las siguientes:

 

    1. En el concepto de la iglesia, en cuanto cuerpo de Cristo. En ella, Cristo aparece como la cabeza con el significado de principio y fuente de la vida, a la que todo el cuerpo está subordinado. También en las grandes cartas de Pablo es mencionada la cabeza, pero como un miembro más del cuerpo, no con el significado que acabamos de precisar. En Colosenses podría hablarse de un Cristo «cósmico» o de una interpretación cosmológica de Cristo (1,15-20; 2,10.15). El argumento no es, de suyo, demostrativo, porque ha podido haber una evolución o un progreso en el concepto de Iglesia por parte de Pablo, y esto se vería reflejado en esta carta en la acentuación de la función de la cabeza. También habría que contar con la cosmovisión de los adversarios o herejes a los que Pablo combate.

 

    2. En cuanto a la escatología, tendríamos la novedad en una concepción espacial: la esperanza cristiana está «arriba» (buscad las cosas de arriba), en el cielo, mientras que en las otras cartas de Pablo se acentúa el aspecto temporal: la esperanza cristiana está más allá, más lejos, al final. La contraposición, por tanto, no es entre presente y futuro, sino entre lo de abajo y lo de arriba. Tal vez, esta visión estaría condicionada por las concepciones de tipo gnóstico de los desviados de la fe cristiana.

 

    3. Las diferencias terminológicas tampoco son decisivas: el «reino del Hijo» (Pablo habla siempre del «reino de Dios»); «el perdón de los pecados» (Pablo nunca utiliza «pecados», con el vocablo amartia, en plural); la presentación de Jesús como «imagen» de Dios es única.

 

            En cuanto al estilo de la carta, se echa de menos la viveza que caracteriza el estilo de Pablo; aquí, es ampuloso y sobrecargado, plagado de frases largas que surgen de la concatenación de oraciones de relativo y construcciones con participio e infinitivo.

            El vocabulario no es paulino. Se cuentan hasta 34 «hapaxlegómena» (palabras que únicamente aparecen en este escrito). Por otra parte, faltan en Colosenses términos característicos del epistolario paulino: la «justicia de la fe», la importancia del «creer», la koinonía...

             Estas y otras novedades pueden explicarse bien por una influencia del ambiente, cuyas peculiaridades exactas desconocemos, bien porque Pablo utilice expresiones ya consagradas. Las anotaciones u observaciones que hemos hecho a cada una de las «novedades» de Colosenses no tienen la intención de defender ni de negar la autenticidad paulina, sino de buscar el equilibrio y evitar precipitaciones al decidir.

            Los indicios parecen inclinar hacia la consideración deuteropaulina de la carta. Un discípulo de Pablo, buen conocedor del maestro y respetuoso con él, expuso el pensamiento paulino «más evolucionado y adaptado a las nuevas necesidades»; escribió esta carta, en torno al año 80, en alguna de las iglesias paulinas del Asia Menor. Según la costumbre de la época, se la atribuyó a una autoridad mayor que la suya personal: nadie mejor que Pablo podía cobijar con su sombra poderosa un escrito como éste. Es el fenómeno frecuente de la pseudo-epigrafía, que no entraña ningún fraude, ya que era completamente normal y conocido por todos.

 

V. Lo «inadmisible» por Pablo

 

            Hay dos puntos esenciales, considerados por el autor de la carta como irrenunciables para la fe cristiana:

 

1. El señorío único de Cristo: Este pensamiento se pone de relieve en la carta porque los adversarios consideraban a Cristo como un «ministro parcial» en la obra de la salvación. Como uno de tantos «ejecutivos» en el plan divino de la salvación. Frente a ellos, el autor de la carta afirma que Cristo es el Salvador. La creación y la historia constituyen el marco más adecuado para desarrollar este pensamiento central:

 

     a. El himno cristológico (1,15-20) da por supuesta la predicación habitual de Pablo y la resume diciendo: Cristo es el comienzo, el primogénito de entre los muertos (1,18, véase 1Cor 15,20-23; Rom 1,14). Este comienzo o primogenitura significa la presencia del tiempo nuevo, de la nueva «era», que alcanzará su plenitud decisiva en la hora escatológica.

 

    b. Esta «novedad» es la realización del proyecto creacional: Jesucristo es la imagen del Dios Invisible, el trasunto perfecto de Dios. Verlo es ver al Padre (Jn 14,9). Es el Revelador, el exegeta o el hermeneuta de Dios (Jn 1,18). El Único. Cuando Dios creó al hombre «a su imagen» (Gén 1,26s), ya estaba pensando en el Nuevo Adán, que iba a ser la imagen perfecta de Dios. Sólo quien haya vencido definitivamente a la muerte puede ser la imagen adecuada del «Dios Vivo».

 

     c. Las afirmaciones sobre su primogenitura y su protagonismo en la creación pretendían únicamente poner de relieve el señorío único de Cristo. Ninguno de los múltiples seres intermedios mencionados en la carta: tronos, dominaciones..., pueden entrar en competencia con el Kyrios Único.

 

     d. Cristo no sólo está por encima de todo. Es el que da sentido a todo. Es la «plenitud», el pleroma 11,19): el «complemento lleno» y el «absolutamente abundador» de todo. Por Cristo, el hombre y las cosas alcanzarán su sentido y plenitud, a la que fueron destinadas ya desde el principio.

 

     e. Esto afecta no sólo al campo de la creación, sino también al de la redención. Cristo es la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia (la lectura «del cuerpo de la Iglesia» debe tener en cuenta que el genitivo es epexegético o explicativo, y debe traducirse, por tanto, «del cuerpo, que es la Iglesia». Aquí, la cabeza significa el principio o fuente de donde deriva la vida a los creyentes, constituyéndolos en miembros de su cuerpo).

 

     f. En él reside la plenitud (1,19) de la divinidad corporalmente (2,9), no en las potencias angélicas o espíritus intermedios, como pensaban los herejes de Colosas. Cristo es el verdadero templo de Dios, el «lugar» donde él habita y donde él se ha hecho visible (Jn 1,14).

 

     g. Él es el reconciliador (1,21-23). Desde su verticalidad, el himno desciende a la horizontalidad: con su obra, Cristo ha superado las diferencias o etiquetas humanas; ha creado una unidad entre ellos; ha superado las divisiones y sumisiones de unos a otros, y ha colocado esta unidad en la recta relación con Dios, en la que todos son hijos de Dios, con un único Amo, que es Dios.

 

     h. Cristo es la esperanza de la gloria (1,27) El señorío único de Cristo y su presencia en medio de los creyentes genera la esperanza de la gloria. Y esto es una posibilidad concedida a todos sin excepción, no reservada únicamente a unos iniciados que lo deben guardar para sí, como en las religiones de los misterios Esta es la gran novedad: la universalidad de destino de la salvación; éste es el misterio escondido, que ahora ha sido revelado gracias al evangelio anunciado por Pablo.

 

    2. Esto nos lleva al segundo punto irrenunciable para la fe cristiana. La salvación de Cristo es completa en sí misma, ya que Cristo es la cabeza con vitalidad suficiente para vivificar la Iglesia, su Cuerpo. El autor lo desarrolla del siguiente modo:

 

            a. El punto de partida es la acción de Dios, «que nos rescató del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo querido, en quien tenemos la liberación y el perdón de los pecados» (1,13s).

 

            b. La esperanza cristiana aparece como impulsora de la fe y del amor (1,5). Se afirma que la fe y el amor de los colosenses no está «en el aire», sino que se apoya en una esperanza firme. La esperanza cristiana se halla profundamente enraizada en el hecho cristiano, en un acontecimiento histórico controlable, al menos hasta un cierto punto. Esto constituye la mejor respuesta a la acusación de que Colosenses presenta un cristianismo «desencarnado», empeñado únicamente en buscar las cosas de arriba (3,1).

            c. El fundamento de la vida moral y ascética del cristiano lo constituye la unión con Cristo resucitado o la participación personal en el misterio pascual. El bautismo nos hace participar de él. A la acusación de un cristianismo «desencarnado», Colosenses responde: el lugar donde se vive y donde se desarrolla la fe es el mundo; la fe no consiste en una separación-superación espiritual del mundo, sino en la existencia mundana en el amor; la vida cristiana es la misma existencia humana vivida en libertad, pero esta libertad considera al hombre viviendo solidariamente con sus hermanos, no como una isla; es la libertad en el amor y para el amor; el cristiano vive en estado de peregrinación. Pensamientos que son perfectamente paulinos.

            d. El eslogan que traduce las exigencias de la vida cristiana es «despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo» (3,5-11), es decir, renunciar a todo aquello que no es cristiano o que es positivamente anticristiano y vivir según el programa de conducta establecido por Jesús.