Los desechados

II. Invalidos

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

Un sordomudo: Mc 7, 31-37 

         Los sordos solían ser también mudos. La misma palabra haras servía para designar al sordo y al mudo. Jesús le mete los dedos en los oídos y con ellos ensalivados le tocó la lengua. Estos gestos tienen un carácter sacramental, pues realizan lo que significan; expresan que el milagro es una parábola en acción, con la que Jesucristo indicaba de manera práctica lo que iba a hacer, al mismo tiempo que provocaba la fe en el sordomudo. Pero el poder curativo no estaba ni en la saliva, ni en los dedos, era un poder divino que venía de lo alto. Por eso, Jesucristo "alzó los ojos al cielo", para que se viera que hacía el milagro con el poder de Dios.

         A continuación, "dio un suspiro", indicio de su profunda compasión por el lamentable estado en que se encontraba aquel desgraciado. Luego, de manera imperativa y tajante, dice: "Epheta, ábrete". El que Marcos haya conservado la palabra aramea indica que fue la que salió de la boca de Jesucristo. Y se efectuó el milagro. La reacción  de la gente es de una explosiva admiración: "Todo lo hace bien, hasta a los sordos hace oír y a los mudos hablar" (7,37). Con este milagro, se cumplió lo que dijo Isaías: "Los oídos de los sordos se abrirán, la lengua del mudo gritará de júbilo" (Is 35,5-6).

Jesús, que es la Palabra del Padre, cura de la sordera y de la mudez a este hombre, para que pueda oír la palabra de Dios y para que pueda alabar a Dios con su palabra. La curación se hace a instancias de unos amigos del sordomudo, lo que pone de manifiesto el poder de la oración por los demás (7,31). Piden a Jesucristo que le toque con sus manos físicamente. Tienen tanta fe, que están seguros que con sólo tocarlo quedará curado.

         La sordera es el símbolo de los que tienen los oídos taponados y no oyen, no quieren oír, ni quieren escuchar la Palabra de Dios. La mudez es el símbolo de los que tienen la boca cerrada, el corazón endurecido y no son capaces de hablar al Señor, de darle gracias por tantas gracias que de él constantemente recibimos. 

El paralítico de la piscina: Jn 5 

         En los soportales de la piscina, "había muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos" (5,4). El enfermo, que va a ser curado, llevaba treinta y ocho años paralítico. Jesús, sólo al verlo, se da cuenta de la desesperada situación en que se encuentra y se adelanta a preguntarle: ¿"Quieres curarte"? La iniciativa parte de Jesucristo, con lo que nos enseña la sensibilidad que hemos de tener con el infortunio ajeno, la prontitud con que hemos de adivinar el sufrimiento de los demás y nuestra disposición para aliviarlo. El milagro de la curación integral requiere la voluntad del enfermo y la fe en que puede ser curado. La respuesta del paralítico está llena de dolor. Ya podía haberse curado, pero no ha encontrado ayuda de nadie y, como no puede valerse por sí, no puede llegar nunca al lugar, donde se encuentra la curación. Hay muchos seres humanos que no pueden salir del atolladero, en que se encuentran, por no tener un alma caritativa que lo lleve.

         Jesucristo le dice: "Levántate, toma tu camilla y vete". Se ha efectuado ya la curación del cuerpo, pero falta la del alma. Por eso Jesucristo se hace el encontradizo, igual que hiciera con el ciego de nacimiento (Jn 9,36-3), y le dice: "Has sido curado. No peques más para que no te suceda algo peor" (5,14). Jesucristo no dice que la enfermedad fuera consecuencia del pecado. Lo que pretende es poner de relieve la conexión que hay entre el pecado y el dolor, su enfrentamiento contra el poder pecaminoso de Satanás y su propio poder para perdonar los pecados, para dar la salud plena (Mc 2,10).

         El milagro se realiza en la fiesta de Pentecostés, en que los judíos conmemoraban la transmisión de la Ley a Moisés y a Israel, como fuente de salud. Pero este inválido, tantos años paralítico, es un testimonio contra la inutilidad de la Ley que no puede darle la salud. La salvación, la salud viene únicamente de Jesucristo.

El milagro se realiza en sábado, lo que levanta un gran escándalo entre los fariseos, pues el sábado es el día dedicado a Dios y a rendirle un culto especial. Jesucristo elige ese día, para enseñarnos, que por encima del culto está la Caridad y que Dios sigue prefiriendo la misericordia al sacrificio. Así lo expresa el Maestro: "El sábado ha sido hecho para el hombre, no el hombre para el sábado" (Mc 2,27). Es decir, Dios ha ordenado el descanso sabático para beneficio del hombre, por lo que no sólo es lícito, sino obligatorio, hacer en sábado y siempre todo lo que pueda redundar en el bienestar del otro, el prójimo. 

Un cojo de nacimiento   

         Se trata de un cojo de nacimiento (He 3,1-11), "cojo desde el seno materno" (3,2), que no podía valerse por sí solo, al que todos los días llevaban a pedir limosna a la puerta del templo más concurrida, la que daba al oriente. Los pobres se ponen siempre a la puerta del templo, porque dan por supuesto que los que entran en él practican la caridad.

         Pablo y Juan, que vivían en pobreza evangélica y apostólica, no pueden darle una limosna, porque no tienen dinero, le dan lo que tienen, porque al que pide, hay que darle algo: dinero, cariño, amistad. Ellos tienen el poder de Jesús y con ese poder le curan la cojera. Sus pies se fortalecieron, dio un salto y comenzó a dar brincos de alegría. Y entró en el templo con Pedro y Juan, cosa que antes le estaba prohibido, para dar gracias a Dios.

         El poder de Jesús no está limitado a la curación física. Jesús es el camino (Jn 14,6) y, cuando cura a un hombre que no puede caminar, indica también que ese hombre está capacitado, no sólo para moverse y hacer su vida normal en el entorno, sino que lo está para recorrer el camino espiritual que conduce al encuentro con Dios. La curación física es un signo del poder absoluto de Jesucristo, como único salvador del mundo (He 4,11-12), que cura al hombre de todas sus limitaciones, tanto materiales como espirituales.

         Las reacciones ante el milagro son semejantes a las de la curación del ciego de nacimiento (Jn 9). El cojo curado no quiere separarse de los apóstoles en señal de agradecimiento a ellos y a Jesús. El público se quedó tan admirado, al ver lo sucedido, que acudieron en masa a escuchar las palabras de Pedro (3,9-19) y hubo numerosas conversiones. "Muchos abrazaron la fe", su número llegó a unos cinco mil (He 4,4). Como contraposición, el "Sanedrín celebra una reunión extraordinaria, y, a pesar de reconocer el hecho milagroso, prohíben a los apóstoles hablar de Jesucristo (He 4,16), se enfrentan a la luz, en un pecado de incredulidad.

         San Pablo curó también en Listra a un cojo de nacimiento. Lo hizo, porque el cojo "tenía fe para ser curado" (He 14,9), pues sin fe, no hay curación. Esto significa que el milagro físico va acompañado del milagro espiritual, la fe, la salvación. Las reacciones también son las mismas: Las masas tomaron por dioses a Bernabé y a Pablo (He 14,11-13), mientras que los judíos sublevaron a la gente contra ellos, los apedrearon y los dejaron medio muertos en las afueras de la ciudad (He 14,19). 

En la actualidad 

         Hay, en este mundo muchos millones de inválidos físicos y mentales. La Sociedad Moderna les tiene una atención mucho mayor que antes. No obstante, siguen siendo objeto de discriminación. No acaban de lograr incorporarse al mundo del trabajo en igualdad de derechos, a pesar de que realicen el trabajo con la misma eficacia, y a veces aún mayor, que los considerados "capacitados". Urge, pues, una normativa laboral que acabe con estas injustas y humillantes discriminaciones. En un ámbito cristiano, los "discapacitados" tendrían incluso que recibir un trato preferente también en el trabajo.

         Ahondando en la cuestión, quizás, se pueda afirmar que la humanidad, todos nosotros, es una inmensa multitud de disminuidos. Ciertamente, todos estamos dotados de magníficas dotes para ciertas cosas, pero, sin duda, en nuestras deficiencias, carecemos de  otras muchas. Si en algo somos verdaderos maestros, en mucho, arrastramos grandes imperfecciones. La discapacidad, en cualquiera de sus singularidades, es esencial a la naturaleza humana. Reconocer la realidad, es andar en verdad; la humildad es la verdad. Al fin de cuentas, en general, todos estamos entre aquellos siervos inútiles (Lc 17,10); marchamos con nuestros defectos, necesitamos de auxilio; precisamos de los demás en el perfecto desarrollo de nuestra personalidad, en el crecimiento de la voluntad y de la mente, para robustecer la fe y la caridad, que todo lo tolera, todo lo soporta, todo lo espera. La Caridad es Eterna.