Evangelio de San Mateo

Sermón de la Montaña 5,1-12

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

            S. Mateo ha recogido las reacciones que luego se repiten a lo largo de su evangelio. De este modo, alerta sobre un aspecto importante: está haciendo una invitación a tomar partido por JESÚS, que será motivo de división.

            El episodio de los magos (Mt 2,1-12) cumple esta misión. Hay algunas alusiones al Éxodo. Herodes y el Faraón símbolos del endurecimiento del corazón ante Jesús. Herodes-Jerusalén, imagen de Faraón-Egipto, entorpecen la acción de Dios y dan lugar a un nuevo éxodo. Este es el sentido del relato y su intención es presentar dos tipos de reacciones ante Jesús. En una, Jerusalén, Herodes, sacerdotes y maestros de la Ley que tienen el anuncio de la buena noticia y la rechazan y buscan su muerte; otra es la reacción de los magos, se ponen en marcha, buscan, llegan al niño, lo reconocen y adoran.

            Jesús provoca dos reacciones: aceptación y rechazo, encarnadas en el pueblo judío y los paganos respectivamente. Esta será la constante en todo el evangelio: rechazo que llegará hasta su muerte y aceptación del Nuevo Israel que abarcará a todos los pueblos (Mt 28,18).

 

Introducción.

 

            “Viendo a la muchedumbre, subió a un monte...” San Mateo dice que Jesús «sube» a un monte con el fin de que lo oigan; esto ya sugiere un adelanto del Sermón. Cristo había predicado ya muchas veces su doctrina en estas condiciones. San Lucas dirá que Cristo, por la noche, subió a la montaña para orar, luego baja para hablar.

            La montaña se halla cerca de Cafarnaum (Mt 8,15; Lc 7,1). La tradición, que llega al s. IV, lo sitúa junto a Tabgha; tiene 250 metros de altura, con un kilómetro de superficie, y está a tres de la ciudad.

       Rodeado de discípulos y Apóstoles, recién elegidos, se dirige sólo a los discípulos (Lc 6,12), y, probablemente, predicó a la gente, en la llanura; queda así todo situado literariamente: «abriendo la boca, les enseñaba, diciendo…

 

Las Bienaventuranzas». 5,3-12 (Lc 6,20-23)

 

San Mateo y San Lucas difieren en el número de «bienaventuranzas». Acaso el texto aramaico, contuvo un número más limitado. La reducción en Lc lo confirmaría. Oratoriamente es probable que Cristo hubiese pronunciado más, aquí o en otras ocasiones, pues es un gran recurso pedagógico. El género literario de las bienaventuranzas es un producto semita. Las Escrituras las usan varias veces (Sal l,l-3; 31,); 41,2: Pror 3,13; 8,34; Eclo 1-L,1; 28,23, etc.), lo mismo que los escritos rabínicos.

       Las «bienaventuranzas» evangélicas aparecen rimadas al modo hebreo de hemistiquios; en el primero se señala una virtud y en el segundo el premio correspondiente. De ahí que literariamente, no tengan una diferenciación conceptual rigurosa; el premio suele ser el mismo con simple variación literaria o formulada en relación al primer hemistiquio. Por esto, el número de conceptos es más literario que conceptual. Normalmente, se cuentan ocho en San Mt (v.3-10), ya que los v.11-12 se toman por una prolongación «duplicada». Sin embargo, con relación a su simple distinción literaria, se puede decir que son un total de nueve.

            La diferencia, entre Mt y Lc, estriba en que Mt les da una formulación más espiritualista, mientras que Lc las expresa de un modo más material, que es el primitivo; Mt las formula en tercera persona, y Lc en segunda, esto también parece ser primitivo; se dirige a las discípulos oyentes (v. 1; Lc 6,20). Mt parece tener incluso un índice de esta formulación primitiva y les da una interpretación más impersonal y universalista. La forma primitiva es la más escueta y aparentemente más materialista de Lc. Si se colocan en paralelo las de Mt y Lc, los dísticos quedan sólo alterados por las adiciones interpretativas de Mt: «de espíritu» (v.3) «a la justicia» (Lc 6) «por la justicia» (v,10). Y eso suele tener valor decisivo en la estructura del ritmo semita.

       La expresión primitiva, la de Lc, es más semita. Y, si hubiese encontrado en el original la matización espiritualista de Mt, no la hubiese cambiado. Mt hace suya, con su matización, la adición «de espíritu», para evitar interpretaciones erróneas, lo mimo que la de «a o por la justicia».

       Las cuatro primeras bienaventuranzas expresan la misma dependencia de los fieles respecto a la gracia de Dios. La proclamación en todas ellas es la misma: para quienes han estado buscando la justicia de la alianza de Dios, está aquí: ¡Dios reina! Las cuatro siguientes tocan aspectos de la justicia humana como respuesta a la de Dios. Por esta razón ambas series terminan con la misma palabra: justicia.

 

1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos (Lc 6,20)

 

       Mt y Lc utilizan la misma palabra «pobre», que no evoca lo mismo, a un gentil que a un judío, en hebreo 'arzí y 'angryírn. Este término designó primero, en la legislación mosaica, a los que no poseían tierras (Ex 22,24; Lev 19,10; 23,23): gentes pobres en sentido material, y, con frecuencia, gente sin apoyo ni influencia social, gentes explotadas y humilladas. Aunque no es éste el exclusivo aspecto que tiene aquí esta palabra «Pero por esta afinidad de conceptos se hacen sinónimos en el paralelismo poético, y los LXX traducen, indistintamente, por las palabras correspondientes «pobre» o «humillado». Por ellos muestran gran solicitud los profetas (Am 8,4; Is 3,14.15; 10,2; 14,32). Pero después del destierro babilónico, a la noción de «pobre» se añade la noción del que confía en Dios, por lo que se aproximan primero y se asimilan después los conceptos «pobre» y «piadoso» (Sal 34,7.8; 35,10). Así el concepto de «pobre», en este sentido bíblico, viene a enriquecerse con el aspecto religioso: es un pobre que confía en Dios y le pide auxilio (Sal 34,19).

       En el A. T., se halla expreso, en varios pasajes, el agrado con que Dios ve la pobreza, sea con promesas, sea con hechos. Sin embargo, la renovación de Cristo consiste en que beatifica al que libremente vive la pobreza, con aceptación, -piénsese que se la consideraba castigo en la Ley-, lo mismo que el premio para estos pobres no consiste en bienes temporales, sino la entrada en el Reino. Para los rabinos, «según sentencia propia, ninguno de los males se puede equiparar al de la pobreza». Ya no será el reino patrimonio exclusivo del rico -considerado por ello bueno-, sino que la pobreza, está así situada en el plan de Dios y prepara, meritoria y tranquilamente, la pertenencia al Reino.

       La bienaventuranza destaca a Cristo como Mesías, al evocar la «evangelización» de los pobres, conforme a Isaías (61,1). Esta idea es indicada expresamente por Mt en otro pasaje (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23). Y es una rectificación del mesianismo rabínico judío: el Mesías no eliminará la pobreza.

       El premio a los «pobres» es el reino. Si se dirige a los apóstoles, se pensará en la fase celeste. Pero los tiempos usados para indicar el premio de las «bienaventuranzas», puestos unos en presente -«porque suyo es el reino»- y otros en futuro -«verán a Dios»-, no son argumento decisivo, ya que la redacción es de tipo «sapiencial» o «gnómico», donde los tiempos cuentan menos que el sentido atemporal que encierran, y la permuta de tiempos no suele afectar al concepto. Para la valoración en este punto de todas las «bienaventuranzas» hay que tener presente dos elementos:

a) El doble concepto que se usa en los evangelios sobre el «ingreso» en el reino: Unas veces ya está presente y realizado, otras, en cambio, aparece como futuro, en su fase celeste, «escatológica».

b) El sentido «moral» de adaptación universal que les da Mt, por el sentido «eticista» que imprime.

            Así pues, vivir la pobreza con Jesucristo, proporciona el derecho de propiedad del reino.

 

2. Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados (Lc 6,21).

 

            Se encuentra Mt y Lc. El vocablo usado indica aquí, conforme a la ley oriental de fuertes contrastes, una amargura muy profunda. Conceptualmente no está muy lejos de la primera -pobres»-. La diferencia se muestra como género -«llorar»- y especie -pobres».

            Téngase en cuenta que no se beatifica el «llanto», sin más. Si no pone «en espíritu», como en la primera, ha de suponerse que se encuadra en un mismo propósito intencional del autor. Es el «llanto» de la vida, -tristezas, desgracias, dolores-, pero religiosamente interpretado ante Dios.

       Jesucristo abre al «dolor» una perspectiva nueva. Para los judíos neotestamentarios, el dolor todavía era considerado como castigo a pecados (J n 9,2). El libro de Job ya había mostrado que el dolor tenía una misión de purificación y mérito. Pero, ahora, se presenta la consideración especial del dolor como actitud ante el Reino.

     En su redacción primitiva, acaso los 'anazuírn de la primera bienaventuranza, sean gentes abandonadas y hasta consideradas pecadoras, pero son los sufrientes, en el único y particular aspecto de la formulación del «llanto».

            El premio es su «consolación». Acaso, «serán consolados» se pueda referir a la fase final. Pero está encuadrado en los principios de interpretación filológico-sapienciales; primitivamente pudiera referirse a su entrada en el Reino. Sin duda, también, caben consolaciones aquí, en esperanza, como se ve en Mt (5,12).

       Jesucristo, en esta bienaventuranza, al cumplir y evocar la profecía de Isaías (Is 61,1-3) sobre el llanto y «consolación» en función del Reino, se presenta como Mesías. Isaías profetizó del Mesías que tendría también la misión de consolar a los tristes (Is 61,2.3). El Mesías era llamado «la Consolación de Israel» (Lc 2,25) y el Consolador (Menahén). Esta coincidencia literal de Mt con Isaías, tomada de la versión de los LXX, es intencional, no fortuita. Mt cita varias veces a Isaías en su evangelio, como prueba de que, en Cristo, se cumplen los vaticinios mesiánicos del profeta. Se había entendido que Dios transformaría realmente el exilio en gozo; que el Señor iba a consolar en el Siervo, al pueblo (Is 40,1-2; 52,9). Se aseguraba la restauración del reinado de Dios en Sion (52,7) después del exilio (Is 61,1-2).

       Esta bienaventuranza anuncia que ese tiempo ha llegado. ¡Los que sufren en el duelo y en la aflicción, serán consolados porque el reino ha llegado, y es de ellos!

 

3. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra

 

       La bienaventuranza de la mansedumbre aparece en muchos códices griegos, en tercer lugar, antes de la del sufrimiento, de los que «lloran». Aquí, seguimos el orden de la Vulgata. Es propia de Mt. No es preciso ni hay razón para pensar en un desdoblamiento de la primera por su parecido

       En lengua griega se usa un término, cuya raíz significa dulzura, mansedumbre. Si perteneció, como parece por su estructura, al original aramaico, su traducción al griego, lo mismo se puede interpretar esta palabra por ser «pobre», «miserable» que ser «manso» o «mansedumbre» ('nnah), como hacen los LXX. Pero, con ello, San Mt debe querer decir algo distinto de la primera, que además se traduce al griego por otro término.

            La idea de esta «bienaventuranza» es una cita textual del salmo 37,11; en su texto hebreo encontramos 'atzárninz («afligidos»), mientras que los LXX [36,11] hacen referencia a los «mansos» (prneis). Este pasaje conecta con Sal 37,22, donde el salmo dice: «los que el Señor bendice heredarán la tierra». El significado de «mansos», por tanto, es fundamentalmente el mismo que el de «pobres en el espíritu». La posesión de la tierra se convirtió en una preocupación real para los exiliados que regresaron con la esperanza de poder reclamar su patrimonio ancestral; pero, para muchos, todo se quedó tan sólo en una piadosa esperanza (Is 57,13; 60,21) de la que el Sal 37 se convirtió en expresión sucinta. En la enseñanza de Jesús, el concepto de heredar la tierra funciona, como figura de lo que significa experimentar el dominio justo de Dios, heredando el reino.

       En el contexto de este salmo (v.6a.7b.8.14.32) se establece una contraposición entre el rico opresor y el pobre que lleva su suerte con resignación y paz: «mansedumbre». El sentido exacto de esta «mansedumbre» se puede ver en el contexto total del evangelio de Mt, único evangelista que usa este vocablo en dos pasajes. Del primero (Mt 21,5), se deduce que, para Mt, «mansedumbre» es la carencia de violencia, resignación; y del segundo (Mt 11,29), el de benevolencia y compasión. Pero, además, «la pmaytes es esencialmente mansedumbre y modestia; teniendo una afinidad particular con la humildad, de una parte, y con la benignidad o compasión, de otra. Es paciente y buena, tan enemiga de la cólera vengadora, como del orgullo extremoso. La distancia con la de los «misericordiosos» no parece grande. Una y otra expresan una misma actitud del alma fundamental, característica del espíritu de la nueva Ley». Tal vez, la diferencia esté, en que, en la primera, se beatifica la pobreza llevada libre y religiosamente, y en la segunda, en que se añade el llevarla incluso con agrado y benevolencia hacia los demás.

            Siempre se añade una recompensa. El premio es que «poseerán la tierra». Palabras tomadas del mismo salmo: retribución que allí se asigna a los «pobres» (Sal 37,11; 9,22). Es el salmo en el que se plantea el problema de la «retribución». El pobre «poseerá la tierra», que es Palestina. La tierra prometida vino a ser el ideal y tipo del reino de los cielos.

            El verbo, «heredarán», corresponde al hebreo yarccesell, que lo mismo significa heredar, que simplemente poseer, sin más matices. El modelo de posesión lo indica San Pablo: «coherederos» del Padre con Cristo (Rom 8,17).

            Con respecto, a la atención de los apóstoles, que ya han entrado en el reino, se refiere a la fase escatológica. Pero Mt también la adapta al valor «moral» de universalidad actual.

 

4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados (Lc 6,21a).

 

       La cuarta bienaventuranza se lee en Mt y Lc y es también paralela a expresiones de esperanza relativas a la restauración del dominio de Dios encontradas en Isaías, especialmente en 49,10; cf. 41,17-20. En Is 55,1-2, el festejo de la restauración del reinado de Dios se presenta, como una invitación a quienes tienen hambre y sed, para que vengan al banquete de celebración con ocasión del cual se transfiere al pueblo la «alianza eterna» hecha con David (Ls 55,3-5). Quienes «tienen hambre y sed de justicia» son los que aguardan la justicia de Dios, el cumplimiento de sus promesas de restablecer al pueblo la libertad y la prosperidad (Is 45,13; 42,6.21). A quienes buscan la justicia del Señor (51,1) se les asegura que está llegando velozmente (51,5), y que los fieles de Dios quedarán vindicados (59,16; 63,1). Serán saciados.

            Como en otras «bienaventuranzas», Mt (v. 3.8.10) introduce alguna frase para precisar bien el sentido. Al «hambre», añade «sed», pleonasmo semita que no cambia el significado (Is 49,10; Am 8,11) y le añade el complemento «de justicia». La primitiva forma aramaica quizás fuera como la expresa San Lucas, la escueta beatificación de la inanición real. Que es una adición, se ve en que quiebra el ritmo semita de su estructura. El sentido es: Bienaventurados quienes, verdaderamente, desean la justicia. La idea está muy cerca de lo que dice Jesucristo en este mismo sermón: «Buscad el reino y su justicia» (Mt 6,33). La justicia yuxtapuesta al concepto del reino se halla en aquello que hace al hombre justo, que es el cumplimiento de la voluntad divina. Está en lo que dijo Cristo: «Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20). Es la justicia que permite incorporarse al reino.

            La expresión y el contexto del sermón no evoca la justicia que Dios hace, sino más bien la que se esfuerza uno en adquirir a los ojos de Dios, cumpliendo su voluntad. Como universaliza y «moraliza» el sentido primitivo, es la justicia moral producto del conjunto de obras cristianas. El fariseísmo creía que iba a lograr esta «justicia» del reino por el cumplimiento material de la Ley.

            Pero, el que San Mateo metaforice y complemente la bienaventuranza primitiva aramaica, no desdice su contenido; al convertirla en metáfora con complemento, la primitiva idea del «hambre» material se espiritualiza y se potencializa. Se trata del vivo deseo del cumplimiento de la voluntad, justicia, de Dios en nosotros, en la que queda incluida esa primitiva formulación escueta del «hambriento», que vive, religiosamente, su situación.

       El premio asignado es el ser hartos, saciados. El verbo en futuro apunta a la fase celeste, pero el valor «sapiencial» de las bienaventuranzas les confiere un sentido más amplio, universal. En Lc se contrapone el hambre de «ahora» a la futura «saciedad».

 

5. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos encontrarán misericordia.

 

            Es propia de Mt. Tiene una formulación absoluta y universal. Pero como fórmula «sapiencial» puede tener restricciones y matices. Realmente, no consiste en beatificar sólo el temperamento sensible y filantrópicamente compasivo; ni realzar una misericordia afectiva y no efectiva, en la medida de lo posible, como indica todo el contexto literario del Sermón del Monte (Mt 7,21). En este sentido, se trata de la misericordia que está en función del «mesianismo» del reino.

       La palabra hebrea hesed, que significa «amor fiel», es el punto central de la quinta bendición. Era el amor constante, salvífico y redentor de Dios lo que constituía la base de la esperanza de liberación en Isaías (55,3.7; 54,710; 63,7). Este amor debía reflejarse en el pueblo de Dios (cf. Os 6,6; 10,12; Miq 6,8). Los que buscan el amor fiel de Dios en el reino son los que lo practican (cf. Sal 37,28; Is 57,1), y lo obtendrán. El acento se pone sobre la proclamación.

            En  Mt, misericordiosos, según otros pasajes, expresa un doble significado: el perdón de las ofensas (Mt 9,13; 12,17; 18,33; 23,23; y una «misericordia» de mayor amplitud: es el término que emplean los ciegos al pedirle a Jesús su curación (Mt 9,27; 20,30), lo mismo que hace la cananea con respecto a su hija (Mt 15,22). La «misericordia», pues, tiene, en Mt, el sentido amplio y ordinario de hacer el bien al necesitado. Ya se leía en el A. T.: «El que tiene compasión, encontrará misericordia» (Prov 17,5). Y en el Talmud: «De quien tiene misericordia de los hombres, se tiene misericordia en el Cielo».

       Esta bienaventuranza expone la excelencia y necesidad de la misericordia en los hombres, vía por la que ellos obtienen la de Dios. Pero esto, por parte de Dios, siempre será un don gratuito y un secreto que pertenece al ámbito espiritual de la relación con Dios.

            En la redacción literaria de Mt, el premio tiene un valor escatológico, como se ve explícitamente en otras (v.3.8.10.12). Tal vez, originariamente, todas las bienaventuranzas tenían un sentido de entrada en el reino. Pero el aspecto «moralizante» que Mt les da, les hace cobrar una perspectiva de «escatología» final.

            «La bienaventuranza de los misericordiosos es así la expresión de una exigencia moral en la enseñanza de Jesús. Es San Mateo quien parece haber introducido este aspecto en las bienaventuranzas que, en el primer evangelio, no se limitan sólo a anunciar la Buena Nueva de la venida del reino, sino la recompensa prometida a aquellos que practiquen en su vida las exigencias de la Nueva, más profundas que las de la ley judía.

       La gran novedad de esta bienaventuranza de Cristo está en prometer su entrada a los que practiquen la misericordia con los hombres. Los rabinos defendían que la beneficencia debía practicarse con el «prójimo», pero sólo el judío; por eso excluían de ella a todos los demás pueblos y a los gentiles.

 

6. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios

 

       Es propia de Mt. La redacción del texto presenta un vocabulario de tipo «legal» y «ritual» propio del culto. Los «limpios de corazón» hace referencia a quienes practican la «pureza» cultual. El salmista dice que al Templo subirá el «de limpias manos en pulcro corazón» (Sal 24,2.4). Corazón y espíritu son usados indistintamente por la psicología judía como los principios responsables de la actividad moral. Pero no se indicar con este vocabulario cultual que baste la práctica material de la Ley, sino que se supone y exige la autenticidad moral de la conducta (Sal 73,1). Pues «si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20).

       Esta sexta bienaventuranza recurre al Sal 24,4-5: «El hombre de manos inocentes y limpio corazón... alcanzará la bendición del Señor». Aquí se compendian referencias a los fieles hechas en Is 51,7; 57,15; 61,1 v 65,14. Son bendecidos porque «verán la gloria de YHWH» (Os 35,2). Se les anuncia la buena noticia: «¡Aquí está vuestro Dios!» (40,9; 52,7.8; cf. 66,14.18). Cuando Israel rompía la relación de alianza, normalmente se decía que Dios le «ocultaba» su rostro (Is 59,2); pero, cuando la relación se restablecía, Israel volvía a «ver» a Dios. Un corazón limpio es el que se identifica con «toda palabra que sale de la baca de Dios» (cf. Dt 8,3 citado en Mt 4,4) y la pone en práctica. Una vez más, este pasaje sintetiza las promesas hechas a quienes esperan el reino: es de ellos.

       El premio asignado a estos «puros de corazón» es que «verán a Dios». En el A. T., «ver la faz de Yahvé» significa: estar presente donde El mora, asistir a las solemnidades litúrgicas (Sal 42,3; 36,9.10); otras veces significa experimentar la benevolencia divina, por ej., verse liberado de una situación difícil (Sal 31,17; 13,1; 31,13). La fórmula léxica del premio ya se encuentra en el A. T.: «Los rectos verán su benigna faz (de Dios)» (Sal 11,7). La faz de Dios es la imagen del Templo con la que se describe el premio del cielo bajo aspecto cultual: «sus servidores (de Dios, en el templo del cielo) le rendirán culto y verán su faz», se lee en el Apocalipsis (22,3.4.2-11). Así son beatificados mediante la forma de un culto que en el cielo se rinde a Dios.

     Y si, en el templo del A. T., había que ser legalmente «limpios», en el templo del cielo, también es necesaria, para entrar, la limpieza espiritual y moral, una vida de conducta recta.

 

7. Bienaventurados los hacedores de la paz, porque serán llamados hijos de Dios

 

            La séptima bienaventuranza sólo la trae Mt. No se beatifica a los de temperamento pacífico o a los pacíficos estáticos, sino a los dinámicos, los que trabajan activamente por la paz. La formulación universal e impersonal en que está redactada llevaría a pensar en los que difunden y construyen la paz. Lemonnyer y otros, basándose en el salmo 82, piensan en las autoridades y magistrados, ya que a ellos corresponde esta función por «oficio». Pero el sentido de universalidad que le confiere el Evangelista rebasa esta interpretación.

            Aparte que es «paz» en función del reino. En los pasajes bíblicos en que se halla este término tiene sentido de reconciliación con los enemigos (Col 1,20; Ef 2,15.16; Act 7,26). Lo mismo se ve en la literatura rabínica. Así interpretada, vendría a estar próxima esta bienaventuranza con la otra de Mt sobre los «misericordiosos»: sería como especie de un género. Aunque la portada es universal en el Mtg y el género «sapiencial», se pensaría que estos «hacedores de paz» fuesen, en su sentido primitivo, los apóstoles, que tenían la misión de divulgar la justicia del Reino.

            En esta, se recuerda otro aspecto de la promesa: vivir pacíficamente en la relación de alianza sin conflictos, opresiones ni injusticias. Dios otorga esa paz, pero su continuación depende de que los miembros del pueblo vivan unidos en la fidelidad a la alianza como creadores de paz (Is 60,17; 54,10; 52,7). A la luz del sentido de  shalom, como concepto global en el AT, la paz de la que se habla en este versículo no es un mero cese de las hostilidades ni una reconciliación entre enemigos, sino una situación de larga concordia, una prolongación del dominio de Dios sobre la tierra en un sentido total.             El premio es que «serán llamados hijos de Dios». Promoviendo el dominio de Dios, estos pacificadores adquieren la condición de ser «hijos» de Dios. Ser llamados «hijos de Dios» equivale a ser reconocidos como miembros del verdadero Israel (Dt 14,1; Os 1,10; 11,1), con los miembros fieles de la familia de Dios (cf. Is 63,16: 43,6; 49,1.14-15; 64,8). Así, serán «como ángeles» (Mt 22,30) que, a menudo llamados «hijos de Dios» en el AT, «contemplan sin cesar el rostro de mi Padre» (Mt 18.10). Ser «hijos de Dios», por tanto, se debe considerar paralelo a la expresión «ver a Dios», del versículo anterior. Ambas expresan el mismo don del reino escatológico: pertenecer a la casa y familia de Dios. Todo esto se cumple en el reinado de Dios que acaba de llegar.

            En hebreo la relación o dependencia se la formula frecuentemente con la palabra hijo (=ben, heb.; = bar, aram.). En la Escritura, a Dios se le llama muchas veces Dios de paz; los «hacedores de paz» tienen una relación especial con Dios. De ahí el formularlo como «hijo de Dios» (Lc 20,35.36). «Ser llamados», en semita significa ser reconocido por tal, ser verdad lo que se dice de uno. La redacción lo supone en la fase escatológica, lo mismo que el contexto en que se encuadra (v.5.6.7): premio en el cielo. Pero no se puede prescindir de lo que se dijo a propósito de la primera bienaventuranza.

            Se percibe en esta bienaventuranza una enseñanza o sugerencia sobre el modo de establecer el reino: no por el ruido de armas, sino espiritualmente: «haciendo la paz» del reino entre los hombres.

 

8. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos

 

            Esta bienaventuranza de Mt se la suele considerar unida a la siguiente (v. l l). Se beatificaría la específica persecución a los que hubiesen aceptado la doctrina del reino. Por las razones alegadas en la introducción, se la considera literariamente distinta. Y hasta podría verse un índice de esta duplicidad en Lc, que, poniendo la última (Lc 6,22), no trae ésta. Hay además algún matiz literario diferencial entre las dos.

            Es ordinario admitir que las palabras «por la justicia» es una adición del Mtg para precisar bien el sentido de esta persecución beatificada. El autor buscaría destacar el valor moral de la misma. Primitivamente podría tener un valor absoluto de persecución por tantas cosas en la vida. La beatificación originaria sería esta persecución llevada religiosamente. En todo caso, Mtg la matiza o la orienta a la justicia del reino, por la que, al fin, cobra valor religioso toda «persecución» llevada religiosamente.

            El dolor, que era considerado en la mentalidad de Israel como castigo, aparece sublimado al ser llevado por la justicia del reino de Cristo. La perspectiva es «escatológica» en la redacción del «reino de los cielos».

            Quienes son perseguidos por causa de la justicia son los fieles a la alianza de los que, sin embargo, se aprovechan los malvados. Los perseguidos son los mismos que los «afligidos en el espíritu» de la primera bienaventuranza, y ambos reciben la misma declaración: «suyo es el reino de los cielos». Esta inclusión convierte el conjunto de las bendiciones en una unidad. La única diferencia es que las cuatro últimas ilustran más la postura activa de los fieles, mientras que las cuatro primeras muestran su relación de dependencia respecto a Dios.

            En cada caso, sin embargo, el acento se pone en la declaración, porque ésa es la buena noticia. Debido a que esta bienaventuranza es la única que afectará de forma inmediata a quienes sigan su enseñanza, Jesús la dirige a su auditorio; corrobora así que esta proclamación es para ellos, combinando palabras de Is 51,7 y 66,5. «Dichosos seréis...», igual que quienes recibieron antes las promesas padecieron tras el regreso del exilio calumnias y persecución por parte del propio pueblo, particularmente de escribas y sacerdotes (Os 66,1-6), eso mismo deben soportar también los seguidores de Jesús. «Pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros» en indicación a la consistencia de la herencia profética. Es el reconocimiento que se merecen los profetas en este evangelio, las citas constantes a sus escritos, las referencias a su persecución (5,12: 13,57; 23,30-31) todo indica que el evangelio de Mt engarza y pende de una tradición profética.

 

En conclusión.

 

            El Sermón de la Montaña es la proclamación de la Buena Nueva (Mt 5,1-7,29). Así estas palabras de Jesús vienen a ser su declaración de intenciones. La expresión «subió al monte» significa cosa dicha, a menudo, con carácter solemne y excepcional; es el caso de Moisés cuando recibió la alianza en el Sinaí. En relación con la alianza sinaítica, la actitud de Dios a la alianza se considera una bendición sobre el pueblo (Dt 1,61,9). Así, las bienaventuranzas se concretan en la proclamación del cumplimiento de todas estas promesas, las bendiciones de la alianza eterna pronunciadas sobre la montaña. Sube al monte elevado el mensajero de Sion, que anuncia al pueblo el reinado de Yahvé: «Ya reina (Os 40,9; 52,7), se trataba de una llamada a la renovación de esa relación de alianza. Aquí se trata de proclamar que Jesús está a punto de dar cumplimiento a la Palabra. Por eso, se «sentó», como un signo de que estaba allí para enseñar, puesto que la enseñanza, normalmente, se impartía en postura sedentaria.

       Las bienaventuranzas han recibido una aceptación inusitada en la historia de la exégesis; se les han dado las interpretaciones cada vez más moralistas de los últimos doscientos años, consideradas generalmente en la catequesis como un «resumen» de lo que ha de ser un verdadero discípulo de Cristo. Clemente de Alejandría y su discípulos las leían secuencialmente como el tratado de ascensión espiritual. Exegetas importantes ampliaron y transmitieron esta tradición hasta finales de la Edad Media; el pensamiento monástico, insistiendo sobre la «conversión», popularizó esta práctica exponiéndola detalladamente con mucha eficacia psicológica. Desde antiguo, el texto evangélico ha sido tomado, y de manera particular este pasaje concreto, como el ideal de la perfección, siendo «canonizado» desde la opción de las bienaventuranzas.

            Dejando a un lado la postura monástica, exegetas y pastores de la época moderna han considerado estas enseñanzas como llamada a la perfección, mientras que historiadores y críticos han intentado verlas en el sentido del manifiesto de un programa con el que se consiguió un éxito inicial reuniendo en torno del Maestro a los pobres, los hambrientos, los mansos, los afligidos, los misericordiosos, lo pacificadores y los perseguidos.

            Las sentencias se relacionan estrechamente con las promesas de alianza, con la proclamación  de la alianza destinatario (cf. Abraham, Gn 12,2.3). El pueblo entero de Israel se ha convertido en la porción de los afligidos, oprimidos, castigados, heridos por Dios; pero más tarde el término de las sentencias recayó sólo en los fieles (Is 61,1): Los pobres de espíritu», los desamparados», «abatidos en el espíritu» (Is 66,2; 57,15);  y se relacionan estrechamente con los cantos del Siervo Sufriente (Is 52,13 - 53,12). Consideradas bajo este prisma, expresan la relación de los fieles respecto a Dios, que se inclina a la liberación (Os 40,9). Son la confirmación de la buena noticia: ¡El Reino de Dios ha llegado y es de ellos!; la idea es que el reinado del amo ya ¡ha comenzado para ellos!

       «Alegraos y regocijaos» es la exhortación constante que se encuentra también en Isaías, que expresa «la alegría y el gozo de vivir en relación de alianza bajo el reinado de Dios. La «recompensa», que se encuentra en San Mateo, viene a significar la largueza generosamente otorgada por el soberano a sus súbditos. En Isaías, largueza es salvación, redención, el cimiento de una alianza eterna (49,4). Forma parte de la proclama, de la firme instauración, la culminación de la bondad del reino anunciado en las bienaventuranzas; el dominio de Dios que irrumpe en la vida aquí y ahora.