Los desechados

III. Los enfermos

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

Enfermedad y pecado

            En tiempos de Jesucristo se seguía asociando la enfermedad al pecado y esto bajo el principio de solidaridad en la culpa, a pesar de que el profeta Ezequiel había declarado la falsedad de esa tesis y había proclamado el principio de la responsabilidad individual:

 

"¿Por qué circula entre vosotros este

refrán en el país de Israel: Los padres comieron el agraz

y los dientes de los hijos tienen la dentera?" (Ez 18,2).

 

            Cada cual será responsable de sus actos y recibirá su merecido, será juzgado según su conducta: "El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo" (Ez 18,20).

            Jesús se encuentra con un hombre ciego de nacimiento: "Los discípulos le preguntan: Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Jesús respondió: Ni éste ni sus padres" (Jn 9,1-3).

 

            Para el hombre religioso, está claro que Dios no quiere, no puede querer el sufrimiento de sus hijos. Por eso, establece una relación entre el pecado y el sufrimiento, pero esto no quiero decir que el pecado sea la única causa del sufrimiento, ni que la naturaleza del hombre de antes del primer pecado fuera distinta física y psíquicamente a la que tuvo de después de la caída. Es cierto que después del pecado, quedó dañada, pero no fue substancialmente deteriorada y corrompida, de modo que por fuerza haya de caer en el error pecaminoso y cargar luego con los sufrimientos que la culpa del pecado per se  acarrea.

 

Misericordia de Jesús  

            Jesucristo ejerce una constante actividad sanadora. Manifiesta una especial compasión por los enfermos. Son innumerables las curaciones que realiza. En los evangelios, hay unos veinte relatos de curaciones y exorcismos y aparte están los llamados "sumarios", en los que de una manera global se dice que hacía curaciones en masa aquí y allá: 

"Jesús iba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio y sanando toda clase de enfermedades y toda clase de dolencias de las gentes" (Mt 4,23). 

            Enseñar, predicar, sanar, he ahí las tres funciones, en que consistía el apostolado llevado a cabo por Jesucristo; curaba por contacto físico, por una práctica terapéutica o simplemente por su palabra y lo hacía incluso a distancia.

 

La fe 

            Jesucristo realiza curaciones, pero, para ello, exige la fe en el enfermo. Sin fe, no hay curación, no hay milagros, y para el que tiene fe "todo es posible". De hecho, en Nazaret, su patria chica, no pudo hacer ningún milagro, porque sus paisanos no tenían fe. La fe cura, la fe salva: "Ánimo, hija, tu fe te ha salvado". Y la mujer quedó curada desde aquel momento" (Mt 9,22). "Oh mujer, qué grande es tu fe; que te suceda como quieres" (Mt 15,28). El centurión tiene una fe ciega en el poder de Jesucristo sobre los demonios, que él considera causa de las enfermedades, como él lo tiene sobre los soldados a sus órdenes; y su hijo (Jn 4,46), o su criado (Lc 7,10) quedó curado gracias a esa fe que Jesucristo ensalzó sobremanera: "Os aseguro que ni en Israel he encontrado una fe como esta" (Lc 7,9).

            En el evangelio de Juan, las curaciones, y en general los milagros, son signos de la fe del sanado y del sanador. Si el enfermo tiene fe, confía en Dios y se pone enteramente en sus brazos, Dios actúa en él y a través de él. La fe del enfermo viene a ser entonces el mismo poder de Dios que entra en acción y lo cura. La fe es, no sólo confiar en Jesucristo, sino hacer propia su fuerza sanadora, comulgar con la misma fe de Jesucristo en la que se manifiesta la acción de Dios.

 

Significación

 

            El amor de Jesucristo. Las curaciones indican, en primer lugar, el amor sin límites, que Jesucristo tiene a los enfermos, su solidaridad con ellos, hasta el punto que se identifica con ellos: "Estuve enfermo y fuisteis a visitarme" (Mt 25,36). El enfermo ha dejado de ser considerado como un maldito, esclavo de sus pecados y en poder de Satanás, al que todos rehuyen, del que todos se alejan y al que todos ignoran, para convertirse nada menos que en un sacramento vivo en el que nos encontramos con Jesucristo. Asistir a un enfermo es asistir al mismo Jesucristo.

            La curación espiritual. La curación del cuerpo es un símbolo de la curación del alma, de la purificación interior del hombre, del perdón de los pecados: "Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados..., levántate, coge tu camilla y vete a tu casa" ( Mc 2, l0-11).

            En Jesucristo, se cumplía lo anunciado por Isaías (53,4): "Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17). Jesucristo mostraba así, no sólo su plena solidaridad con los enfermos, sino que daba a entender que venía a curarnos de todas nuestras dolencias, las del cuerpo y las del alma, qué era el médico que necesitaban los enfermos. Los fariseos se proclamaban santos y no podían soportar que Jesucristo se juntara y comiera con los publicanos y con los pecadores. Y les dijo:"No tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17).

            El triunfo de Jesucristo sobre Satanás. Después del exilio, se abrió paso en Israel la doctrina que atribuye a los demonios las enfermedades y todos los males en general: el principio del bien, que está en Dios, y el principio del mal que está en Satanás y sus secuaces, los demonios. Y esta doctrina sigue estando en vigor en tiempos de Jesucristo. Los enfermos eran considerados unos endemoniados, poseídos por el Diablo que les causaba tormentos físicos y psíquicos. Curar un enfermo equivalía a echar el demonio que le causaba la enfermedad (Lc 7,7-9).

            Las curaciones físicas y psíquicas, que Jesucristo realiza, significan la destrucción de Satanás y la instauración del reino de Dios en la tierra. Satanás ha sido derrocado. El reinado de Dios, que comienza a ser una realidad, connota la liberación integral del hombre, mientras que el reinado de Satanás comporta todas las esclavitudes. Con las curaciones, "Satanás cae del cielo como un rayo" (Lc 10,18), su trono ha quedado fulminantemente derribado para siempre. El reino del bien acabará con el reino del mal.

            Una humanidad enferma. Las curaciones son también el símbolo de una humanidad enferma y sanada. Las curaciones aseguran que el mal será erradicado de la tierra. En el mundo de la utopía anunciado por los profetas, el mundo mesiánico y escatológico, ya no habrá enfermedades. "Ya nunca se oirá voz de llanto, ni grito de lamento" (Is 65,19). Ya no habrá llanto, ni dolor, y hasta la misma muerte será finalmente destruida (Is 25,8; Ap 21,4). Pero acabar con el mal, es también algo que depende del hombre.

            La misión de curar. Jesucristo "pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el Diablo" (He 10,38). Dio a sus discípulos el "poder de echar a los espíritus inmundos y de curar todas las enfermedades" (Mt 10,1). En la Iglesia primitiva, cuando esto se creía y se tomaba en serio, se hacían muchas curaciones (He 3,1-11; 8,7; 9,32-35). Era un carisma que se daba de manera abundante (1Cor 12,9.28.30).

            La Iglesia tiene, como misión evangelizadora, la fuerza de curar todas las dolencias que acosan a la humanidad. La atención a los enfermos es una tarea primordial que no puede descuidar. La única función, que de manera expresa, el N.T atribuye a los presbíteros, es la atención a los enfermos (Sant 5,13-15). El presbítero debe estar atento, para administrar la unción a los enfermos, como fuerza del restablecimiento corporal y del perdón de los pecados (Sant 5,13-15).

El enfermo tiene necesidad de recuperar la paz, la paz bíblica, es decir, el bienestar, la serenidad, la felicidad, la paz del alma, la confianza en Dios. Debe tener "la casa sosegada". Pero el enfermo crónico grave carece, con frecuencia, de la fuerza suficiente para recuperar esa paz. Hundido en un estado de postración física y psíquica, necesita un apoyo, para salir del pozo, para salir de su aislamiento. El sacramento de la "Unción", que no es el sacramento de la muerte, sino vida, es un medio muy eficaz para ello. Porque es el mismo enfermo el que debe pedir la unción, según dice Santiago. Y cuando el presbítero se la administra, está rodeado de la comunidad representada por sus familiares y sus amigos que lo animan y refortalecen. La unción con el aceite vigoriza el cuerpo y robustece el alma. Sirve, para perdonarle los pecados y para que el Espíritu Santo penetre en él y lo llene de paz y de consuelo.

            Creemos que antes se administraba este sacramento con mayor solicitud, con mayor solemnidad y con mayor relieve y que la comunidad cristiana tenía mayor presencia de la que ahora tiene. El enfermo se veía rodeado y arropado, no sólo por sus parientes, sino por todos sus amigos y convecinos, lo que constituía, sin duda, un gran alivio en sus sufrimientos compartidos y un vigor especial para superarlos.