Los desechados

III. La Esclavitud

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

V. LA ESCLAVITUD 

La esclavitud de la vida 

         A pesar de todo, el hombre no deja nunca de ser un esclavo. Así lo afirma Job: "La vida del hombre en la tierra es una esclavitud, un servicio" (Job 7,1), una lucha, un sufrimiento, un esfuerzo constante.

Todos somos esclavos del trabajo. Y el que no quiera serlo, que afronte sus consecuencias: que no coma. Así de claro. Dar de comer al que no quiere trabajar, no es caridad cristiana, es simplemente fomentar la vagancia, algo que va en contra de la primera ley que Dios impuso al hombre.

Unos son esclavos del dinero, la más repugnante de todas las esclavitudes, pues consiste en adorar al dios Manmón, el ídolo más contrario al Dios de la Biblia. Otros son esclavos del poder, de la ambición política. Si la política se ejerce, como servicio al bien común, sin excepción de personas, y para conseguir la igualdad entre todos los ciudadanos, es de las cosas más nobles, pero, si se hace por intereses personales y partidistas, es de las más indignas y denigrantes. Otros son esclavos de la droga, del alcohol, del juego. Y todos somos esclavos de nosotros mismos, de "la ley del pecado que hay en nuestro cuerpo" (Rom 7,23). Esta última es la raíz de todas las esclavitudes y de la que Jesucristo nos libera, si es que nos dejamos liberar por Él, pues murió "para que no seamos esclavos del pecado" (Rom 6,6). 

La pesada y larga esclavitud 

         Han sido necesarios diecinueve siglos de trágica historia, diecinueve siglos de cristianismo se han ido sucediendo, hasta que los pueblos democráticos y civilizados llegaron a condenar la esclavitud. Abraham Lincoln, en el año 1863, proclamó la emancipación: "Ordeno y declaro que todas las personas mantenidas como esclavos, deberán en adelante ser libres". Unos años antes, Simón Bolívar, en un discurso de 1826, decía: "La esclavitud es la infracción de todas las leyes. La ley, que la conservara, sería la más sacrílega. ¡Un hombre poseído por otro!  ¡Un hombre propiedad! ¡Una imagen de Dios puesta al yugo como el bruto!". 

         El primer derecho moral del hombre, promulgado y reconocido a nivel universal, es el de la libertad, como consta en la Convención contra la esclavitud del año 1926. El art. 4 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948) reza así: "Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas". 

         Privar al hombre de libertad es sustraerle la dignidad humana. Si tollis libertatem, tollis dignitatem. El primer derecho moral del hombre es el derecho a ser hombre y sin libertad el hombre deja de serlo. Sólo es libre, cuando se posee a sí mismo, cuando rige su propio destino y ejerce la autodeterminación, sin que nadie lo gobierne, cuando es dueño de su vida y no poseído por otros, a merced de la voluntad ajena.

         Tuvo que pasar mucho tiempo para que en el mundo cristiano la esclavitud quedara ya eliminada, al menos jurídicamente y más aún para que lo fuera en todos los países. Hoy, en todos los pueblos civilizados se recuerda la esclavitud como algo humillante que, sólo, su recuerdo llena de sonrojo; algo que no debiera haber existido nunca, por denigrar la dignidad y manifestar la degradación del hombre por el hombre. La esclavitud está hoy considerada por los pueblos civilizados, como un crimen contra la humanidad.

         A pesar de todo, la esclavitud sigue viva y es hoy un hecho de enormes dimensiones. No se trata ya de individuos, sino de pueblos enteros sometidos a esclavitud. Pueblos subdesarrollados de Iberoamérica, de África, de Asia, de Europa del Este, a los que los pueblos avanzados y pudientes mantienen oprimidos bajo su poder. Pueblos cada vez más endeudados, hundidos en el pozo de la miseria que paulatinamente los consume. En la actualidad, hay en el mundo doscientos millones de esclavos, en su mayoría niños y mujeres jóvenes, de los que prácticamente sólo se preocupan las Obras Misionales y algunas Organizaciones Privadas. Solidaridad Cristiana Internacional, con sede en Ginebra, está comprometida en la compra de esclavos, para devolverles la libertad. Cada esclavo viene a costar cien euros, las dieciséis mil pts.

         Esclavos son cuantos, tras un camino o una travesía llena de peligros y de dificultades, logran pisar la tierra del primer mundo, "el paraíso de la abundancia y del bienestar", para, después, llegar a ser despiadadamente explotados, obligados a ocuparse de un trabajo que nadie quiere y a vivir en condiciones infrahumanas. Y eso, en el mejor de los casos, cuando no han sido devueltos a su país de origen, abandonados lejos en tierra de nadie o tragados por el mar. Esclavos son esos millones y millones de personas hambrientas, una inmensa multitud, que, si no es debidamente atendida por los pueblos cristianos de la vieja Europa y del Occidente Acomodado, proporcionando el arado, las redes y los pozos para subsistir, terminará, con todo derecho, por venir en riadas imparables para hacerse los señores de todos nuestros bienes y convertirnos en esclavos.

Lo que no somos capaces de hacer con la fuerza sobrenatural del Evangelio, que nos obliga a practicar un reparto justo de la riqueza y hacer un mundo sin fronteras, donde sólo exista una comunidad universal de seres humanos en igualdad de derechos y deberes, lo conseguirá la fuerza imparable del hambre, de la razón, de la justicia, la fuerza de los hechos. Hace falta estar ciegos, para no ver este futuro que avanza y llega inexorable. Y hace falta ser insolidarios para no distribuir los bienes de la tierra, que es de todos y no prevenir esa invasión, no ya de los bárbaros del norte, sino de los famélicos del sur.