Los desechados

III. La Esclavitud

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

San Pablo es un defensor acérrimo de la libertad, pero no propugna la emancipación.

¿Por qué Pablo no dice ni una palabra dirigida a romper ese yugo, símbolo de la esclavitud, bajo el que nadie debe tener doblada la cerviz? ¿Por qué insiste en que no sólo deben tener respeto a sus amos, sino que deben considerarlos como dignos de tal respeto?

 

Argumentos

 

         La ley del trabajo. San Pablo es consciente de que las clases sociales de señores y de esclavos no tienen cabida en una comunidad cristiana, pero, al mismo tiempo, tiene también patente que la esclavitud es un hecho irremediable en la sociedad de su tiempo. Razón que le obligó a predicar el sometimiento del esclavo a su señor, y, a la vez, a establecer las normas por las que deben regirse las mutuas relaciones entre ellos. Normas que se parecen mucho al estatuto actual del trabajador en los pueblos civilizados, libres y democráticos.

El obrero, como el esclavo, debe cumplir con su obligación, cuando lo ven y cuando está solo. Y debe hacerlo de buen grado, y con voluntad. En el trabajo se ha de esforzar, no pasar el tiempo. A veces da la sensación de que lo que se quiere no es trabajar, sino un puesto de trabajo. Por su parte, el señor, el empresario, tiene que retribuir en justicia ese trabajo y no explotar nunca al obrero (Cf. Ef 6,5-8; 1Re 2,18-22). El amo tiene que practicar "la justicia", es decir, lo que manda la ley de la servidumbre, y "la equidad", lo que manda la razón por encima y prescindiendo de la ley.

         Esclavos de Jesucristo. El esclavo "ha de obrar en todo, como si sirviese al Señor y no a los hombres" (Col 3,23). En esto, Pablo es consecuente con su doctrina de que no hay autoridad que no venga de Dios y de que quien resiste a la autoridad, se opone al orden divino (Rom 13,1-2). El esclavo ha de considerar que está sirviendo al mismo Jesucristo, ver a Jesucristo en el amo. Sólo así, se explican los consejos que les da: "Esclavos, obedeced a vuestros amos con respeto, lealtad y de todo corazón, como si fuera a Cristo" (Ef 6,5).

El cristiano, además, tiene que proceder así por estas otras razones: "Para que nadie pueda denigrar el nombre de Dios ni su doctrina" (1Tim 6,1). "Para hacer honor en todo a la doctrina de Dios, Nuestro Salvador" (Tit 2, 10). Tiene que ser siempre un modelo para todos los demás.

         La metáfora del "Cuerpo Místico". Sin duda, este otro principio de Pablo, llevado a su plenitud, conduce a la supresión de la esclavitud: "Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un solo espíritu, para formar un solo cuerpo" (1Cor 12,13). Mediante el bautismo quedamos incorporados al cuerpo de Jesucristo que es la Iglesia. Todos los miembros de un mismo cuerpo deben estar perfectamente unidos y conjuntados. Todos son necesarios para el buen funcionamiento del organismo. Unos miembros son más fuertes, otros más débiles, pero ninguno puede considerarse superior a los demás, ni puede prescindir de los demás, pues todos se necesitan mutuamente. Y a los miembros más débiles es a los que hay que dedicar mayor atención.

         El billete de Filemón. Pablo aplica esta doctrina a un caso concreto que vivió en la prisión, donde se encuentra con Onésimo, esclavo de Filemón, al que le escribe en estos términos cristianos: Onésimo, tu esclavo, es "mi propio corazón" (Flm 12). Al salir de la cárcel, debes acogerlo, "no ya como a un esclavo, sino como a un hermano querido" (16). Y esto, por doble condición: "como persona y como cristiano". Es una exigencia de la dignidad de la persona y más aún de la condición de cristiano. La esclavitud no encuentra espacio en la geografía cristiana.

         La esclavitud, un mal menor. Hay que tener también en cuenta que la esclavitud, en la sociedad de Pablo, era bastante humana y se asemejaba, en efecto, a la condición del asalariado actual. Por otra parte, atacar frontalmente el hecho de la esclavitud, sólo hubiera servido, para producir una reacción violenta de los poderes públicos, lo que habría supuesto un gran obstáculo para la expansión del cristianismo. La supresión general de la esclavitud, aparte de ser, en el momento, imposible, hubiera acarreado el caos social.

En todo caso, está muy claro que Pablo no puede admitir ni el despotismo ni el servilismo. En lugar de ambas cosas hay que poner el amor fraterno.

 

Esclavitud de liberación

 

         Jesucristo nos ha liberado de todas las esclavitudes, económicas, sociales, políticas y religiosas, lo cual exige que el cristiano sea un "esclavo de liberación", es decir, un esclavo para la libertad, comprometido con la liberación; se hace esclavo para liberar a los esclavos. Desde la esclavitud a Dios (Rom 6,22), que garantiza la libertad más absoluta, el cristiano se hace esclavo del hombre, como hizo San Pablo: "Siendo enteramente libre, me hice siervo de todos, para ganarlos a todos" (1Cor 9,19).

         La razón de ser del cristiano es la de servir. Y este servicio a los demás tiene como meta liberar a los demás de sus esclavitudes y de sus opresiones, conseguir que todos los seres humanos sean libres. Si Jesucristo vino para esto, esto es lo esencial. El corazón de la teología es la liberación, pues la teología trata de Dios, pero de un Dios liberador. Para que una teología sea válida, tiene que ser teología de liberación. Pero liberación en el espíritu de Jesucristo, en la línea exacta del Evangelio, no de implicaciones marxistas, la conducta y enseñanza de Cristo es más que suficiente para liberar al hombre de sus opresiones, sin mezcolanzas heterogéneas de doctrinas ajenas a la misericordia evangélica: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Vete en paz” (Jn 8,3-11); “Puesto que ha amado mucho, le son perdonados sus muchos pecados”... “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 7,47.50); “Dadles vosotros de comer”… “y comieron todos hasta saciarse” (Lc 9,13.17).

Cuando teólogos, dirigentes de la Iglesia alzan su voz en denuncia de ciertos aspectos de la teología de la liberación y la tildan de teología desfasada e incluso irregular, señalan esos entronques con teorías ya muertas, anticuadas y fracasadas en su política de salvación liberadora. La teología de la liberación, que, con tanta pujanza ha nacido en el mundo hispánico, será admirable siempre que camine imbuida del manantial evangélico, sumida en las aguas de la palabra y la obra de Jesucristo, que es la bondad, la misericordia el perdón, la pobreza y el amor: “Amaos, como yo os he amado” (Jn 15,12). Con este anclaje, no puede morir nunca y siempre estará de actualidad. Dios no quiere, no puede querer, que el hombre sea esclavo de otro hombre, que sea esclavo de nada, pues lo ha creado, dueño y señor de todo, ha puesto la creación entera en sus manos, pero de todos, no de unos pocos que se creen más listillos.