Evangelio de San Mateo

La Providencia

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

El pasaje es se encuentra en San Mateo (Mt 6,25-34) y Lucas, aunque en contexto y situación muy diferentes. Tal vez, la parábola con que Lc la precede sea primitiva y Mt la separó para su tema; si es que no procede de otra fuente. En todo caso, en Lc la parábola se centra en la avaricia (Lc 12,15ss); en Mt, las riquezas, que viene sugeridas por contraste. Ciertamente, se ha tener soli­citud por los bienes necesarios y cotidianos, pero sin un interés excesivo: No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquie­tudes; bástale a cada día su afán; la Providencia provee.

            Literariamente está estruc­turado con una mezcla de «inclusión semita» alternada: una espe­cie de «construcción envolvente».

            La enseñanza es magnífica y enormemente ilustrativa. Se puede buscar lo necesario y conveniente a la vida -alimento, bebida y vesti­do-, pero, sin el afán desorbitado por aquello que impide atender las exigencias del Reino. No se promete proveer el sustento o cubrir,  milagrosamente, la ne­cesidad del hombre. La enseñanza se encuadra en los contrastes extremistas, que repite constantemente el sermón de la Montaña. Una cosa se contrapone a otra en forma rotunda y exclusiva. Esto exige una interpretación justa de esta mentalidad oriental. Y con­traprueba de ello son los años de trabajo de Cristo en su vida oculta de Nazaret, lo mismo que, al encontrarse sediento, pide agua a la Samaritana (Jn 4,7). Como también para usos y previ­siones del grupo apostólico había una caja común de bienes (Jn 13,29).

       Hay una argumentación «a fortiori», uno de los argumentos más usados y estimados en los medios rabínicos, para probar lo que implícitamente decía en su enseñanza: que hay Providencia. ¿No es la vida más que el ali­mento y el cuerpo más que el vestido? Las «aves» no siembran ni guardan, previsoras, alimento en sus graneros, ni los «lirios» hilan ni trabajan para vestirse, ni con «preocupaciones» se prolonga la vida, y, sin embargo, Dios alimenta las aves, viste los lirios y pro­longa la vida del hombre. «¿No hará mucho más Dios con vosotros, hombres de poca fe?» El Padre sabe lo que necesitáis cada día.

            Búsquese primero el reino y cúmplanse sus exigencias y Dios proveerá por mil medios al desarrollo de la vida, pues cuida del hombre. La gran lección, después de«buscar primero el reino y su justicia» es ésta: ¡Existe la divina providencia en esta vida!

       Los gentiles, salvo el Hado o la Fatalidad, no la conocían, ni sabían del Dios Padre Providente. No se puede argumentar que haya pájaros que mueren de inanición o frío; ese plan­teamiento es una sutileza al margen del contexto; la formulación es «sapiencial», y cuenta el acontecer normal, según la naturaleza de las cosas. También, en el plan de Dios, están las catástrofes humanas, a pesar de las previsiones de los hombres.

            El «lirio», como el hebreo shwshan, se aplica a muchas especies. Acaso esté usado imprecisamente, por cualquier flor campestre (Mt 6,30; Lc 12,28).

            La frase «No hará mucho más con vosotros (hombres) de poca fe?», es término en uso. En la literatura talmúdica, a los «hombres de fe» se les contraponen los «pequeños de fe» (qetanne amánáh).

            Los «gentiles» que no tienen fe se afanan por eso. Citar a un judío la conducta de un gentil, equiparándole a ella, era su mayor censura. Se les cita afanados por todas las cosas de la vida, porque no conocen la providencia de Dios, Nuestro Padre.

«¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? El «codo» egipcio, que era el usado probablemente por los hebreos en esta época, equivalía a medio metro. La palabra griega usada para indicar que no se le puede añadir «un codo» pone «helikía», que puede tener dos sen­tidos: «estatura» o «edad». Las versiones antiguas lo interpretaron por «estatura». Sin embargo, esto va contra la finalidad de la com­paración. Añadir «un codo» -medio metro- a la estatura sig­nifica mucho, cuando lo que se quiere decir es que, por mucho cavilar, no se puede añadir nada apreciable; por tanto, se supone un término de comparación mínimo. De aquí que esta palabra hay que interpretarla por «edad». Un «codo» de tiempo que se añadiese a una vida no era, en realidad, nada. Es el sentido que aquí conviene. Es verdad que el «codo» es una medida de longi­tud y no de tiempo. Pero puede tener valor metafórico, como en el salmista, que dice hablando de la vida del hombre: «Has redu­cido a palmos (tepahoth) mis días» (Sal 39,6). Y un palmo, como medida metafórica, añadido a la vida de un hombre no sería na­da.

            La exhortación de: «Buscad primero el reino..., y todo lo demás se os dará por añadidura», el sujeto de «se os dará por añadidura», conforme al uso rabínico, es Dios.

            San Lucas omite el último versículo de Mt (v.34). Esta omi­sión, lo mismo que la sobrecarga aspectual que tiene en Mt-Lc, sobre la estructura tan ordenadamente semita de esta perícopa, hace suponer que tiene un sentido desplazado en el mismo Mt. Esta perícopa trata de los cuidados de la vida, y este versículo, de afanes de todo tipo. Su unión con lo anterior sólo tiene un valor  literario.

            «No te preocupes, se dice en el Talmud, por la inquietud del mañana, porque tú no sabes lo que el día traerá». Acaso la frase evangélica está tomada del medio ambiente, como frase pro­verbial, y usada como un apéndice al pasaje de la Providencia, para indicar la inutilidad de adelantarse a lo incierto, en paralelo con la sentencia del v.27, que indica que, con cavilaciones, no se alarga ni un codo la vida. Inserto el versículo en este pasaje de la Providencia, la sentencia cobra una nueva pers­pectiva. No te preocupes desorbitadamente, con afán y ansia, por los medios de supervivencia del porvenir, que ni conoces y acaso ni puedes evitar; aun en su formulación semítica y de carácter «sapiencial» todo ello. Pero confía en Dios, porque, en su Providencia, no olvida a sus hijos.

           

            El capítulo 7 de Mt enlaza, en cierta conexión lógica con la segunda parte del c.6, en el que la exposición de temas morales, continúa y vienen a concluir en éste. Soiron piensa que aquí la doctrina presenta un nuevo giro: exhorta a ir con cuidado al sacar posi­bles conclusiones en la interpretación de la Ley, sobre todo en el juicio/condena. El pasaje enseña una idea inicial: No se ha de juzgar a los otros. 7,1-5 (Lc 6,37-42):

                    No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzgareis seréis       juzgados y con la medida con que midiereis seréis medidos.

 

            El dicho juicio no se refiere al sistema judicial, necesario a la socie­dad y a la Iglesia y que Cristo reconoce en el Evangelio (Mt 22,21; 18,17.18); ni a la corrección fraterna, que supone un jui­cio, al menos desfavorable, de la conducta externa y que Cristo manda ejercer (Mt 18,15-17); ni a reconocer las faltas de nuestras «deudas» (Mt 5,12), en las que manda perdonar; ni a las faltas evidentes, que no admiten excusa, pues Cristo no manda imposi­bles. Se trata del juicio fácil y pronto con que se condena al pró­jimo.

            El verbo crinw, lo mismo puede significar «juzgar» que «con­denar». Este es preferentemente el sentido que tiene aquí. Con esta forma oriental y extremista se indica la prohibición absoluta. Su redacción en forma «sapiencial», admite, justificadamente, excepciones. Al formularse este «juicio condenatorio» con la amplitud «sapiencial» propia del tema, puede ser igualmente una condenación interna y también externa,. La va­loración moral afecta a todas las actitudes valoradas en cristiano. Así, se condena el pecado interno: «deseándola... en su corazón» (Mt 5,28.).

            En su contenido, no se trata de una regla de prudencia social, no juzgar para no ser juzgados, conforme a la sentencia del gran rabino Hillel: «Para juzgar a tu prójimo, espera a que estés en su lugar»; y porque, incluso, puede él haberse inclinado a benevolencia. Cristo no intenta, propiamente, dar normas para conducirse con educación en la vida so­cial; incluso este «juicio» humano pudo haber sido interno, en cuyo caso no serían juzgados. Cristo viene a exponer un aspecto moral: la conducta y superioridad de la Ley Cristiana sobre la Judía.

       El sujeto de la oración, estoe es, el Juez por el que «seréis juzgados» es Dios. Todo el contexto del sermón lleva a este punto: Dios es el que «premia». Que Dios es el sujeto, queda claro. Pero también la literatura rabínica llega a arrojar luz sobre la cuestión. Son citados numerosos casos análogos en los que, expresándose en forma impersonal, el sujeto que ha de suplirse, pues­to, como en Mt, en tercera persona de plural, es Dios.

            Dios «juzgará/condenará» a los hombres con la «medida» con que se juzguen y condenen entre sí. Esta fórmula, que concede al hombre su propia medicina, se lee también en el Talmud, debe ser de tipo proverbial. En éste es la «ley del talión». Rabí Eleazar decía: «En la olla en que vosotros hayáis cocido a los otros, vosotros seréis cocidos, a su vez (por Dios), «y con el celemín de que tú te sirvas para medir, se servirá para medirte a ti».

            Aunque esta expresión, como se formula, suponía la «ley del talión», en la enseñanza de Cristo no tiene tal valor de adecuación. No significa que en Dios no haya justicia estricta, sino que la medida a la que Cristo alude se dirige al sentido de la semejanza y de la proporción. Si no se condena al prójimo, Dios tampoco condenará al hombre. Y si se per­dona, el perdón, como se lee en Lc, la medida, para el que perdona, será «colmada, rebosante, será derra­mada en vuestro seno» (Lc 6,38). Es la idea análoga a la petición del Pater: si los hombres perdonan, Dios también perdona (Eclo 18,20); y, por parte de Dios, esta medida de perdón es de calidad «rebo­sante».

       Ante ese acto judicial priva­do, celoso e inapelable que el hombre lleva dentro de sí para los demás, se le exige, para practicar rectamente su justicia, que se cite antes a sí mismo al tribunal para juzgarse... y condenarse en él. Pues, antes de ver «la paja» en el ojo ajeno, vea «viga», que hay en el suyo. La imagen andaba en el medio ambiente; hacia el  279 (d.C.), ya relataba rabí Yohanam: «Se decía a uno: 'Quita la astilla de tu ojo'. Y él respondía: 'Y tú quita la viga del tuyo'».

            Un matiz de ironía se descubre en el pensamiento de Cristo; no sólo está en ver la «paja» en el ojo ajeno, sin ver la «viga» en el suyo, sino que es ofrecerse a quitársela al otro, quedándose tranquilo con la suya. Estos contrastes, en el modo de obrar, muestran, no sólo falta de decoro moral, sino falta de celo para hacer el bien. En justicia, la corrección ha de empezar por uno mismo.

       A estos, Jesucristo los llama «hipócritas». En Mt, es un término casi técnico, para denominar a los fariseos (Mt 6,2.5.16). En aquel medio, en el que los «fariseos desprecia­ban a los demás», teniéndose ellos solos por los hombres «justos», era un sentir dema­siado candente e hiriente (Mt 5,28). Jesús expone, ante este cuadro, la doctrina de la perfección cristiana. Es un texto adelantado por Mt, pues aún no había comenzado el contacto y denuncia de Cristo contra los fariseos; ahora él lo aplica, revestido de norma ética, a su comunidad cristiana.

            El seguimiento de Cristo está centrado en la generosidad y en la entrega.  El camino se halla en la llamada «regla de oro» de la caridad desde el siglo xvIII: “Por eso, cuanto quisieres que os hagan a vosotros los hom­bres, hacédselo vosotros a ellos, porque ésta es la Ley y los Pro­fetas”  (Mt 7,12 (Lc 6,31)

             En Mt no tiene relación directa ni con lo anterior ni con lo que signe. Se ha propuesto que, si se refiere sólo a lo anterior, puede ser esto una referencia de censura contra las facilidades de la casuística rabínica (Mt 5,20); si a lo que sigue, refuta la creencia de algunos cristianos que se creían seguros por serlo (Mt 7,15-27), creencia cargada de substrato judío (Mt 3,8). En Lc tiene un puesto sumamente ló­gico situado en el sermón de la Montaña (Lc 6,27.30.31.32.38).

       La sentencia hace ver cómo se debe amar, es hacer a los demás lo que queremos que nos hagan a nosotros. No solamente está en evitar el mal, sino en «amar al prójimo como a uno mismo» (Mc 12,31); esta sentencia práctica atañe en lo vivo a la psicología humana. La norma contiene la  autentici­dad en el amor, los recursos para ejercitarla y la perspec­tiva de la caridad cristiana. La frase debía de ser proverbial (Tob 4,15).

En la ausencia de retribución ve algún autor toda la revolución del amor evangélico (A. Schlatter). Este amor no es filantropía ni sentimentalismo, puesto que está encuadrado en el sermón de la Montaña, y en él Cristo está exponiendo el aspecto cristiano del mismo. El motivo es el amar a Dios: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es per­fecto» (Mt 5,48).

            La Ley y los Profetas -el A. T.- legislaron y defendieron la práctica de la justicia y de la misericordia con el prójimo, aunque para la Ley era el judío. Lo que allí se decía quedó aquí superado por el «perfeccionamiento» de la Ley a través de la interpretación cristiana de Cristo. Por eso, esta norma práctica, con motivo cris­tiano, resume todo el espíritu de la doctrina.

La literatura rabínica presenta sólo el aspecto negativo y acaso exclusivo de esta actitud. Hillel decía: «Lo que te sea odioso no lo hagas a tu prójimo, aquí está la ley entera, todo lo demás no es sino comentario»

          Jesucristo predica el amor, es su mandato esencial. Pero ello no es fácil. Frente a esta laxitud y relativismo modernos, propone una doctrina de disciplina y renuncia. En esta vida no todo está en el hedonismo y el disfrute, recuérdese el relato del rico Epulón. Seguir a Cristo exige dureza y sacrificio: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella!” (Mt 7,13-14).

            En yuxtaposición de enseñanzas, sin una conexión inmediata con lo que acaba de exponer, Mt introduce la dificultad de la puerta de entrada al Reino. Es tema muy frecuente en los libros sapienciales; también aparece en Qumrán. Su situación li­teraria es autónoma, inconexa. El texto semejante de Lc (13,23-24) está en un contexto completamente distinto, pero lógi­co. Es la respuesta a un tema que preocupaba grandemente en Is­rael (cf. 4 Esd 7,7): «si son pocos los que se salvan» (Lc). El que San Mateo lo ponga al final del sermón de la Montaña, puede deberse a su intención de advertir, sobre lo ante­riormente expuesto, la eficacia de la moral cristiana.

Los términos «puerta» y «camino», para enunciar valores morales, eran ya expresiones bíblicas y rabínicas. En el A.T.- se citan «las puertas de la muerte» (Sal 9,13), «las puertas de la justi­cia (Sal 118,19). Para alcanzar el Reino hay que cumplir los deberes morales. Jesús se refiere originariamente a las dificultades y obstáculos que se presentan en el mundo contemporáneo para entrar. Para seguir a Cristo, el Siervo doliente, hay que llegar al arrepentimiento, acoger la fe y, tomando la cruz, seguir sus pasos.