Los desechados

I. La Esclavitud

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

      Un esclavo (en hebreo ebed) es un ser humano privado de libertad y al servicio de otro. Es un servidor (en griego doulos). En sentido estricto, es una persona, que pierde su personalidad, sometida, pues es privado del derecho más fundamental de la persona, la libertad. Está prácticamente equiparado a una cosa, a un objeto, del que el dueño puede disponer como le plazca. Es propiedad absoluta del señor. A veces, estaba marcado con el hierro de la casa. Tal era su degradación: "El amo lo hará comparecer ante el Señor, lo acercará a la puerta de la casa, le perforará la oreja con un punzón y será su esclavo para siempre" (Ex 21,6; Dt 15,17).

 

Motivación 

         En los pueblos antiguos la esclavitud era un estado social comúnmente sancionado por las leyes. Existía el tráfico de esclavos, como si se tratara de una pura mercancía (Gn 17,12; Am 1,6.9; Jl 4,3). Fueron los fenicios los que sobresalieron en el pingüe negocio de la compraventa de esclavos. Joel denuncia la crueldad de Tiro y de Sidón que vendieron como esclavos a los habitantes de Judá y de Jerusalén a los griegos (Jl 4,6), cambiaban un mozo por una prostituta y una doncella por vino (Jl 4,3).

         Los prisioneros de guerra generalmente eran convertidos en esclavos públicos por la potencia vencedora, o vendidos como tales a otros países (1Mac 3,41; Dt 21,10).Israel no era ajeno a estas realidades. Un hebreo podía traficar con esclavos extranjeros, residentes o traídos de los pueblos vecinos, los cuales eran considerados, como esclavos a perpetuidad y se podían dejar en herencia a los hijos. En Jerusalén había un lugar destinado al mercado de esclavos de ambos sexos. Pero el tráfico de esclavos hebreos les estaba prohibido. Secuestrar a un israelita, para venderlo como esclavo estaba sancionado con la pena de muerte (Ex 21,16; Dt 24,7). Los israelitas eran pertenencia absoluta de Dios y por esa razón no podían ser vendidos: "Porque son siervos míos que yo saqué de Egipto y no deben ser vendidos, como se vende un esclavo" (Lev 25,42). El dominio sobre los hebreos sólo Dios puede ejercerlo (Lev 25,43).

         Salomón los utilizó en las grandes construcciones del templo, del palacio y de las murallas de Jerusalén, de Jasón, de Meguido y de Guezer.  Eran los llamados "esclavos de Salomón", pues, eso y no otra cosa, era la gleba de treinta mil hombres que hizo en Israel (1Re 5,27-28; 9,15).

         No obstante, existían ciertos motivos, por los que un hebreo podía convertirse en esclavo de sus conciudadanos: Por propia voluntad (Lev 25,39). Por no poder pagar una deuda, el padre de la casa podía venderse a sí mismo y a su familia (Lev 25,39; 2 Re 4,1; Neh 5,1-l3; Is 50,1; Am 2,6). Por no poder devolver lo robado (Ex 22,2); tenía que restituirlo con su trabajo, a voluntad de la víctima. Una justa medida que bien podría aplicarse en los códigos penales modernos, como pena alternativa al internamiento en prisión. Y, en fin, por haber caído en la miseria; la única manera de poder subsistir él y su familia era la de convertirse en esclavos. 

 

El trato al esclavo 

         El ordenamiento hebreo sobre la esclavitud era más progresista que el de los demás pueblos. En el código de Hanmurabi, por ejemplo, el delito cometido contra un esclavo llevaba consigo una pena menor, que si se cometía contra un hombre libre. La normativa bíblica era muy humanitaria y tenía siempre como referencia la esclavitud sufrida por el pueblo: "Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor, tu Dios, te dio la libertad" (Dt 15,15). Haz tú lo mismo que hizo el Señor. El esclavo hebreo se sentía protegido por la ley. Incluso tenía el derecho a ser considerado como un jornalero y recibir alguna retribución por su trabajo, de tal modo, que hasta podía llegar a ser propietario de ciertos bienes, aunque fuesen pocos.

Sobre el precio de un esclavo, la Biblia dice que sus hermanos vendieron a José, por veinte monedas de plata (Gn 37,28). La legislación hebrea lo estimaba en Treinta siclos de plata (Ex 21,32), la cantidad, por la que Judas vendió a Jesucristo (Mt 26,15). Un talento tenía treinta y tres siclos y un jornalero ganaba unos diez siclos al año. Un esclavo, por tanto, venía a costar el sueldo de tres años.

         Aunque les estaba prohibido ejercer la esclavitud con sus conciudadanos (Lev 25,46), de hecho se ejercía, pero con importantes restricciones. El israelita vendido a otro israelita no debía ser tratado con dureza, ni ser considerado como un esclavo, sino como un criado, un jornalero o un huésped (Lev 25,40.53). Los esclavos tenían sus derechos que debían ser respetados (Job 51 15-15). Eran incluso considerados como un miembro de la familia. En algún caso, hasta llegaban a casarse con una hija del amo (1Cron 2,34-35). Podía ser también heredero, como los hijos del amo (Prov 17,2). Incluso ser preferido al hijo: "Un esclavo inteligente es mejor que un hijo degenerado" (Prov 17,2).

         Las esclavas estaban al servicio de la señora (1Sam 25,42;Jdt 10,5); el dueño podía casarse con ellas o tomarlas como concubinas, sin que, por eso, dejaran de ser esclavas (Gn18,6), pero, si dejaban de gustarle, les tenía que dar la libertad, sin venderlas por dinero como esclavas, puesto que ya las había poseído.

         Los sabios sentencian que al esclavo hay que tratarlo con humanidad, con justicia y con dureza:

"Al asno, forraje, palo y carga; al esclavo, pan corrección y trabajo.Haz trabajar a tu esclavo y tendrás reposo; déjale las manos libres y buscará la libertad. El yugo y las coyundas hacen bajar el cuello, y al esclavo díscolo, el azote y el tormento. Ponle al trabajo; que no esté ocioso, porque la ociosidad enseña muchas maldades. No te excedas con nadie y no hagas nada contrario a la justicia" (Si 33,25-30).

"No se corrige al esclavo con palabras, porque comprende, pero no obedece; el que desde la infancia trata suavemente al esclavo, al fin será maltratado por él" (Prov 29,19-21).        

Estas normas son fruto de la experiencia humana. La corrección, hecha a veces con dureza, es una buena norma pedagógica. Pero esa corrección, para ser justa y provechosa, tiene que hacerse en el momento preciso, en la medida justa y siempre cargada de razones, pues de lo contrario, "música de duelo es la corrección inoportuna" (Si 22,6). El sistema de la corrección, como medida educativa, es incuestionable, pero siempre que se haga con sabiduría y con prudencia.

         Aunque el amo era dueño del esclavo, eso no le autorizaba a maltratarlo: "No maltratarás al esclavo fiel a su trabajo, ni al jornalero que se sacrifica" (Si 7,20).

          Si cumple con su deber, nunca debe ser objeto de agravio alguno, antes al contrario, debe ser considerado como un obrero normal al amparo de los derechos que le confiere el estatuto del asalariado (Lev 25,39-55). Hay que tratarlo como a un hermano; más aún, como a uno mismo: "Si tienes un esclavo, trátalo como a ti mismo; como un hermano, pues necesitas de él como de ti mismo" (Si 33,31-32).

         Estas palabras son un eco, siete siglos más tarde, San Isidoro de Pelusa decía: "Debemos tratar a los esclavos como a nosotros mismos. Porque son hombres igual que nosotros...Y en verdad todos somos lo mismo por naturaleza, por fe y por el Juicio que esperamos".