Evangelio de San Mateo

Instrucción a los discípulos (18,1-35). La vida de la comunidad cristiana

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

            San Mateo, al referir la instrucción a los discípulos, ha ampliado e introducido algunas normas destinadas a su comunidad. Se estaban produciendo ciertas tensiones entre diversos grupos y había problemas de convivencia: hermanos que aspiran a los primeros puestos, asuntos relativos al escándalo, desafecto y olvido de los más débiles, ofensas comunitarias y personales. Intenta exhortarlos a la atención de los más pequeños y al perdón y a la fraternidad como norma básica y al cumplimiento de la voluntad del Padre.

 

Exigencias del seguimiento de Jesús: Mt 8,18-22 (Lc 9,57-62)

 

            La presente perícopa la redactan Mt-Lc, aunque con alguna diferencia; San Lucas incluye un tercer caso de asunto semejante. El agruparlos, siendo im­probable la realización de ambos en un mismo momento, hace ser su agrupación artificial temática.

 

“Viendo Jesús grandes muchedumbres tras su palabra, dispuso partir a la otra ribera”. Le salió al encuentro un escriba, que le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.  Díjole Jesús: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza (v. 18).

 

            La justificación de incluir estos textos puede estar en que  Jesucristo «abandona» la re­gión de Cafarnauúm. Literariamente se ha visto en ello, un valor «tipoló­gico». Cristo parte a «la otra ribera»,  allí, estallará la tormenta en el mar; «parte» y la gente quiere «seguirlo». Esa actitud han de tener los «seguidores» de Cristo: querer y actuar con decisión y confianza en El para afrontar todo tipo de tormentas. El pasaje siguiente (v.19) comienza: «Cuando subió a la nave, le siguieron sus discípu­los...» a la barca y a la tormenta. El verbo le «siguieron» es término técnico que indica el discipulado.

 

Ofrecimiento a seguirlo

 

            Parece que esta escena es anterior a las grandes luchas judías contra Cristo; el ofrecimiento a un «escriba»,  su­pone ya la obra de apostolado de Jesús. En reali­dad, no se dice que sea rechazado, sino que le propone una perspec­tiva ardua: sólo tiene asegurado, en comparación con las raposas y aves, el incesante ir y venir para anunciar la Buena Nueva. El que el Hijo del hombre «no tenga dónde recli­nar la cabeza» debe de referirse a esta vida de incesante caminar apostólico, más que al no tener alguna morada para descansar, como en Nazaret y Cafarnaum.

            Es aquí, donde por vez primera viene en los evangelios el título que se da Cristo de «Hijo del hombre».

 

18,1-14 El mayor en el reino.

 

Según Marcos y Lucas, los discípulos habían discutido sobre quién era el irás importante en el reino de los cielos, pero sin que Jesús estuviera presente. Mateo, sin embargo, pone en boca de los discípulos la pregunta directa sobre un problema que vive la comunidad (Mt 23,8-12). La Iglesia necesita organizarse y hay algunos que deben asumir ciertos servicios y responsabilidades. ¿Son estos los más importantes?

El gesto con el que Jesús responde a la pregunta tiene un carácter simbólico y revela el cambio de valores que introduce la llegada del Reino. Para entenderlo bien es importante saber que los niños tenían en tiempos de Jesús una valoración social muy diferente a la consideración actual; estaban infravalorados y desamparados, no tenían reconocimiento social ni jurídico.

El gesto de Jesús conlleva dos enseñanzas. En la primera, invita a los discípulos a hacerse semejantes a los niños para poder entrar en el Reino; equivale a despojarse de sus deseos de dominio y de poder. La segunda, es una invitación a toda la comunidad para que acoja a los niños y a los que se hacen como niños, pues es significa hacerlo al mismo Cristo. La advertencia de Jesús es una llamada a la conversión para la Iglesia: no cuentan las jerarquías, los puestos y los escalafones humanos, sino la actitud humilde y sencilla ante Dios.

 

18,6-14 Escándalo.

 

            Acogida de los pequeños. La invitación a quererlos, acogerlos y protegerlos y no escandalizarlos, no despreciarlos y no dejar que se pierdan. Es fácil descubrir, en estos pequeños, un grupo importante de su comunidad: son los que se escandalizan al ver disputas sobre cargos y puestos; su fe es todavía incipiente y desviada del camino. El evangelista les recuerda que son los más importantes en el reino

            Un escándalo es un obstáculo en el camino y piedra de tropiezo. La actitud autosuficiente de algunos miembros perjudica a la comunidad e induce a la incredulidad. Es inevitable que existan obstáculos, pero los discípulos deben hacer todo lo posible para superarlos.  Por ello, San Mateo los invita, a cortar de raíz todo lo que pervierte y daña a los más pequeñuelos.

 

            La oveja descarriada (Mt 18,12-14) amplía la importancia de los niños en la Iglesia Cristiana. En su forma original, lo más llamativo de la parábola, reside en que el pastor deje sin protección todo el rebaño para ir en busca de una oveja. Era una parábola centrada en la misericordia de Dios y así aparece en San Lucas (Lc 15,1-3). Mateo, sin embargo, introduce algunas modificaciones y sitúa la parábola en un contexto claramente eclesial. Se dirige a los miembros de la comunidad cristiana, para invitarlos a buscar a los pequeños que se desvían del camino. Pone el acento en la actitud del pastor solícito, capaz de abandonar el rebaño por una sola oveja y en la enorme alegría que experimenta al encontrarla.

            La parábola señala el valor único de cada persona y descubre a los cristianos que su fraternidad se construye desde la paternidad de Dios: cuando van en busca del hermano extraviado están cumpliendo la voluntad del Padre, que no quiere que se pierda ninguno de los corderos del rebaño.

 

18,15-20 Corrección fraterna.

 

            Es otro; se trata de un problema entre los hermanos comunitarios y de cómo actuar ante los  conflictos en el seno de la comunidad.

            La exhortación: si tu hermano peca. No se trata de un pecado en sentido moral ni ofensa personal, sino de una falta contra la comunidad; y el evangelista trata de iluminarla desde el amor y el perdón predicados por Jesús.

            El procedimiento descrito aquí no es un proceso disciplinar, sino una aplicación de la parábola de la oveja perdida (Mt 18, l0-14). Es un hermano que se ha separado de la comunidad y hay que hacer lo indecible  para que vuelva. Y ello con respeto y amor: primero en privado, para no ponerlo en evidencia. Si no hace caso, hay que mostrarle su falta en presencia de algunos testigos, como mandaba la ley de Moisés, que para muchos miembros de aquella comunidad tenía gran autoridad (Lc 19,17-18; Dt 19,15; y 1 Cor 5,1-8,). Finalmente, y como último recurso, habrá que reunir la asamblea, la cual, en caso de obstinación, tendrá que reconocer dolorosamente la situación en que este hermano se coloca. Entonces, el hermano que no ha querido reconciliarse será un extraño, excluido.

            El evangelista añade tres palabras de Jesús (Mt 18,18-20) que tuvieron probablemente un origen independiente. La primera (Mt 18,18) confiere a la comunidad local la capacidad de decidir en cuestiones disciplinares. La expresión atar y desatar designaba entre los maestros de la ley la capacidad de interpretar, de forma vinculante, la ley de Moisés. Mateo la utiliza otra vez en su evangelio, referida a la autoridad de Pedro (Mt 16,19). La segunda (18,19) especifica que estas decisiones deben tomarse en la oración y asegura a los discípulos, reunidos en el nombre de Jesús, que el Padre escuchará su oración. La tercera 18,20), aborda un tema muy querido para Mateo: la presencia de Jesús en medio de su Iglesia (Mt 1,23; 28,20). La expresión es muy semejante a una frase que solían repetir los maestros rabínicos: "si dos hombres están hablando sobre la ley, la morada de Dios está en medio de ellos".

En la formulación de Mateo, la comunidad cristiana (los dos reunidos) no se congrega ya en torno a la ley de Moisés, sino que lo hace en el nombre de Jesús y el resultado es la presencia viva del Señor Resucitado: yo estoy allí en medio de ellos.

 

18,21-35 Perdonar sin medida. En este pasaje se entreve una experiencia de ofensas personales que amenazan con enfrentar a los cristianos y romper su armonía.

            Originalmente esta parábola hablaba de la misericordia de Dios, pero en la versión de Mateo está orientada a fundamentar el perdón cristiano.

            San Pedro toma la palabra como portavoz de los discípulos y su pregunta se refiere específicamente a los límites del perdón. Jesús le responde que el perdón ha de ser ilimitado; y para ilustrar su enseñanza le propone la parábola (Mt 18,23-35), con una historia que encaja perfectamente con un ambiente cortesano. Un rey llama a sus altos funcionarios para pedirles cuentas…Los demás que advierten la ingratitud de su compañero, se lo comunican al rey, quien llama de nuevo al primero, lo reprende y condena su actitud. Entre los presentes, queda resonando la pregunta del rey, que resume la enseñanza de la parábola: ¿No debías haber perdonado a tu compañero como yo te perdoné a ti?

            El rey es el Padre, que, en su infinito amor, ha cancelado la deuda que los discípulos tienen contraída con Él, ofreciéndoles la gracia del perdón. Ahora bien, se trata de un perdón condicionado, pues si los discípulos no son capaces de perdonar a sus hermanos, la oferta inicial quedará revocada (cf. Mt 6,14). Mateo aquí revela el profundo significado de esta doctrina.

            El perdón cristiano ha de ser ilimitado, pues Dios ha perdonado la deuda incalculable que tenemos con él. Quien haya experimentado la misericordia del Padre, no puede andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano.

            El auténtico cristiano no puede andarse con miserias en el amor. Por amor al hermano y del hermano al Padre, no se puede ir remiso en la entrega generosa, en el abrazo y en el perdón incondicional y abarcador.  Amor en el olvido de sí mismo, como hizo y entendió San Pablo, San Juan de Dios, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús y de Calcuta, el Obispo Romero… y tantos cristianos entregados que hacen imposible mi enumeración.