Evangelio de San Mateo

Matrimonio y divorcio Mat 19, l-12

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 


Mateo sigue el relato de Marcos. Tanto Marcos como Mateo sitúan la actividad y las enseñanzas de Jesús en la región de Judea. El primer episodio cuenta un enfrentamiento dialéctico entre Jesús y los fariseos sobre el tema del divorcio (Mt 19,3-9), al que Mateo ha añadido un diálogo entre Jesús y sus discípulos sobre los que se hacen eunucos por el reino de los cielos (Mt 19, l0-12).

Los fariseos vienen a Jesús y, con toda intención, le exponen un asunto delicado y espinoso, para ponerlo a prueba. No abordan si el divorcio es o no lícito, eso lo tenían claro, todos los judíos admitían el divorcio, sino si se puede uno separar de su mujer por cualquier motivo. Era una cuestión muy debatida entre los maestros de la ley. Algunos pensaban que por cualquier motivo (p. e. si le disgustaba su modo de guisar), y otros por un motivo proporcionado. Jesús, recurriendo a argumentos presentes en las Escrituras, se remite al designio de Dios, que creó al hombre a su imagen, a su imagen… (Gn 1,27) y explica que la ley del divorcio (Dt 24,1s) es una excepción obligada que Moisés tuvo que conceder, a causa de la obstinación del pueblo. Pero, en los designios infinitos de Dios la unión del hombre y la mujer es tan especial y profunda, que es inquebrantable duradera y ajena a veleidades y dejaciones irresponsables.

Las palabras de Jesucristo han de entenderse en el marco cultural de lo que, allí, significaba el divorcio. El concepto actual de divorcio dista mucho del que tenía el pueblo judío en tiempo de Jesús. Hoy, ni siquiera se pueden imaginar las consecuencias que tenía el divorcio para una mujer en aquella época. La mujer repudiada, en una sociedad patriarcal y machista dominada por los hombres, sólo, tenía la alternativa de volver a la casa de su padre, cargada de un deshonor que afectaba a toda su familia de origen. La amenaza de repudio era un arma implacable para mantenerla sometida a su marido; el divorcio se resolvía de diversas maneras.

En este contexto, las palabras de Jesús son tremendamente liberadoras. La prohibición del divorcio es, eminentemente, una defensa de la mujer y una recuperación de la voluntad de Dios, en el que hombre y mujer se unen como iguales para convertirse en una unidad intangible. La práctica de la enseñanza de Jesús en otras mentalidades y culturas exige tacto, como sucede ya en la comunidad de Mateo que existía un caso en el que el divorcio era licito. A ello hace referencia este texto (Mt 19,9) y el sermón del monte (Mt 5,31-32): concubinato, pero unión ilegal. La expresión excepto en caso de unión ilegal ha sido explicada de diversas maneras, pero todos opinan que se trata de una excepción.

Se puede pensar que se trata de una concesión hecha a los cristianos de origen judío, a fin de que el marido de una mujer infiel pudiera volverse a casar, pues la infidelidad de aquella convertiría la unión en ilegal. Otros opinan que esta expresión puede referirse a las uniones consideradas incestuosas por parentesco y de las que se habla en Lv 18. El sentido de la excepción admitida en Mt 19,9 puede ser permitir el divorcio a los paganos que estuvieran en esta situación al entrar en la comunidad.

En los últimos versículos, propios de Mateo, se plantea el difícil problema de los eunucos. Hablan ahora los discípulos, que reaccionan ante a la enseñanza de Jesús, refiriéndose a un asunto que muchos pensaban. 

El evangelista indica una nueva enseñanza, sobre los que renuncian a casarse por causa del reino de los cielos. Es posible que, en su origen, estas palabras de Jesús fueran su respuesta a un insulto de sus adversarios contra Él y sus discípulos. Los tildaban de eunucos, porque o no habían formado una familia, o la habían abandonado (véase Mt 4,18-22; 8,21-22). Los eunucos estaban incapacitados para la procreación, y por lo mismo solteros. En su uso ofensivo de insulto, la palabra era muy cruel y denigrante, por ridiculizar una carencia muy notable en aquella cultura. Jesús soporta el apelativo, pero lo rodea en un sentido positivo y lo carga de una motivación: hay algunos que deciden no casarse o que abandonan la familia por causa del reino. En la intención de Mateo, puede que estas palabras vinieran a confirmar a aquellos que habían optado por el celibato a ejemplo de Jesús.

La llegada del reino no solo abre un nuevo horizonte en la convivencia matrimonial, sino que inaugura una forma incondicional de vivir el amor desde una entrega radical. La salvación del hombre y de la sociedad humana corre pareja a la estabilidad y felicidad del matrimonio y de la unión conyugal y familiar, dice la Gaudium et spes. En su sentido didáctico y pedagógico, la Biblia ofrece, junto a un tipo de familia, erróneo y calamitoso, una visión teológica muy elevada del ideal matrimonial. Los profetas, para perpetuar este ideal, emplean la alegoría nupcial para expresar la alianza de Dios con Israel.

La experiencia de Oseas, aunque inspira un profun­do significado religioso en la corrección del amor del Señor a su Esposa Israel, se reviste, sin duda, de un drama conyugal perso­nal: el profeta amó y se casó con una prostituta, que, desgracia­damente, no se mantuvo fiel al mari­do (Os 1,2ss; 3,1ss).

La literatura sapiencial de Israel exhorta a amar profunda e intensamente a la propia mujer para experimentar gozo y felicidad: “Goza de la vida con la mujer que amas" (Qo 9,9). El embriagador amor conyugal hará su­perar las asechanzas y las seduccio­nes de las prostitutas, más allá del peligro de la infidelidad: "Bendita sea tu fuente y que te regocijes en la mujer de tu juventud: cierva amable y graciosa gacela, sus encantos te em­briaguen de continuo, siempre estés prendado de su amor. ¿Por qué, hijo mío, desear a una extraña y abrazar el seno de una desconocida?" (Prov 5.18-20).

El matri­monio en la Biblia fue instituido por el Señor para la fecundidad y la pro­creación, Y, a su vez, para la plenitud y la felicidad de los esposos. La ben­dición de Dios a la primera pareja humana manifiesta taxativamente esta finalidad del amor conyugal (Gén 1,28). El simbolismo del yahvista expresa unas realidades teológicas muy profundas. El hombre, dejando su casa paterna, está llamado a la unión conyugal: No es bueno que el hombre esté solo; le daré una ayuda apropiada (Gén 2,18).

Por ello, los hijos vienen a ser el fruto del amor de los padres. Pero este amor no se agota en la procreación, sino que permanece vivo durante toda la existencia. En el Texto Sagrado, está documentado este sentimiento o virtud, que es el núcleo de la felicidad familiar. La conmovedora y dramática descripción del sacrificio de Isaac, a manos de su padre señala, con intensidad, el amor de Abrahán a la víctima que ha de inmolar en holocausto a Yahvé; y es que se trata de su hijo, de su único hijo, querido y amado (Gén 22.2). En la casa de Isaac, late una profunda divergen­cia entre los cónyuges: el padre ama al primogénito Esaú, mien­tras que la madre prefiere a Jacob (Gén 25,28). El amor preferente de .Jacob por José es el motivo del odio asesino de los demás hijos contra el hermano (Gén 37,3ss). Parecido amor es el que profesa este pa­triarca a su hijo más pequeño, Ben­jamín, habido de Raquel, su mujer predilecta (Gén 44,20). Quizá, para que no se vean cegados por el amor, los sabios de Israel instan a los padres a un amor a los hijos contundente y sin debilidades, a no rechazar la vara y fo­mentar la disciplina, a usar la correa contra los indisciplinados, a repro­char a los que se equivocan (Prov 3,1 2; 13,24; Si 30,l). 

El bello poema del Cantar de los Cantares exalta el amor humano, como un don de Dios, fuente de alegría, por lo que tiene que ser duradero y feliz en la entrega, como expresa la esposa (Cant 8,6-7). El amor tierno y fuerte dentro de la familia es ciertamente un bien de un valor incalculable, como es la conmovedora historia de Rut, la extranjera, modelo de amor intenso y dedicación a la madre de su marido; constituye una ayuda poderosa para superar las cri­sis más profundas y también para vencer la desesperación; desesperada fue la experiencia de Sara, una mujer tremendamente desgraciada por la muerte de sus siete maridos, muertos todos ellos la primera noche de bodas, antes de haber cumplido con su matrimonio.

En el Nuevo Testamento, Cristo, revelador de la voluntad del Padre, nacido entre los hombres en el seno de una sana familia, en su cometido de salvar al mundo, sitúa el matrimonio en el ámbito del proyecto original de Dios. En el episodio de las bodas de Caná, Jesús es bendición y ayuda material a los esposos y, allí, realiza su primer milagro. En su vida pública, manifiesta amor e interés por la familia; es conmovedora su amistad con Lázaro y las hermanas. No duda en acercarse a la muerte de la hija de Jairo. Presenta las lágrimas del padre que ve volver al hijo pródigo arrepentido y compungido. Ama y ora por los niños y hasta reprende a quienes intentan separarlos de Él; e, incluso, los pone como ejemplo, para el que quiera entrar en el Reino (Mc 10,13-16). Sin embargo, Jesucristo no hace de la familia un absoluto; quiere que esté abierta a exigencias superiores; hay ocasiones en que exhorta a abandonarla, pues se halla subordinada siempre a la voluntad divina (Mc 3,31-35 y par.). Con ello, asienta las premisas de una opción de vida distinta al matrimonio.

San Pablo, ante el problema planteado en Corinto, reafirma la dignidad del matrimonio y recuerda sus derechos y deberes observados en la felicidad y la indisolubilidad (1 Cor 1-10). En un caso especial verificado también entre los corintios, San Pablo admite, previendo los posibles riesgos de la situación, que se pueden separar a iniciativa del cónyuge no cristiano (1Cor 7,15-16). Se trata del privilegio paulino, todavía vigente en el derecho canónico (can. 1143). 

Es, en la epístola a los Efesios, en la que el Apóstol ofrece su teología más profunda sobre el matrimonio: Respetaos una a otros por fidelidad a Cristo. (…) Este es un gran misterio que yo aplico a Cristo y a su Iglesia (Ef 5,21-33; Col 3,18-19; 1 Pe 3,1-8). Y se dirige, a continuación, a todos los miembros de la familia: Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor, pues es de justicia… Padres, no exasperéis a vuestros hijos… Esclavos, obedeced al amo… Amos, haced… (Ef 6,1-9).

La valoración de la familia, para su desarrollo armonioso en el amor, exponiendo una verdadera catequesis familiar, se la explica a Tito y le pide que exija una conducta íntegra a los componentes del núcleo familiar (Tit 2,1-9). Y no se olvida de nadie. Su preocupación pastoral mira hacia las viudas, objeto de su atención por la precariedad de su vida, llena de necesidad y de peligros, especialmente las jóvenes (1 Tim 5,4-15).

La verdadera familia se fundamenta en oír la palabra de Dios y cumplirla en la práctica del día a día. La familia ha de fundamentar la unión, huir de estorbos y desvíos, prever los peligros y rupturas; y poner amor, donde no haya amor, en la entrega diaria.

El matrimonio tiene sus raíces en la creación. “Desde el principio, el Creador los hizo macho y hembra y dijo: ‘Por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne’. De forma que ya no son dos sino uno solo” (Mt 19,4). 

Las actuales tendencias económicas, socio-psicológicas y civiles originan fuertes perturbaciones para la familia. Nuestra respuesta será la de S. J. Crisóstomo: “No me cites leyes que han sido dictadas por los de fuera…Dios no nos juzgará en el día del juicio por aquellas, sino por las leyes que Él mismo ha dado”.

La familia es la célula viva del cuerpo social, si se ataca y destruye, se desmorona la sociedad y quedará expuesta a la barbarie, si se desatiende, hostiga y destruye, el orden social perece, y, con él, el hombre y el propio Estado. La familia es el núcleo primario de ayuda mutua y de educación de los hijos en virtud del sacramento del matrimonio. Ya lo expresaba el Vaticano II: “Los cónyuges se ayudan mutuamente a erigir su amor fecundo y a fortalecer la educación de los hijos en la unidad, consorcio del cual procede la familia (LG 11).

La Biblia enseña el camino y provee de los resortes que le infundan unos fundamentos consistentes, inspirados en aquel aliento de amor enteramente gratuito y desinteresado, único impulso capaz de hacer el mundo más humano y menos egoísta y materialista, alejado del hedonismo, del consumismo y del relativismo que nos envuelve y atenaza.