Admoniciones

La justicia

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

El objetivo prioritario del hombre en esta vida es buscar a Dios y practicar la justicia:

"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6,33). 

"Por Él vosotros estáis en Cristo Jesús, quien de parte de Dios se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención" (1Cor 1,30). 


El Dios revelado en Jesucristo es el Dios de justicia y de amor. Se puede afirmar que todo el Antiguo Testamento versa sobre la justicia y todo el Nuevo sobre el amor.

Dios es justicia. O mejor: La justicia es Dios. En la Sagrada Escritura, las citas son muchas; tomemos alguna: Dios es justo y recto, justo y salvador (Dt 32,2; Is 45,21); cuyos caminos son la justicia misma; los justos contemplarán su rostro" (Sal 11,8).

La definición más corriente y extendida desde el derecho romano expresa que "Justicia es la voluntad de dar a cada uno lo suyo". Concepto que sustancialmente recoge luego Sto. Tomás de Aquino.

El "suyo" que corresponde a cada uno es un conjunto de derechos humanos. Justicia significa entonces reconocer y defender los derechos de cada persona. Así pues, la justicia, en sentido cristiano, es la primera exigencia de la caridad como reconocimiento de la dignidad y de los derechos del projimo. 

La palabra "justicia" corre hoy en el manejo frecuente de los avatares sociales y políticos y desgraciadamente sin fortuna y sin encontrar acomodo en el corazón humano. Se manusea casi a diario, pero no se incrusta en nuestra alma. Porque olvidamos que nuestro fin primero y único ha de ser alcanzar el Reino de Dios. Pidamos todos los días con fe: Venga a nosostros tu reino y tu justicia.

Ser justo se mide por las relaciones de comunión con Dios y con los hombres. Creer quiere decir estar pronto y dispuesto lealmente para la comunión con Yaveh, y esto es ser justo. Conocer a Dios es practicar la justicia, repitieron siempre los profetas de ayer y de hoy.

Justicia es sinónimo de lealtad, de fidelidad, de salvación, de misericordia de Dios; es la salvación comunitaria que viene de Dios.

A la vista de un mundo tan injusto y miserable, no podemos caer en la desesperación. Muy al contrario, el cristiano tiene el deber de confiar ciegamente en Dios y como el niño que no entiende, pero se fía de su padre: Él sabe el porqué, el cómo y el cuándo, ponerse enteramente en las manos de su Padre y rezar con el salmista: "Por tu justicia, oh Señor, líbrame, rescátame, sálvame gritan los oprimidos y desvalidos" (Sal 71,2). Y, con una esperanza sin límites ponerse a trabajar para implantar la justicia en todos sus actos. Es urgente rodear las conciencias y marcar el corazón del hombre con el sello de la justicia. Si tal renovación se logra, el mundo entero habrá experimentado un viraje radical.

Hemos de rezar e implorar insistentemente porque venga ya a nosotros el Reino de justicia y de paz, pidámoslo todos los días con fe. "Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá. Pedid y recibiréis (Jn 16,23). Y seguro que llegará a implantarse un día en la tierra; será el reino de la "utopía", como dice E. Martín Nieto. Es una justicia aplazada hasta ese momento que sólo Dios conoce, pero llegará, se implantará un día el "Reino de Dios y su justicia".