Admoniciones

La puerta del Reino

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

En el Evangelio de S. Juan leemos:

"En verdad, en verdad os digo que quien no entra por la puerta al redil es un ladrón... Yo soy la puerta de las ovejas, el que entra por mí se salvará... Yo vine para que tengan vida y la tengan abundante… Yo soy el buen pastor; y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí …; yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás" (Jn 10,1-30).

Es como vemos la parábola del buen pastor. Parábola de extraordinaria belleza en su aspecto formal y literario y al mismo tiempo en su hondo contenido.

El redil es el reino de Dios, las ovejas, todos los hombres que somos llamados, que recibimos la vocación para seguirlo a Él y entrar con Él y por Él en el Reino. Cristo es la puerta por la que sólo podemos entrar. Las ovejas entran por la puerta, los ladrones saltan la valla o escalan la tapia. Y el que entra por mí se salvará.

La salvación consiste, pues, en pertenecer a su rebaño, en agruparse y marchar tras el Buen Pastor. Porque Él ha venido para que sus ovejas tengan vida y ésta abundante; y las que, apacentadas en sus pactos, entren por la puerta se salvaran y tendrán la vida eterna.

Y Cristo nos conoce a cada uno por nuestro nombre: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Esta es la cuestión. Nosotros sabemos dónde está la puerta, conocemos al pastor? "Y ellas conocen su voz". En este conocimiento mutuo estriba la salvación: Las conozco y ellas me conocen y les doy la vida eterna y no perecerán jamás.

Conozcamos al Buen Pastor, profundicemos cada día más en su manera de ser, identifiquemos su figura, sus obras, sus palabras. Conocerlo es rozarse con Él en los sacramentos, hablar con Él frecuentemente en la oración, observar sus gestos, su carácter, sus obras. Ello es muy sencillo. Leamos y meditemos a diario el Evangelio. Así conoceremos su voz, sus silbos amorosos, para seguirlo de cerca y sin descarriarnos entrar por y con Él en el redil y no perecer jamás. 

Así, dice Lope de Vega:



"Pastor que con tus silbos amorosos

me despertaste del profundo sueño;

tú que hiciste cayado de ese leño

en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos

pues te confieso por mi amor y dueño

y la palabra de seguirte empeño

tus dulces silbos y tus pies hermosos.



Amigos, hermanos sigamos su voz