Admoniciones

La Ascensión

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

Pasado el tiempo necesario para la fundamentación de la fe y la preparación de los Apóstoles, Jesús ascendió al cielo, así se cuenta en los Hechos de los Apóstoles:

"…recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalem y hasta los confines del mundo. Cuando les dijo esto, lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de su vista. Y como se quedasen mirando atentamente al cielo mientras Él se iba, se les aparecieron dos varones con vestidos blancos, que les dijeron: Varones galileos, ¿a qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que os ha sido arrebatado al cielo, vendrá así tal como lo habéis visto irse al cielo" (He 1,4-11).

En fechas señaladas, la Iglesia celebra la fiesta, día grande de la ascensión del Señor. Después de su Pasión se presentó vivo a sus Apóstoles durante cuarenta días, en que los instruyó en las cosas del Reino de Dios. Estos cuarenta días tienen una gran importancia: Jesús demuestra la realidad de su resurrección con sus apariciones –sólo San Lucas aporta este detalle-, en las que les habló de la doctrina evangélica y de su expansión por la toda la tierra. Enseñanzas estas referentes a la Iglesia que no fueron escritas, sino trasmitidas únicamente por la Tradición (cf. Col 2,8; 2 Tes 2,15; 2Tim 3,14: 2 Jn 12).

Cristo prepara y enseña a los Apóstoles su ministerio sacerdotal: "Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito que el Cristo sufriera y resucitase de entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la penitencia y la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalem" (Lc 24,45-47); y desbroza el terreno para convertirlos en pescadores de hombres: "Sabed que yo os envío la Promesa de mi Padre". Así, los pone en disposición de recibir el bautismo en el Espíritu Santo: "Dentro de pocos días recibiréis la fuerza del Espíritu Santo".

De este modo, Jesucristo instituye la Iglesia, los Sacramentos, y su doctrina; y muestra luego la universalidad del Evangelio y de los mandamientos de que están dirigidos a todo el mundo y a todas las épocas. De ahí que en veinte siglos, siga vivo y en expansión. No ha habido ni hay ninguna otra institución, ni reino, ni imperio, nación o democracia que haya durado o dure tanto tiempo incólume. Y es que gozamos de la fuerza del Espíritu Santo y de la presencia real de Cristo: "Yo estaré con vosotros hasta el final de los días". Y a S. Pedro: "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella". Y así es y así lo comprobamos Él está aquí entre nosotros, en su palabra, la Biblia, y en cuerpo, la Eucaristía, en el amor de los hombres-hermanos y en su providencia tutelar que nos envuelve. Hemos de ser testigos de su doctrina evangélica.

Hermanos, mostremos al mundo el testimonio del amor de Jesús.