Admoniciones

Carta-Sermón a los Hebreos y el cristiano

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

El punto capital del Sermón “que tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (8,1) “que es mediador” (8,6), y “es el mediador, a fin de que, interviniendo su muerte para redimir las transgresiones cometidas, los llamados reciban la herencia eterna prometida” (9, 15). 

Expresa nuestro predicador su argumento nuclear del protagonismo de Dios en la historia, por su acción en Cristo que lo constituye sumo sacerdote perfecto, mediador para los hombres que están llamados, esto es, que han recibido la vocación divina de llegar a ser hijos de Dios por el ministerio de Cristo que ofrece su sacrificio único, realizado una sola vez para siempre. Sacrificio en el que ofrenda su propia vida, cumpliendo la voluntad del Padre, hasta la muerte y esta de cruz, para que todos seamos santificados “porque esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Tes 4,3; Ef 1,4) “y que como elegidos de Dios, santos, se revistan de entrañas de misericordia, de humildad y de paciencia” Col 3,12), y coherederos recibamos la herencia eterna de los bienes venideros. 

La condición-situación “ontológica” del creyente, su ser en el mundo, su condición existencial conlleva unas exigencias aún vigentes en la actualidad. El cristiano que vive hoy en un mundo materialista, hedonista, laicista, amparado en los avances tecnológicos, en el capitalismo y el consumismo y cobijado por falsas filosofías y pseudoreligiones, ha de meditar profundamente en la honda doctrina de este texto. Es preciso afirmar y afianzar cada día nuestra fe, esperanza y caridad porque “envueltos como estamos en una gran nube de maldad, debemos liberarnos de todo aquello que es un peso para nosotros y del pecado que fácilmente seduce y correr con perseverancia en la prueba con la mirada en Jesús autor y consumador de la fe” (Heb 12,1) Y como Cristo vencer la ignominia y la concepción mundana: “en el mundo tendréis tribulaciones; pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn16,33), y así, coger y soportar la cruz pues “si alguno quiere venir en pos de mí, niégese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). 

Y por otra parte, el creyente debe ser fermento e infundir y propagar en todas direcciones su fe con su ejemplo diario “nadie enciende una lámpara y la oculta bajo una vasija” (Lc 8, 16) y la palabra de Jesús: “fueron y recorrieron las aldeas anunciando la buena nueva” (Lc 9,6) La adhesión a Cristo, mediador y consumador de nuestra fe, nos da la posibilidad de unirnos a su sacrificio y transformar por él nuestra existencia y la de nuestros hermanos. Con nuestra fe hemos de ser la luz necesaria para apartarnos y separar a los demás de los reclamos mundanos y de todo lo profano y emprender el camino de santificación. Camino que comienza por acoger la gracia de Dios y avanzar en la esperanza y en la paciencia con los hermanos para, juntos, responsables unos de otros, implantar la justicia y la caridad en el corazón de los hombres.