Admoniciones

La multiplicación de los panes (Jn 6)

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

La multiplicación apunta a la Eucaristía: comunión, sacrificio. Claros rasgos tipológicos orientados a la Eucaristía. Al anochecer, elevó los ojos al cielo, dio gracias (los judíos antes de la comida pronunciaban una bendición) lo partió y se lo dio a sus discípulos. El símbolo se patentiza, es signo de la última cena; el banquete del reino; todos comen del mismo pan, hay aquí un entronque con el Éxodo. Y saciados, lo quieren hacer rey, pero Él rehuye, su mesianismo no es material ni aquella su hora.

"Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, no tendrá ya más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed..." (v. 35): 

Jesucristo es el pan de vida. Pan que Él nos ha dejado en el Sagrario. La Eucaristía es signo de unidad y el alimento necesario. Dos caminos tenemos para adquirir este pan esencial de nuestra vida; Comulgar y leer el Evangelio. En la hostia consagrada y en la palabra cálida de Cristo, está Él. 

Es preciso tener fe con entrega firme en Jesús de Nazaret. Hay que creer, porque el que tiene la fe y la esperanza en el Señor, "no padecerá hambre ni sed, no le alcanzará ni el viento árido ni el sol" (Is 49,10); y "el que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él" (v. 56). A la samaritana le dice: "el que beba del agua que yo le diere, no tendrá sed jamás; más aún, el agua que yo le daré será un manantial que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).

Evoca también el banquete de la Sabiduría. Es Cristo la Eterna Sabiduría y Vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida; hay que estar y vivir en Él; nutriéndose de su carne y de su sangre, no se tendrá verdadera hambre ni sed. El agua de la gracia es fuente de buenas obras y Cristo exige que se dé "mucho fruto" (Jn 15,8). El que cree en Él, con una fe actual y operante, tiene la vida eterna y será resucitado para vivir en y con Él. El designio del Padre es que todo acto salvífico pase por Cristo. Esta fe en Cristo da la vida eterna.

El pan verdadero es el que desciende del cielo y da la vida al mundo: Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo, quien come de él, no muere (v. 48) Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguien come de este pan, vivirá eternamente (v.51). En verdad, en verdad, os digo que, si no comiereis la carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros (v.53). Procuraos, no el alimento perecedero, sino el que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da (v,27). Y así no se morirá en el espíritu, ni eternamente en el cuerpo, porque este pan postula la propia resurrección corporal. Se define por su misma naturaleza viviente: tiene en sí mismo la vida (Jn 5,26). En el principio ya estaba la vida, era la vida que comunica a los hombres. Y, así pues, vivifica al que lo recibe.

En el Calvario, la carne de Cristo -encarnado- es entregada a la muerte para provecho de la vida del mundo. Entrega su cuerpo y sangre en sacrificio eucarístico. La carne de los sacrificios se comía y, al comerla, se participaba en el sacrificio: es este el valor sacrificial de la Eucaristía..

Es su enseñanza trascendental: la realidad eucarística del cuerpo y sangre de Cristo proporciona el medio de participar en el sacrificio de Cristo que está y se renueva en el banquete sacrificial eucarístico, pues "mi cuerpo es comida verdadera y mi sangre bebida verdadera". Hay una relación estrecha e íntima entre alma y pan; el alma es poseída por la fuerza del alimento eucarístico. 

Estamos invitados, vayamos presurosos a la divina mesa de la Vida en Jesucristo.