Admoniciones

No te vas

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

'Me voy y vuelvo a vosotros' (Jn 14,28).

María Magdalena no fue una pecadora, sino mujer virtuosa y un modelo de perfección. El evangelista Juan (20,1-18) reelaboró la tradición de la Magdalena en el sentido de su “teología de la exaltación”. Al rayar el alba, María se dirige hacia al sepulcro: vino muy de madrugada al monumento (Jn 20,1-2). "María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando y vio a los ángeles, quienes le preguntan por dos veces: Mujer, ¿por qué lloras? Se presentan aquí dos planos de una misma realidad: la del nivel natural en que es lógico el llanto ante una tumba; y la sobrenatural, ¿cómo es posible llorar ante la resurrección? El “por qué lloras” sugiere que no hay motivos de llanto. Es, en definitiva, vivir el pentecostés personal para saltar desde los lienzos tirados por el suelo hasta las cumbres de la Resurrección de Cristo, entendiendo la Escritura según la cual Él debía resucitar de entre los muertos (Jn 20,9).

¡Rabbuní! María está completamente sola. Y, al poco, volviéndose, allí de pie, muy cerca, tiene al mismo Jesús, que confunde con el hortelano, sin que Él portara tal apariencia y del modo más natural e ingenuo, llevada por su obsesión, le dice que, si él se lo ha llevado, le diga adónde lo ha puesto, para ella ir a recogerlo. Es entonces cuando oye pronunciar: ¡María! La emisión de su nombre evoca tono y timbre conocidos. Identifica recuerdos. Reconoce a su amigo. Hubo, en esas sílabas, resonancias dulces e íntimas, había sentimientos y añoranzas en aquella voz conocida y familiar. Ella se volvió y, extasiada en la realidad triunfante, exclamó: ¡Rabbuní! Es su expresión de emoción, de gozo y de reconocimiento. El Señor sólo pronuncia su nombre: ¡María! y ella, sólo, responde también con una palabra en arameo: ¡Rabbuní!, que significa ¡Mi maestro amado!, ¡Mi querido Rabí! Lo normal era usar rabbí, pero más respetuoso es rabbuní. Las dos palabras pronunciadas ¡María!, ¡Rabbuní! del encuentro, evocan el lirismo simbólico del Cantar de los Cantares: "Cuando encontré al amado de mi corazón, lo abracé y no lo he de soltar" (Cant 3,2-4). Y los versos del “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz: ¿Adónde te escondiste, Amado, y me dexaste con gemido? La Magdalena, en su emoción, abraza al Señor. Abrazo en el que es muy posible ver el entronque del matrimonio espiritual, la fusión mística del alma en el enlace con el amado que es el último peldaño en el camino de perfección hacia la unión con Dios; es una transformación total en el Amado. “Suéltame; anda y di a mis hermanos... (Jn 20,16-18). La Magdalena encontró a Jesús y se abrazó a él y ya ni quería ni podía soltarlo: "y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces pechos del amado".