Admoniciones

No entendieron

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

"Todo está cumplido, e inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn 19,30).

Conducida por Judas, llegó, a Getsemaní, una "gran turba armada", por orden del Sanedrín y los sacerdotes y, a la señal del beso, prendió a Jesús. Roma solía respetar la legalidad de los poderes locales. Al usar Pedro la espada, le dice Jesús: ¿Vas a impedir que beba el cáliz de mi Padre? San Juan apunta que Jesús sabe claramente a dónde va, domina la situación con plena potestad sobre su muerte. Es la pasión del Hijo de Dios Encarnado. Cristo en la cruz no es el vencido, es el triunfador; actúa con absoluta libertad y destaca la iniciativa en su entrega; esta es "su hora", la hora de la Redención.

Tras el proceso y la flagelación, lo llevaron a la cruz. Le clavaron los clavos y lo pusieron entre dos ladrones. Y los que pasaban se mofaban y lo insultaban, lo injuriaban los escribas y lo ancianos y lo ultrajaban el ladrón y los soldados. Desde la hora sexta (las doce) se extendieron las tinieblas hasta la hora nona. En los profetas las tinieblas aparecen como signos de la divinidad, aquí señalan el deicidio horrendo que comete Israel.

Cristo sintió sed; tras los duros tormentos y la fiebre, la deshidratación sería calcinante. Esta sed muestra que su muerte era verdadera, no ilusoria. Jesús acepta y padece esta intensa sed de satisfacer la voluntad del Padre y donar al hombre su "agua viva", que calma la sed para siempre. El Salmo, "en mi sed me dieron a beber vinagre" (69,22), es mesiánico.

A la hora nona, dio un gran grito: ¡Dios mío, ¿por qué me has abandonado?! Son palabras del Salmo mesiánico 22,2; es la agonía y la terrible angustia que sintió en Getsemaní, se cumple así otra vez la profecía. El soldado le acercó la esponja y, al gustarla, exclamó: "todo está consumado" e inclinando la cabeza, entregó su espíritu (Jn 19,30). Los designios salvíficos del Padre se han cumplido y, también, las Escrituras; su misión se completó. Pero, nadie le quita la vida, era Jesús quien la da en ofrenda (Jn 10,17). Se rasgó el velo del templo; tembló la tierra y resucitaron los muertos; son elementos que muestran la grandeza de Dios y la victoria de Cristo sobre la muerte. Y había que enterrarlo, los cuerpos, según la ley judía, no podían permanecer durante la noche; Josefo dice que, en su tiempo, esta era la costumbre. Concedido el permiso lo llevaron a un sepulcro nuevo y lo envolvieron en una "sidonia", sábana, y un sudario con aromas. Su muerte nos da la vida de hijos por Cristo (Rm 6,16).

Ante las siete palabras y el temblor de lo sucedido, temieron y viendo la majestad y el perdón de Jesús, el centurión y los soldados exclamaron: "Verdaderamente este era Hijo de Dios" (Mt 27,54).