Admoniciones

Expió

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Plugo a Yahvé destrozarlo con padecimientos (Is 53,10). 

Habiendo proclamado e inaugurado la presencia del reino de Dios, esto es, el poder amoroso y salvífico del Padre, llegó su "hora". Es la hora en que debe cumplirse todo lo que está escrito sobre Jesucristo.

Acabada la cena, se dirigió a Getsemaní; se retiró a orar: "Padre, si quieres aleja de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Entró en agonía y, en la angustia, sudaba sangre que corría hasta el suelo (Lc 22,39-45). También, en la cruz, Cristo manifiesta su angustia: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). Jesús el Siervo de dolores, siente terror y abandono ante la pasión, pero se somete, acepta la voluntad de Dios sin protestar, sin replicar: "no abre su boca", camina como cordero llevado al matadero". Este símil dio lugar a aplicar el "Cordero de Dios" a Jesús, sometido sin queja alguna al escarnio de la cruz; será el Cordero de la Nueva Pascua. El Siervo fue injustamente condenado a muerte sin tener ningún defensor de su causa judicial. Y, para mayor ultraje, fue conducido entre impíos y malhechores, con lo que Jesús cumple literalmente el oráculo del profeta. En vida fue despreciado y en su muerte ultrajado; sólo, después, se reconoce su labor magnífica y el valor de su misión insondable. Su dolor y pasión son la expresión de la voluntad de Dios que lo escoge para expiar la transgresión de la humanidad en su reconciliación con el Creador. Y, por eso, Dios lo bendecirá y le dará el triunfo "que prolongará sus días" y la de los reconciliados con Dios; y, por su intervención, se cumplirán los designios divinos, esto es, la salvación y la justificación de los hombres. Cristo, dice San Pablo, se hizo pecado para expiar nuestros pecados (2 Cor 5,21). Tras las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado; se le darán multitudes por herencia, gente que será su botín por haberse entregado en oblación, y se saciará al conocer que son la recompensa de su sacrificio, pues el Siervo justificará a muchos.

Jesucristo da sentido y ofrece una finalidad a la vida mortal del hombre, garantiza un éxito final victorioso y lo libera de la angustia y de la desesperación de tener que morir. La muerte de Jesús es un hecho único e incomparable; irrepetible, pero auténticamente humano y saludable; para San Pablo, es el acontecimiento salvífico definitivo (2 Cor 5,14; Heb 2,15).