Admoniciones

Tú solo

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 15,12)

En este modo de amar "Amaos como yo os he amado" está prácticamen­te expresada toda la doctrina sobre el amor del N.T. La historia de la salvación se resuelve en el diálogo de amor, que Dios entabla con el hombre. Dios busca al hombre y lo llama por pura gra­cia, por puro amor, nunca por sus méritos. "Dios es amor" (1 Jn 4,16). El amor eterno, indefectible y fiel de Dios, aparece en todas sus mani­festaciones históricas a favor del hombre y se presenta en un bino­mio verbal, que se traduce por amor y verdad, gracia y justicia, misericordia y fidelidad. Esta expresión de amor se manifiesta en el "vino a los suyos y se hizo carne (Jn 1,11.14) en que culmina su entrega Jesucristo. Con su venida, la humanidad entra de manera definitiva, en la era del amor, de la gracia y de la misericordia. La suprema muestra del amor de Dios reside en la encarnación de Jesucristo. 

Puesto que Dios amó primero al hombre, él tiene que amar a Dios (1 Jn 4,19). Lógicamente, este amor es de necesaria obligación en correspondencia a su amor, siempre inmerecido. Jesucristo exige el amor en justicia amorosa: el Padre nos amó y Él nos ha amado también como el Padre (Jn 15,9-10). Pues Dios es amor, los hijos de Dios deben permanecer en el amor (1 Jn 1,16). El camino de santidad y justicia cristianas han de entroncarse en el amor; el único objetivo es Cristo, pasión por Cristo, enamorarse de Cristo. El amor es el signo del lazo con Cristo. De hecho, el amor establece con Cristo unas relaciones semejantes a las que El tiene con el Padre (Jn 15,9-10); y, tam­bién, con la Trinidad Augusta se fija un enlace divino. El Padre, el Hijo y Espíritu Santo moran en el cristiano (Jn 14,15-17). Y el mutuo amor trinitario alienta misteriosamente en el corazón del hombre (Jn 17,26); tal amor ha de ratificarse con el cumplimiento de su divina voluntad (Mt 7,21). El hombre tiene marcado su deber ineludible: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12,30).

El amor fraterno se desprende como resultado consecuente y obligado de su esencia divina: "El amor es de Dios, y todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce Dios; el que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4,7-8). No cuadra ni se entiende el amor a Dios sin el amor al hombre; el mandato de Dios es taxativo: el que ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4,21); por lo tanto, es una obligación ineludible: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mc 12,31; cf. Mt 7,12). Porque "amar al prójimo vale mucho más que iodos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12,33).