Admoniciones

Quiero

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Señor, tú sabes que te quiero (Jn 21,15b)

Todas las religiones predican el amor, pero ninguna con fuerza tan grande, con tanta contundencia y frescura. El núcleo fundamental, el único punto, la única regla que hay que retener y practicar es el AMOR. “Ama y haz lo que quieras”, decía S. Agustín. Nuestro cristianismo es la religión más simple y la más concreta, porque se reduce sólo al nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros; como yo os amé, amaos mutuamente. En esto reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,34). Uno sólo, único, en él se encierra toda la ley. Comprende todos los preceptos, toda la esencia de cualquier “Constitución” del mundo y todos los tratados éticos.

Es nuevo porque nunca se había expresado con tal contundencia y reducido y centrado, en él, todo el sentido de la doctrina y de la vida. El amor es la esencia integral del cristiano. Sólo importa amar y amar con fe. La fe se activa por el amor (Gal 5,11). La novedad estriba en su triple causa: 

a) Los discípulos fueron amados primero (1 Jn 4,19); 

b) Dios manifestó su amor al mundo (Jn 3,16), 

c) Cristo es la causa eficiente, amó a los suyos hasta la muerte (Jn 13,1); el amor es signo del alma de Cristo. Sólo quien es amado y se siente amado, es capaz de amar. Es un amor de comunicación y de sacrificio. El amor mutuo debe ser manifestativo del amor que Dios tiene al hombre. 

Jesucristo nos enseñó a amar a los demás, a todos los prójimos como a uno mismo, incluso a los enemigos, a hacer el bien y prestad sin esperar remuneración (Lc 6,35), porque Dios nos ama: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio hijo" (Jn 3,16); y del mismo modo que Él nos ama: hasta dar la vida por todos, amaremos. Cristo nos amó hasta la muerte y muerte de cruz. El amor más grande es dar la vida por los demás (Jn 15,13). Y ante su manifestación todos se admiraban. “Ved cómo se aman”, decían de los primeros cristianos. Revistámonos del hombre nuevo que difunda el amor de Jesucristo y contamine de la novedad del mandato del amor a todo el mundo, a fin de que se inunde de la paz certera, de la misericordia –“tampoco yo te condeno; vete en paz y no peques más” (Jn 8,11)– y de la mansedumbre de Jesús. Con su respuesta, deja asentada la nueva ley del amor y la misericordia que rompe los moldes y las formas del puritanismo e hipocresía judios. 

Como dice el Apóstol: "Sed imitadores de Dios, como hijos muy amados. Vivid en el amor siguiendo el ejemplo de Cristo que nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio de agradable olor" (Ef 5,1-2).