Admoniciones

Postrera sombra

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Lo prendieron, lo echaron fuera
de la viña y lo mataron (Mt 21,39) 

La parábola de los viñadores homicidas es un género mixto de parábola y alegoría Mc 12, 1-12). Los pontífices y los fariseos, comprendiendo que se refería a ellos, querían prenderlo, pero temían a la gente. Los elementos alegóricos están muy claros: El dueño es Dios y la viña, Israel, símbolo característico en los profetas (Is 5,1-7). Los viñadores son los dirigentes espirituales de Israel y los siervos enviados son los profetas. El fruto que van a recoger es la renta religiosa y moral de un pueblo que había de fructificar progresivamente en la recepción del Mesías. El sucesivo envío de mensajeros representa la paciencia de Dios. La deliberación de mandar, "por último" a su hijo se concretiza en que es el "heredero", esto es, de las promesas mesiánicas (Rm 4,13.14; 8,17; Heb 1,2).

Los viñadores, autoridades y pueblo connivente judíos, deciden su muerte y "echándolo fuera de la viña", lo mataron, Y, en efecto, acordaron la muerte de Jesús y murió fuera de la ciudad Estos malhechores fueron despedidos, cumpliéndose trágicamente la profecía de Cristo, a raíz de los hechos históricos en que Vespasiano castigó a Palestina que culminan con la destrucción de Jerusalén, por Tito, el año 70. Y hubo más; se arrendó a otros labradores honrados y productivos. El Israel étnico dejó de ser el receptor de la revelación que se transmitió al Nuevo Israel (Gal 6,16), la Iglesia.

La cita de la Escritura sobre la piedra angular procede del Salmo 118, 22. Es un cántico de triunfo en alabanza a Dios por las victorias israelitas sobre sus invasores; el Israel oprimido por los gentiles llegó a ser "piedra angular" por la gracia divina a fin de sustentar la esperanza mesiánica. Al aplicárselo Jesucristo a sí mismo, muestra que el mesianismo está en Él, fundamento y cimiento de la edificación mesiánica; quienes la rechazan, perecerán despedazados. Hay aquí también una alusión a la resurrección de Cristo, razón esencial en la Iglesia primitiva (He 4,11). 

El pueblo que oía a Jesús y presenciaba sus milagros lo quería y lo reconocía como profeta y maestro; por temor al pueblo "lo dejaron y se marcharon". Pero, al fin, lo cogieron y lo mataron. Murió en la cruz y resucitó, con lo que se ha destruido el poder de la muerte (1Cor 15,26). El que se niega obstinadamente en no dar fruto y se empeña en no reconocer al Hijo, se estrellará. El que está unido a Cristo, da mucho fruto; "sin mí, nada podéis hacer"; el sarmiento seco va al fuego (Jn 15,5-6).