Admoniciones

Sed de Dios

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

"Como la cierva anhela las corrientes de las aguas,

                        así mi alma te anhela a ti, mi Dios.

                        Tiene mi alma sed de Dios, del Dios viviente.

¿Cuándo podré ir a ver de Dios el rostro?".  (Sal 42,1-3)

 

Oh Dios, Tú eres mi Dios,

Te busco ansioso,

tiene mi alma sed de Ti...  (Sal 63, 2)

 

            Estos bellísimos versos del salmista invitan a meditar serenamente en las Sagradas Palabras del Señor. La comparación del alma sedienta de Dios con una cierva que anhela las cristalinas aguas de los arroyuelos empinados nos trae resonancias de gran hondura poética. Evoca la frescura de la pradera y el colorido de multitud de florecillas que juguetean con el viento, mientras trotan las manadas de ciervos impelidos a calmar su sed.

            "Mi alma te anhela a ti mi Dios". Este anhelo es propio del enamorado. "Vivo sin vivir en mí", exclama S. Juan de la Cruz. Los enamorados viven fuera de sí viviendo en el amado, su único deseo es estar junto a su amado, su pensamiento constante, su obsesión imperante es el amado.

            Esta locura de amor a Dios es la enfermedad que con su contagio ha de envolver al mundo. Este mundo hoy aterido, famélico y aquejado por el odio, la violencia y el egoísmo ha de ser incendiado por el fuego del amor de Jesucristo y, de sus pavesas, resurgirá nuevo a la Caridad que Él trajo: Amaos unos a otros, como yo os he amado (Jn 15,12). El amor más grande, el dar la vida por el prójimo y todo hombre. El cristiano, loco de amor a Dios ha de ser el fuego incendiario, el fermento, la medicina de salvación. Enamorémonos de Dios locamente. Dejemos llenar nuestra alma de su figura, de su talante, de su hermosura y perdamos la cabeza por Él:

 

                        "Mil gracias derramando

                        pasó por estos sotos con presura

                        y yéndolos mirando con sola su figura

                        prendados los dejó de su hermosura.

                                                                          S. Juan de la Cruz.

 

            Este desierto caluroso que es la vida presente, el cristiano no lo puede hacer sin su Dios viviente. El cristiano tiene sed de Dios. El alma sedienta se lanza ávida al manantial de Dios y como la Samaritana le dice: Señor, dame de ese agua viva para que nunca más tenga ya sed". Mi alma tiene sed de ti, Señor, calma mi sed. Corramos a las corrientes divinas de aguas finísimas que son las páginas de la Sagrada Escritura. Aboquemos nuestros labios a sus fuentes, apaguemos nuestra sed en el estanque del Evangelio, para llenar el alma del frescor de su palabra, de su mensaje consolador.