Admoniciones

Hartos de hambre

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Y hubo gran hambre en toda la tierra (Lc 4,25). 

El hambre en la tierra se origina por la injusticia. Una gran parte de la humanidad se muere de hambre (Mt 24,7; Lc 6,3; 15,14.17) por la ambición y el lucro de unos cuantos y el mal reparto de los bienes. La solución no está en la ayuda, sino en darles el arado y el barco de pesca y abrir pozos y; en lugar de armas, déseles la caña de pescar. Jesucristo los proclama bienaventurados, porque serán hartos (Mt 5,6; Lc 6,21), y se identifica con ellos (Mt 25,35.37.42), en cambio, a los que están saciados les asegura que pasarán hambre (Lc 6,25). Jesucristo mismo padeció y murió a causa de la maldad y la soberbia (Mt 17,23: 26,4: Mc 8,31; Lc 18,33; Jn 5,18; 11,53); y muchos de sus seguidores sufrieron y murieron (Mt 24,9; Lc 21,16).

En e A.T., se censura la riqueza que es origen de injusticia y de opresión, de orgullo y de sober­bia (Prov 10,15; Sal 59,2), que conculca el derecho del hombre y excluye al prójimo (Is 5,11-13; Jer 5,27). Se sanciona a los ricos que atesoran a costa del proletario oprimido (Is 5,8; 3,14­-15).

Jesucristo no condena la posesión de las riquezas, pero advierte que son una grave dificultad para entrar en el reino de los cielos. Las malaventuranzas (Lc 6,24-26) penalizan a los ricos que descuidan a los indigentes; embebidos por sus tesoros y los lujos, se olvidan del prójimo y no ven las necesidades de los desvalidos. Es la desidia que repudia la parábola del rico avaricioso (Lc 12,16-21). Son terribles las críticas de Santiago contra los que amasan grandes sumas conculcando la ley y toda justicia humana (Sant 2,5-7; 5,1-6). San Pablo afirma: "Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro" (2 Cor 8,9).

La paz es un bien justo que está en la aspiración de todo hombre. El egoísmo y los intereses soterrados la quebrantan e impiden el desarrollo de pactos beneficiosos y duraderos. La paz es un don de Dios (Lev 26,6; Sal 29,11; Is 26,12; Rm 15,13) que abre la vida a la esperanza, a la abundancia y a la fraternidad entre los pueblos.

Jesucristo nos deja la paz; y su paz nos da (Jn 14,27), pero su paz no es la mundana, es la paz de la cruz y la resurrección, que sólo se puede obtener ­en Él (Jn 16,33), la paz que infunde el don del Espíritu Santo (Jn 20,19-23). La paz que ha de buscar y alcanzar todo creyente (Mt 5,9), como un signo de la reconciliación de Cristo entre todos los hombres (Ef 2,14-22).