Admoniciones

El ciruelo

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

El árbol se conoce por sus frutos (Lc 6,44). 

En mi niñez huele a humo quemado en las chimeneas al calor del invierno. Con las papillas de la infancia, se fragua la personalidad del adulto que va a ser. 

Dice el Evangelio que por la mañana saliendo Jesús de Betania, sintió hambre (Mc 11,12). Rasgo humano, Cristo, el Mesías vivió las mismas necesidades del hombre. Y se acercó a una higuera del camino. La higuera, la parra y el olivo son los tres árboles más celebra­dos en la Biblia. La higuera, que solía plantarse en las viñas, se da muy fácilmente con sus dos clases de fruto (Mc 13,28; Lc 21,29). Gracias a la templanza de su clima, tras las lluvias, la hierba nace por doquier en Palestina (cf. Mt 14,19; Mc 6,39; Jn 6,10). Pero tiene una vida muy corta, se seca pronto y ya sólo vale para el fuego (Mt 6,30); es símbolo de la fuga­cidad de la vida (cf. 1 Pe 1,24), y ejemplo de la confianza que el hom­bre debe tener en la providencia divina (Lc12,28-38).

Como la higuera no tenía higos, Jesús la maldijo y se secó al instante (Mt 21,19: Mc 11,13). El no encontrar los higos fuera de su tiempo y maldecir un árbol indica una acción de valor simbólico. La higuera es símbolo de Israel (Os 9,10; Mq 7,1; Jer 8,13). Yahvé la plantó en su viña, la cultivó con su revelación y sus sacrificios y con la voz de los profetas; y aún se regó y se le concedió un año más (Lc 13,6-9). Pero, Israel no reconoció a Jesús por Mesías. Sólo supo fructificar acordando y pidiendo su muerte. Y, así, vino la maldición y su ruina al cortarlo la devastación del año 70. En la parábola, la esterilidad representa la actitud infructuosa de Israel (Lc 13,6-9) y de todo aquel que hace dejación de sus funciones, que desoye las enseñanzas recibidas y la voz de su conciencia y, en fin, se cree justo y justificado, siguiendo las modas al uso, las teorías farisaicas y las tendencias de su arbitrio. 

Los árboles se conocen por su producción. El hombre bueno extrae la bondad de su corazón y el malo, la maldad (Lc 6,43. Son sentencias sapienciales que seguramente Jesús empleaba en su predicación. Eran de uso frecuente en la literatura rabínica. Quiere decir que el bien y el mal anida en el corazón humano. Limpiarlo y purificarlo con la palabra del Evangelio es bueno, justo y necesario. El alma contiene y refleja lo que el hombre es.