Admoniciones

Es firmeza

Autor: Camilo Valverde Mudarra

   

 

El que hace la voluntad de mi Padre, ese es mi hermano y mi madre (Mt 12,50).


Le dijeron que estaban fuera su madre y su familia que venían a buscarlo y Él preguntó ante este recado: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Jesús, en el contexto de lo que estaba predicando en ese momento, respondió que su familia son los que cumplen la voluntad de Dios. El Evangelio es una síntesis de las muchas cosas que diría el Señor. Entonces, no había trascripción de sus palabras. Seguramente, Él se alegró y les habló de su madre, de su abnegación, de sus virtudes y belleza. Él sabía de su aceptación decidida de la voluntad de su Padre, de cómo fue guardando todas las cosas en su corazón y de que dedicó su vida a hacer todo lo que le mandó el Señor.

Y, en ese punto, ante la referencia a estos vínculos familiares, Jesucristo aprovecha la oportunidad, para dar una gran lección: "He aquí mi madre y mis hermanos", dijo señalando a sus discípulos, luego añadió: "porque el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ese es mi hermano y mi madre" (Mt 12,50). Y les instruye, en consonancia con su predicación, que su alimento, su felicidad y su familia está compuesta por los que escuchan y hacen siempre la voluntad de Dios: Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la practican (Lc 11,28). No niega el amor a su madre ni a sus familiares; les habla de la otra familia, la cristiana, pues su amor traspasa los límites de los lazos humanos. Tiene su familia espiritual a la que ama, en el orden sobrenatural, con amor más entrañable y profundo que el amor humano con que ama a sus padres y parientes.

Así, una mujer, oyéndolo hablar un día, se acordó de su madre y exclamó: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron (Lc 11,27); la mujer grita, al modo oriental, para bendecir a su madre. La gloria de las madres son sus hijos (Pr 23,24-25; Gn 30,13; Lc 1,58), y la gloria de los hijos redunda en las madres. Tal vez sospechó que era el Mesías (Mt 12,23). El Magnificat empieza a cumplirse. Cristo, tras oírla, habla de la grandeza de la maternidad natural y llama bienaventurados a los que "oyen" la palabra de Dios y la ponen en práctica; porque, si la maternidad es gran dignidad, la palabra de Dios y su cumplimiento lleva al Reino y a su herencia.