Admoniciones

La esperanza

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

 

Simeón esperaba la consolación de Israel  (Lc 2,26).

 

La consolación de Israel, que esperaba Simeón, la vio en el Niño Jesús, que tomó en sus brazos, a la entrada del Templo: "mis ojos han visto tu salvación, luz que ilumina a las naciones" (Lc 2,30), según le había revelado el Espíritu Santo.

En la Biblia se habla de los orígenes felices del hombre y del mundo (Gn 1-2). Viviendo en esta realidad atenazante, consecuencia de una culpa original, se pone la esperanza en el retorno al Edén, que describen siempre los profetas. Se confía que, por una intervención de Dios, se produzca el acto determinante de la construcción de este mundo nuevo. La situación existencial del goce de la tierra paradisíaca está condicionado a la alianza con Dios y la fidelidad a la ley. Pero, como Israel, este pueblo no ha disfrutado de la tierra prometida porque no ha existido ningún tiempo histórico en que haya sido fiel a la alianza (Dt 8). El presente de injusticia y de miseria es la gran responsabilidad de esta humanidad adulta que ha dilapidado la felicidad a un grave coste. La esperanza es la expectación de un bien futuro. La esperanza, con el apoyo de la fe, induce a una absoluta confian­za en Dios, que, sin duda alguna, nos colmará de los dones eternos muchas veces prometidos. Su origen es el amor de Dios, que tanto amó al hombre que le dio a su Hijo; y el amor de Jesucristo, que se entregó a la muerte por la salvación. En esta realidad redentora, se apoya la esperanza indefectible de que Dios completará su obra con la salvación total, con la resurrección de los cuerpos (Jn 5,28-29; 6,39-40.54), realizada por el mismo espíritu que resucitó al Señor y cuyas primicias, o prendas seguras de glorificación, tenemos ya. Así, la esperanza  siempre activa, sustenta la constancia en las aflicciones y se hace vigilancia operante en espera de la presencia  del Señor.

Jesucristo envía su Espíritu de consolación (Jn 15,26), que nos inunda de esperanza. Tristes y desconsolados caminaban los de Emaús, perdida su esperanza (Lc 24,21), pero conocieron y reconocieron al Maestro que les devolvió el camino. Ese camino de verdad y vida en Jesucristo, "en cuyo nombre pondrán las gentes su esperanza" (Mt 12,21). La esperanza nos asiste, porque el Espíritu Santo derrama en el corazón el amor de Dios (Rm 5,5) y  florece en nuestro camino recorrido al lado de Cristo: "Todo lo puedo en  aquel que me conforta" (Flp 4,13).

La fe nos anima en la esperanza de conseguir la paz, de alcanzar el bienestar, de vivir en concordia amistosa y  de gozar una pacífica convivencia con los individuos y con los pueblos.