La Resurrección

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

La resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Cristo vive: ésta es la gran alegría de todos los cristianos. La vida pudo más que la muerte. ¡No temáis!, este fue el saludo del ángel a las mujeres que iban al sepulcro. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno que fue crucificado, “ya resucitó no está aquí”.

El Señor se aparece primero se aparece a María Magdalena ella ha vuelto al sepulcro, había sido fiel en los durísimos momentos del Calvario y su amor sigue siendo muy grande. Al ver el sepulcro abierto y vacío llora, pero unos ángeles que ella no reconoce como tales, le preguntan por qué llora. ¡Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto!

En segundo lugar, el mismo día por la tarde, hace su aparición a los discípulos cuando se dirigen a su aldea de Emaús, perdida la esperanza, porque Cristo en quién ellos habían puesto todo el sentido de su vida, ha muerto. La conversación tiene un tono entrecortado, como cuando se habla mientras se camina. Hablan de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso. Fijaos que contraste dicen que “fue”, y lo tienen al lado. Cuántas veces nosotros decimos también Jesús fue, Jesús dijo y nos olvidamos que al igual que va con los de Emaús, Jesús está vivo a nuestro lado, ahora mismo.

Después de haberse aparecido a María Magdalena, a las demás mujeres, a Pedro y a los discípulos de Emaús Jesús se aparece a los Once. “Él les dice ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”.

Ahora los Apóstoles han marchado de Jerusalén a Galilea, están junto al lago, en el mismo lugar o en otro semejante donde un día Jesús los encontró y los invitó a seguirle. Ahora han vuelto a su antigua profesión, Jesús los haya de nuevo en su tarea. Al alba se presentó Jesús en la orilla, va en busca de los suyos para fortalecerlos en la fe y en la amistad y para seguir explicándoles la gran misión que les espera. Ellos no se dan cuenta de que era Jesús, pero oyen cuando levanta la voz y les dice ¿Tenéis algo para comer?, ya Pedro al verlo de lejos dice: ¡es el Señor!

Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo testigos de la Resurrección de Jesús.

Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que Él era el mismo: pudieron hablar con El, le vieron comer, Tomás, por más incrédulo, se le volvió aparecer y tras comprobar las huellas de los clavos y de la lanza, como decía –que si nó no creía- ¡Señor mío y Dios mío! La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin limites Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso, por su incredulidad.

Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más tarde habían de creer en Él. ¿Es que pensáis –comenta San Gregorio Magno- que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y que dudase dudando palpase y palpando creyese?. No fue por casualidad, sino por disposición de Dios.

Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. El Señor le contestó a Tomás: Porque has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído. Sentencia en la qué sin duda estamos señalados nosotros –dice San Gregorio,- que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne, porque solo cree de verdad el que practica lo que cree.

San León Magno, dice que Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes, para consolar a su Madre “aunque nada aparece de esta aparición” es de lógica entender que la primera aparición sería a Ella y a solas. Estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente necesario para cumplir los tres días profetizados.

También es posible que el Señor resucitara cuando aún estaba a oscuras el día sin amanecer, para amanecer con su propia luz. “Yo soy la Luz”, había dicho Jesús a los discípulos, “Luz para el mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre”.

El tiempo Pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico sino que se hace presente en el corazón de los cristianos. Porque Cristo Vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue. No, Cristo Vive. Cristo Vive en su Iglesia. De modo especial sigue presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana., “dice San Josemaría”.

“Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré”.

La resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. San Pablo nos invita a informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras.

El Señor quiere a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto a desentenderse de los avatares del mundo, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio de que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. Pero a la gran mayoría, nos quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por tanto debemos llevar a Cristo a todos los ambientes donde nos movamos, en nuestra familia, en nuestros trabajos, con nuestros amigos en todas partes. No podemos dejar de evangelizar, no sea que algún día nos digan, como el enfermo de la piscina, “llevo 38 años y nadie me ha ayudado”.

Dicen que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran felicitar a la Virgen por su Resurrección de su Hijo. Y es lo que hacemos nosotros ahora con el rezo del Regina Coeli, que es lo que ocupa el lugar del Ángelus durante el tiempo Pascual.