El nacimiento de mi primera nieta

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

A las 3 de la madrugada suena el teléfono. El abuelo y yo pensamos: “la niña viene ya”. Me apresuro a cogerlo, era papá para decirme: “me voy con Carmen para el Hospital, está de parto”. No sé quién estaría más nervioso de los dos si el abuelo o la abuela… “Venga, a levantarnos”. Empezamos a rezar el rosario para que la Virgen ayudara a mamá para que todo saliera bien y, en cuánto amaneció nos fuimos a acompañar a papá.

El parto venía lento, cuando llegamos se llevaban a mamá a sala de partos, por supuesto papá la acompañaba, radiantes los dos de felicidad. La matrona, Adela, una casi segunda madre de mamá no se retiraba de ella. Cómo la vigilaba, cómo observaba junto al ginecólogo tus posturas, tus movimientos… para asegurarse de que tú no sufrías nada. Yo me fui a la capilla, había Misa a las 12 y asistí pidiéndole a Dios que nacieras bien. Al pie del altar –como era Navidad- había un pequeño Belén, el Niño era tan lindo, yo decía: “que mi niña se parezca a Él”. Fue larga la espera, pasó el día, pasó la tarde, los titos iban llegando uno a uno a ver a su sobrinita, pero ésta no quería salir, estaba muy calentita en el vientre de mamá. Sabía mucho esta niña y es que los Reyes Magos no llegaban hasta la madrugada y ella quiso ser nuestro regalo de Reyes.

A las 2,15h cuando los Reyes Magos estaban repartiendo los juguetes de casa en casa el Niño Jesús, ya te dio permiso para nacer. Todos esperábamos ansiosos… cuando vemos aparecer a papá anunciando que: “Judíth ha nacido”, que está perfectamente y su mamá también. En unos minutos “ la tita Adela ” viene contigo en brazos, envuelta en pañales, aún sin lavar. Todos, nos quedamos aturdidos, ¿es esta nuestra niña?, pero si parece que tiene varios meses. ¡Qué mirada a todos nos dirigiste! ¡Que cara de ángel tan hermosa tenías! Todos nos fundimos en besos y abrazos, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Pesabas 3.650 y medías 0,50. A la hora de vestirte toda la ropa te estaba pequeña.

En esos momentos ya me había convertido en abuela. Me imaginaba lo que se podía sentir, pero no, hasta que te tuve en mis brazos no lo experimenté, mi corazón latía fuerte como el de una adolescente. Me tragué las lágrimas. Aquellos minutos de temblor y de conmoción, demasiado íntimo para que lo observaran los demás. Mirando a tus padres, con la voz entrecortada y temblorosa les dije: “que criatura más preciosa”. Suavemente y con ternura te hacía la señal de la cruz del cristiano en tu frente y encomendándote a Dios le di gracias de todo corazón.

¡Eras mi primera nieta!