Pablo de Tarso

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Que persona después de leer la vida de un santo no ha reflexionado, meditado e incluso cambiado su comportamiento. Benedicto XVI ha inaugurado el pasado 28 de junio el año paulino, para celebrar los dos mil años del nacimiento del Apóstol. Quiere el Papa que conozcamos mejor su vida y su doctrina. Pablo como judío celoso de su fe y amante de sus tradiciones, no creía en Jesucristo muerto y resucitado y se dedica a perseguir con saña a la Iglesia de Dios.

Pero un día cuando el perseguidor, camino de Damasco cae del caballo y escucha una voz pregunta: ¿Qué he de hacer, Señor? El perseguidor, transformado por la gracia, recibirá la instrucción cristiana y el Bautismo por medio de un hombre llamado Ananías. Enseguida, se dedica –con la fuerza de Cristo- a darlo a conocer como lo único verdaderamente importante de su vida.

Dios llamó a San Pablo con signos muy extraordinarios, pero el Señor también llama a través de lo ordinario de cada día, viviendo la caridad con una sonrisa a quién nos cae mal, ayudando a los hermanos en lo material y espiritual. Ofreciendo un trabajo bien hecho o el dolor de una enfermedad. No olvidemos la invitación que nos hace Benedicto y tengamos muy presente al Apóstol Pablo cuando dijo a los de Corinto: “Me hice judío, para ganar a los judíos…Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos, para salvar de cualquier manera a algunos” (Cor. 9, 19-22).

Hoy más que nunca, en esta sociedad perturbada se necesitan jóvenes y menos jóvenes que anunciemos con nuestra vida que sólo Cristo es la verdadera salvación de la humanidad.