San Joaquín y Santa Ana

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Una antiquísima tradición nos ha conservado los nombres de los padres de la Virgen, que fueron dentro de su tiempo y de sus circunstancias históricas concretas, un eslabón precioso del proyecto de la salvación de la humanidad. A través de ellos nos llegó la bendición que un día prometió Dios a Abrahán y a su descendencia, pues a través de su Hija recibimos al Salvador. El Papa Juan Pablo II, en una homilía en Polonia (año 1983), nos recordaba que San Joaquín y Santa Ana son: “Una fuente constante de inspiración en la vida cotidiana, en la vida familiar y social” y nos exhortaba: “Transmitíos mutuamente de generación en generación, junto con la oración, todo el patrimonio de la vida cristiana”. Es en el hogar de los padres donde encontrarán nuestros hijos la mayor formación. Probablemente todos recordaremos los incomparables testimonios y ejemplo que nos han dado y nos siguen dando, -los que aún tenemos la suerte de tenerlos-. Por eso, nosotros a la vez debemos tener el grato deber de conservar y transmitir ese patrimonio, ahora a nuestros hijos.

Ahora en esta sociedad, cuando los ataques contra la familia cada vez son mayores, debemos guardar con fortaleza ese patrimonio recibido, y que hemos procurado enriquecer con el ejercicio de las virtudes humanas. Debemos hacer presente a Dios en nuestros hogares en pequeñas costumbres de siempre: la bendición de la mesa, rezar con los niños más pequeños las oraciones de la noche, rezar por los difuntos alguna oración breve, por las intenciones del Papa…No es necesario que sean numerosas las prácticas de piedad en la familia, pero sería poco coherente que no realizásemos ninguna, cuando profesamos nuestra fe, como creyentes.

Siempre se ha dicho: que los padres que rezamos con nuestros hijos les resulta más fácil encontrar el camino que lleva hasta su corazón.