Pinocho

Autor: Adolfo Güémez

Fuente: Buenas Noticias

 

Hace sólo unas horas, al encender la televisión en uno de esos días en que uno está medio aburrido, vi una entrevista que me llegó al corazón. El entrevistado -protagonista de la nueva película de Pinocho- decía cosas muy sensatas.  

            El conductor le preguntó qué quería lograr con su película. En ese momento el actor se llenó de luz y dijo algo así: «A mí me bastaría que cuando la gente vuelva del cine, llegue a su casa con ganas de ser feliz. Que aunque se dé cuenta que la vida es a veces dura o cargada de problemas, haga una decisión de buscar locamente la felicidad». Lo dijo sin presunción y sin aires de importancia. Con la sencillez de un amigo que da un consejo. Además, hablaba con alegría y entusiasmo. En fin, transmitió su mensaje con corazón caliente.  

Y no me disgustó que relacionara a  Pinocho con la felicidad. Pues creo que de esta obra literaria, como de tantas otras, podemos aprender muchas lecciones.  

Una, que la felicidad no se entrega por servicio a domicilio. Ella se debe buscar con constancia. De otro modo, no se puede ser feliz. Suena obvio, pero a veces creemos que se nos debe dar en bandeja de plata. O, cuando menos, que nos debe llegar después de un pequeño esfuerzo, así como basta una llamada para que nos traigan una pizza a nuestra casa. ¡Nada más falso! La lucha por la felicidad no es sólo de unos momentos, no se basa en empujones más o menos fervorosos. Ni siquiera se mide por meses, ni pertenece exclusivamente a la juventud. Ella es una aventura que acompaña al hombre por todo el camino de su vida.  

También aprendemos que el hombre feliz es el que, corazón en mano, se decide a fondo por ser hombre, por ser fiel a sí mismo. A Pinocho, mientras más mentía, más le crecía la nariz. Y, cuando huyó de sus deberes, comenzó a convertirse en burro.  

Sí, es una alegoría, pero lo que le sucede al hombre no está muy lejos de esta historia. Si miente o rehuye su responsabilidad deja de ser él mismo, se deforma o se parte en dos. Como tierra seca se resquebraja y nunca llega a ser hombre del todo. Tiene grietas por todas partes, queda vacío, incompleto. Sucede como cuando vemos un cuadro a medio pintar: sí, puede llegar a ser bello, pero ahora es sólo eso, una obra sin terminar. Tiene figuras más o menos delineadas y una combinación de colores que pueden ser llamativos, pero, al fin y al cabo, está incompleto y, en este sentido, vacío.  

Otra lección es que, como decía León Tolstoi, la “felicidad no es hacer lo que tú quieres, sino hacer lo que debes”. Pues, ¿qué puede resultar de una vida entregada sólo a la diversión? Ella sólo producirá hombres huecos, muñecos de palo.  

En fin, me resulta curioso que a los niños les parezca obvio todo esto viendo a Pinocho. Pero que, a veces, a muchos adultos nos cueste tomar en serio el reto de ser felices. Por eso me da gusto que también por televisión se diga: «¡tú puedes ser feliz! ¡tú debes ser feliz!»