La ciudad de la alegría viaja en dos pies

Autor:  Carlos Padilla, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Yo la conocí. Yo estuve en ella. Siempre te reciben con un ramo de sonrisas y una bebida de alegría. Tu pasaporte es devolverles con entusiasmo el saludo y disponerte a ser servido. Dicen por ahí que, para evitar la sobrepoblación, han ocultado su verdadero nombre de “La ciudad de la alegría”, bajo el seudónimo de “Banco de alimentos”.

Siempre impresiona conocer una asociación que llena los estómagos, pero también el espíritu. Su dinámica es conseguir el mayor número de comida posible para así ayudar a orfanatos, asilos, conventos, seminarios y casas de asistencia. Tocan a las empresas, reciben portazos, negativas, demoras y, por fin, un “sí” . Con éste logran la mitad del objetivo, el otro lo consiguen a base de sonrisas. 

La inspiración le llegó a Don Mariano, quien ha llevado por décadas esta ciudad y la ha dispersado por toda España. El peso de sus ocho decenios no le impide cargar con la organización: él es el bastión del ánimo, el signo de la espiritualidad y el pecho que impulsa a los demás con el poder de su testimonio. A los ojos del mundo: un viejo más. En realidad: un amplificador gigante de alegría.

Pero, ¿cuánto ganan los de la ciudad de la alegría? Los bolsillos responden que nada. El corazón dice muchísimo. Quizá de ahí proviene su alegría y la profunda satisfacción. 

En los voluntarios se cumple aquello que decía Hermann Hesse: “Supe que ser amado no es nada; que amar en cambio lo es todo”. Y también aquello de: “el amor ya recompensa en sí mismo”. 

La mayoría del personal son pensionados o retirados que podrían tirarse a una cama argumentando un justo y merecido descanso. Sin embargo, se han levantado de las mesas somnolientas de los cafés y los sofás de su hogar. Y lo admirable: se alistan a tiempo completo. Uno conduce la furgoneta, otro reparte; uno carga, otro acomoda; éste lleva las cuentas, aquél administra; y todos -todos- sonríen. 

Ellos son una evidencia, un baluarte de esa estadística eterna, en donde sólo cuenta el tiempo en el que se ha amado.

¡La ciudad de la alegría no es un escaparate de la imaginación y podemos construir una alrededor de nosotros, ya que la llevamos dentro! ¡La ciudad de la alegría viaja en dos pies, en los nuestros, pero, sobre todo, en cada corazón!