Tan joven y ya madre

Autor:  Fernando Pascual, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Ana (es un pseudónimo) acaba de recibir el bautismo en una mañana de agosto de 2006. Tiene apenas siete meses, ojos verdes llenos de vida, y un deseo inmenso de observar todo lo que le rodea.

Su madre, Mónica (también es un pseudónimo), tiene apenas 16 años. Ha madurado muy rápido desde que supo que una nueva vida estaba escondida en sus entrañas, que había empezado a ser madre.

Habrá recibido mil presiones para abortar, como si con un crimen tan terrible se pudiese “arreglar el problema”. Amigos y amigas, conocidos y parientes, no habrán comprendido su decisión a favor de la vida, su deseo de defender a la hija que sólo necesitaba un poco de cariño para llegar a ver en unos meses la luz del sol, el color de las amapolas y la belleza de las sonrisas de su madre.

Mónica tuvo una suerte inmensa: el apoyo en sus padres. Porque existen otros padres que prefieren mil veces “salvar el honor” de la familia a costa de un aborto miserable, en vez de apoyar a una hija precisamente cuando más lo necesita: cuando empieza a ser madre.

Pero hay, lo decimos con esperanza, padres buenos. Que no condenan, que saben que hay errores graves, que asumen sus responsabilidades, que buscan maneras para que la nietecita y la hija estén bien atendidas, bien apoyadas, bien acompañadas durante los meses de embarazo y los días, meses y años después del parto.

¿El padre de Ana? Disfrutó de unos momentos de pasión, quizá incluso prometió ser un enamorado fiel y generoso. Ante las noticias de lo que pasaba, rompió con Mónica y no quiso saber nada ni de responsabilidades ni de la belleza de esta hija (su hija) que necesita lo que necesitamos todos al venir a la existencia: cariño, ayuda, comprensión, y, sobre todo, amor.

Mónica ama mucho a Ana. Hay que verlas juntas para descubrir que el aborto es una desgracia, mientras el amor llena al mundo de alegría esperanzada.

Ana empieza a vivir con una madre muy joven y muy buena y con unos abuelos maternos amantes de la vida. No tiene, por ahora, la sonrisa de un padre que la tome entre sus manos temblorosas.

Quizá algún día el padre se arrepienta. Quizá busque un momento para ver los ojos limpios y bien abiertos de Ana. Quizá aparezca nuevamente para pedir perdón a Mónica. Quizá incluso algún día se casen, no por “cumplir”, sino desde un amor verdadero y maduro, que no se construya sobre pasiones pasajeras ni promesas vanas, sino sobre entregas sinceras, sobre el darse que implica buscar siempre la felicidad del otro, de la otra, de cada hijo.

Mónica ha salido de la iglesia con Ana entre sus brazos. Una lluvia de caramelos ha cerrado una ceremonia muy hermosa para la niña: ha empezado a ser hija de Dios, miembro de la Iglesia. Mónica le está dando mucho desde su cariño de madre: le está diciendo que también Dios la ama con locura.

Sí, la ama mucho. Tanto que le ha dado una madre muy buena que ahora vive días y noches para cuidar a su hijita. Tanto que tiene unos buenos abuelos. Tanto que, en el agua del bautismo, ha sentido un frescor especial que da a la vida ese sabor alegre que tiene cuando el amor vence miedos y acoge a cada hijo simplemente, sin condiciones, por venir de Dios, por ser motivo de esperanza para el mundo entero.