Un hijo anencefálico en el cielo

Autor:  Francisco Armengol, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Qué coincidencia! Al finalizar la Vigilia de Pentecostés con el Papa Benedicto XVI el pasado 3 de junio, de entre los más de 400,000 peregrinos que estaban desalojando la Plaza de San Pedro, me encontré, pegados a la pared para no ser aplastados por la multitud, a Juan Luis y a Ana con sus dos hermosos hijos de 4 y 2 años. 

Hacía casi cuatro años que no los veía. Los conocí cuando su primer hijo, Santiago, apenas tenían unos meses. Ana quedó embarazada de nuevo, pero el médico les dijo que su hijo no podría vivir, pues habían descubierto que el feto era anencefálico, es decir, carecía de cerebro y huesos del cráneo, siendo nulas sus posibilidades de supervivencia luego del parto. 

Les plantearon el dilema: o abortar (total, su hijo apenas viviría unos minutos, si no es que nacía ya muerto) o seguir con el embarazo con los riesgos que éste comportaba para la madre.

Ni un segundo de duda: seguir con el embarazo. Ellos aceptaban lo que Dios les había enviado y deseaban que el bebé, si Dios lo permitía, recibiera el bautismo apenas nacido. La gente les decía: “¡qué valor!, ¡qué heroísmo!”, pero ellos se miraban extrañados, encogiéndose de hombros, y sólo sabían responder: “Pero si no tiene nada de heroísmo, lo que hacemos es lo más normal del mundo. Dar a nuestro hijo la oportunidad de nacer y ser bautizado”.

Oraciones no faltaron por un eventual milagro (que el bebé naciera sano), pero Dios dispuso otra cosa. El bebé fue bautizado inmediatamente después de nacer, y dejó de respirar al rato.

No es posible describir con palabras la felicidad que desbordan las miradas de Juan Luis y Ana. Dios les bendijo con otro hermoso y sano bebé. Su sonrisa lo dice todo. Son una familia de cinco miembros, uno ya en el cielo, eternamente agradecido por haber tenido nos papás normales.

Fue breve mi conversación con Juan Luis y Ana en la calle, apenas unos segundos, posiblemente el mismo tiempo que ellos tuvieron a su hijo en brazos; pero me fui con su sonrisa contagiada.

¡Es que es verdad! La falta de ideales y de generosidad en las personas les hace ver como heroico lo que en realidad no lo es. La sonrisa de Juan Luis y Ana manifiesta lo contrario: cuando se ama, ningún sacrificio es extraordinario. El amor no mide su entrega.