"Milagros" en Sacramento

Autor:  Antonio Rodríguez, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Durante los últimos seis veranos, he tenido la gracia de pasar dos semanas atendiendo las necesidades espirituales de los peregrinos y parroquianos del Santuario Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, en Sacramento, California.

Por ser santuario nacional, funciona como una parroquia “extra territorial”; es decir, que su territorio no se limita a un lugar geográfico concreto de la ciudad, como cualquier otra parroquia, sino que se extiende a toda la diócesis de Sacramento. 

Los sábados, la actividad pastoral se intensifica bastante: comienza con la misa de las siete y media de la mañana y a partir de las diez de la mañana se suceden sin interrupción todo tipo de celebraciones: quince años de las niñas (en ocasiones hasta tres el mismo día), bautizos, presentaciones en el templo, bodas... El día concluye con la misa de víspera del domingo a las siete y media de la tarde. 

El domingo, la actividad es todavía más intensa, pues se celebran seis misas a lo largo del día. En cada una de ellas, la iglesia del santuario se llena hasta el tope, incluyendo el coro, la capilla del Santísimo Sacramento, e incluso el atrio. Asiste gente de todas las edades: muchos niños, jóvenes, padres, madres y abuelitos. Según mis cálculos, cada domingo acuden entre siete y ocho mil personas. 

Además, dado que es la única oportunidad que muchas personas tienen para confesarse, pues viven lejos, hay siempre dos sacerdotes para los que lo deseen. 

Las colas duran tanto como la misa y, con frecuencia, no se acaban nunca, porque los que vienen a la siguiente misa se suman a los que todavía no se confesaron durante la misa anterior. A veces, la Virgencita les dice a algunos que ya es hora de que se confiesen después de dos, tres, cinco, diez o treinta años. 

Para todos ellos suena la hora de Dios, suavemente adelantada por la santísima Virgen, como en las bodas de Caná. Hay muchas historias de hijos pródigos del siglo XXI, cargadas de miseria, de sufrimientos físicos y morales, y de la alegría del regreso. 

Estos son los ‘milagros’ que suceden cada día, cada semana y cada mes en el Santuario de la Virgen de Guadalupe en Sacramento. No son milagros vistosos, y son sólo visibles para cada persona, para Dios, la Virgen y el sacerdote, como testigo de excepción. 

¿No es un milagro que el santuario esté lleno cada misa de domingo en una época en que, al menos en algunos países, disminuye alarmantemente la asistencia de fieles a las misas dominicales? ¿No son un gran milagro estas colas semanales para confesarse en la capital del estado ‘liberal’ de California, en un mundo en que la confesión parece no estar de moda? 

La Virgen de Guadalupe sigue haciendo milagros, silenciosos e invisibles, que son los más valiosos, esplendorosos y de mayor consecuencia a los ojos de Dios. 

¿Quién se atreve a decir que Dios ya no hace milagros? Si hay algún incrédulo, que visite un fin de semana el santuario de nuestra Señora de Guadalupe en Sacramento. Le garantizo que recuperará su fe.