Todo sobre ruedas

Autor:  Jorge David García, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

En aquel jueves brumoso se precipitó la borrasca de mayo. Tomé un taxi. El chofer, César, sin despegar los labios, miraba al frente. Di el envite para barajar una conversación amena y César resultó ser de lo más afable.

A la hora de frenar tiró de una palanca. Me admiré al descubrir que sólo conducía con las manos. Sus pies reposaban inmóviles, como atrofiados. Con una pizca de disimulo y curiosidad le aseguré a César que «era un taxista muy especial».

Sin pena me contestó que así era; pues, aunque minusválido, conducía su cochecillo desde 8 años atrás. Me atolondré por un instante. Para salir al paso le felicité y estuve al filo de decirle: «Es Usted el mejor taxista minusválido que he conocido». 

Pero más bien di rienda suelta a lo que me quedaba de catecismo: Que Dios se vale aun del mismo mal para salvarnos; que obliga al mal a transformarse en bien; que hiere y da la medicina; y una retahíla de esas cosas que desfilan por nuestra boca cuando nos preconizamos «consoladores» de los dolientes.

Su voz me cortó en seco y sin sombra de altivez siguió: «Sí, Diosito sabe por qué hace las cosas. Yo no sé adónde hubiera corrido con los dos pies. Y le agradezco por ello».

Enseguida me poseyó el asombro; aquél que también sobrecogió a Jesús al oír a la mujer siro-fenicia, y al centurión. Me sentí pequeño. Su sonrisa iluminó mi catecismo. Todo aquello era verdad. Cuando Dios arrebata los pies, nos da ruedas. Cuando rompe nuestro caparazón, nos pone alas. Cuando nos embadurna las pupilas con cieno, nos quita las escamas, y vemos.

Sí, aquel día vi. El rostro de César me recuerda que la vida siempre vale la pena. Siempre.