Cuando el amor salva vidas

Autor:  Andrés Ocádiz Amador, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

“Treinta y seis” se dice tan rápido como un batir del corazón. Cuando esta cifra se transforma en años, los latidos son lentos, como suspiros, a causa de la grande espera. 

Juan y Yolanda eran dos jóvenes normales y sencillos como cualquiera. Se vieron, se conocieron y se entregaron su cariño. El 29 de noviembre de 1969, ante el sacerdote, representante de Cristo y de la Iglesia, sus vidas quedaron amalgamadas «hasta que la muerte los separe».

Dios los veía con amor y les regaló cuatro hijos. Una familia feliz y unida. Los años pasaban y los hijos crecían. Había que pagar su educación. Iniciaron, con sus propias fuerzas, una vidriería. Los negocios nunca fueron mal y el trabajo fue siempre el suficiente para llevar adelante a la familia. Estos años de trabajo produjeron una gran fusión de corazones y voluntades. Incluso los niños, inquietos y emprendedores, tomaban para sí algunos trabajos: barrer el local, repartir pedidos en bicicleta y hasta hacer de cajero suplente cuando hacía falta.

No era una familia como en los cuentos de hadas. La vida, como la montaña rusa, tenía sus altos y sus bajos. Había diferencias y dificultades, pero el amor, la comprensión y el perdón eran las columnas principales. Cuando había problemas, la solución era reunirse, hablar, perdonar y continuar con renovado cariño.

Una vez que los hijos crecieron y formaron sus propias familias, Juan y Yolanda decidieron dejar los negocios. Estando avanzados en edad, no podían seguir manteniendo los trotes del mercado y, además, tenían lo necesario para vivir el tiempo restante que Dios les tuviera preparado. Se retiraron no para disfrutar de la vida, sino para disfrutar de la mutua compañía.

En abril de 2003, Dios quiso pasar a fuego su amor. Juan sufrió un infarto. Enfermeros, camillas, ambulancias, hospitales. Todo daba vueltas, salvo Yolanda, quien permanecía junto a la cama donde reposaba Juan. Firme, con un rosario en una mano y la mano de su esposo en la otra. Apenas se percataba del paso del tiempo. Sólo rezaba y confiaba en Dios. 

Quiso Dios escuchar su plegaria. Unas semanas más tarde, Juan era dado de alta. Los hijos le abrazaron llenos de alegría. Para su esposa, un beso y un único comentario: «estoy vivo porque sabía que tú me estabas cuidando».

Hoy han pasado ya treinta y seis años desde que se prometieron amor eterno; y ese amor que salvó a Juan de un infarto, es hoy más grande que nunca. Es el amor verdadero entre un hombre y una mujer, fuente de auténticos milagros. Es este amor el que colabora con Dios en la procreación de un ser humano. Este amor es el único capaz de superar todo tipo de diferencias y de mantener irreversiblemente unidos dos corazones «hasta que la muerte los separe».