Un secuestro vivido con Dios

Autor:  Alberto Redondo, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

Hacía menos de seis horas se estaba despidiendo de su mujer y de sus siete hijos para salir al trabajo. Ahora se encontraba en un cuarto tan comprimido que no podía dar más de tres pasos en línea recta. La habitación era agobiante, angustiosa, tétrica. Carecía de ventanas, sin una posibilidad de contacto con el exterior. Había una letrina. 

Bosco estaba solo, aprisionado y arrinconado en una esquina como un animal amenazado. No había nadie que le saludara, nadie con quien hablar, nadie a quien escuchar. Estaba secuestrado en algún lugar de la República Mexicana. 

La historia de Bosco Gutiérrez es una de ésas que te llevan a aprender grandes lecciones para la propia vida. Estuvo durante nueve meses encerrado en un cuarto de uno por tres. Ya podemos imaginar lo que le costó aceptar esta nueva situación.

Apenas logró alzarse después de pasados 19 días. Era la fiesta de la independencia de México. Uno de los secuestradores le ofreció tomar lo que él quisiera. Bosco pidió un vaso de Chivas. Cuando lo recibió le vino a la mente una idea: «¿Por qué no ofreces el whiskey?». No lo pensó mucho y lo tiró por la letrina. Aunque instantes después se lamentó pensando haber hecho una gran estupidez, se dio cuenta de una realidad: los secuestradores ya no lo decidían todo. Algo había cambiado. 

Determinó, por tanto, vivir el secuestro de una manera diferente. Se puso de pie y rezó el Rosario por primera vez desde que llegó al zulo. En ese momento había logrado una de las victorias más importantes: recuperar el sentido de su vida. Aquel día significó para él un parteaguas entre un antes y un después de su estado como secuestrado.

A partir de entonces, su familia llegó a representar para él el mayor tesoro que tenía entre sus manos. Todo lo hacía con tal de poder verlos de nuevo. Durante sus “jornadas” reflexionaba en lo que él había sido hasta ese momento y en todo lo que tenía que cambiar si deseaba ser una mejor persona.

Gracias a Dios, meses después, logró escapar. Con una fe sólida y con una voluntad recia había logrado pasar la gran prueba. Y lo que era más importante, había conseguido encontrar, más que nunca, la presencia de Dios en su vida. 

Cuando volvió a ver a su familia escribió lo siguiente en un cuaderno: «Todo es providencia, nada es coincidencia. Todo es para bien y ante sus manos sólo hay ganadores y no perdedores. Dios sabe más y nosotros somos muy limitados. Dios nos pide un abandono de nuestros propios juicios. En esta lucha resumo todo mi secreto y quiero quitar cualquier mérito propio. Estoy convencido de que con Él podemos todo y que sin Él ni la más mínima cosa. Cuando no podemos más, nos carga en sus hombros para darnos la libertad. No te olvides de esto. Dios sabe más. Lucha con fe y perseverancia, es hora de responder porque de eso depende nuestra felicidad aquí y en la vida eterna...»