Una rosa que no se marchita

Autor:  Rodrigo Serrano, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

La lucha por la verdad nunca pasa de moda. Hace unos 60 años un grupo de jóvenes guiados por Alexander Schmorell, Hans y Sophie Scholl, Willi Graf y el profesor universitario Kart Huber supieron decir «¡Basta!». Armándose de valor, formaron la «Rosa Blanca», un grupo que se atrevió a desafiar nada menos que a Adolfo Hitler y a toda la ideología nazi. 

Organizaron la resistencia pacífica al gobierno nacional socialista y, durante nueves meses, en varias ciudades del sur de Alemania, escribieron y distribuyeron seis octavillas contra el régimen. 

De todo este grupo –que llegó a contar con más de una treintena de miembros– nos queda sólo un testigo: Franz Josef Müller quien actualmente tiene 81 años. Fue procesado en abril de 1943 y condenado a cinco años de prisión; le salió barata su osadía, ya que otros miembros del grupo llegaron a ser ejecutados. 

Hoy, junto a su esposa Britta, son los principales promotores de la fundación «Rosa Blanca» de Munich, visitada cada año por más de 20.000 personas. Fiel a su espíritu, Franz continúa llamando a los jóvenes a no callar y a buscar amigos que tampoco quieran hacerlo.

Con la realización de la película sobre la vida de Sophie Scholl, el mensaje que nos dejó la «Rosa Blanca» recobra una gran actualidad. La sociedad post moderna de hoy –como a algunos les gusta llamarla– nos ofrece a diario una dosis fuerte de sedantes psicológicos que buscan silenciar la voz interior de nuestra conciencia en su deseo por gritar ante la injusticia, la violencia, los abusos, etc. 

La indiferencia, el relativismo, la falsa tolerancia, se nos van metiendo por los poros como una especie de morfina que inhibe nuestro actuar, o a los más, nos hace dar una grito de indignación que no se queda más que en eso: un grito.

No muy lejos de aquellos años, el P. Marcial Maciel escribía lo siguiente en una pequeña nota: «El mundo necesita y pide hombres y mujeres que conozcan su mal y sufran con él. Aquellos cuyos ojos brillen como una esmeralda húmeda a fuerza de esperanza, como las pupilas de los primerísimos cristianos que comenzaron la obra de la Iglesia después de la muerte de Cristo. Aquellos que tienen el alma puesta en el cielo y los pies sobre la tierra. Aquellos cuyos brazos llevan la cruz de sus hermanos juntamente con la suya». 

Son las minorías creativas, como lo fue la «Rosa Blanca», las que están llamadas a construir cada día una sociedad nueva, llena de vida y esperanza, en medio de la confusión y pesimismo que quieren socavar al mundo de hoy.