Corazón de Niño

Autor:  Andrés Ocádiz Amador, L.C.

Fuente: Buenas Noticias

 

 

«El cardenal de hierro». Ése, entre otros, era su apodo. Cuando fue elegido como sucesor de san Pedro, algunos medios informativos hablaban de la dureza e inflexibilidad de Ratzinger: «El camino del progreso está cerrado»; «será un Papa conservador», entre otros. 

En una gran parte del mundo se tenía el concepto de que el cardenal Ratzinger era duro, frío, anticuado y hostil a los tiempos modernos. Y como coronación de esta fama, un periódico inglés publicó, al día siguiente de la elección de Benedicto XVI, este titular: «El rotweiller de Dios».

Sin embargo, Benedicto XVI no es nada de eso. Desde el primer momento de su pontificado se mostró sencillo y humilde, cercano a su grey. Durante este año de pontificado, sus muestras de espontaneidad y alegría han sido continuas.

En el mes de octubre del año pasado, se reunió con más de 100.000 niños en la plaza de San Pedro. Respondió las preguntas que le hicieron y se arrodilló con ellos delante del Santísimo Sacramento para adorarlo. Era un niño entre los niños. A lo largo de audiencias y Angelus, ha brotado su espontaneidad con comentarios como: «¡Ah! Sois vosotros»; «¡Gritáis fuerte!»; o, alguna vez, «Se ve y se siente el fervor de los italianos».

Su sonrisa de niño pícaro, a punto de hacer una travesura, no pasa desapercibida a nadie. Esa sonrisa, tímida y sencilla a la vez, ha robado el corazón de todos los católicos. Sus ojos profundos y claros llevan a la gente a encontrarse con la paz de Dios y, posteriormente, con el Dios de la paz.

Durante el mes de diciembre, sorprendió al mundo de la prensa al salir a las audiencias con lo que, a primera vista, parecía un gorro de navidad. Este “gorro” (camauro) arrancó un aplauso alegre y eufórico a los peregrinos reunidos el 21 de diciembre de 2005 en la plaza de san Pedro. El camauro fue la sensación del invierno en el Vaticano a pesar de ser una prenda ya usada en tiempos medievales. Y es que el Papa, como el buen padre de familia del Evangelio, sabe sacar del arca las cosas nuevas y las viejas.

Y por si esto fuera poco, el 22 de diciembre de 2005, el diario L’Osservatore Romano publicaba en primera plana una fotografía bellísima: el Papa, arrodillado, contemplaba enternecido y radiante el nacimiento colocado en el palacio apostólico. Admiraba el misterio de Belén con la misma actitud reverente y humilde de los pastores. Como un niño que contempla un juguete nuevo, Benedicto XVI no despegaba los ojos del nacimiento. ¿No había dicho él mismo que «el belén construido en casa nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén»?

Como un amigo me decía hace unas semanas: «hay que reconocer que tenemos un Papa fenomenal». Un Papa padre, pastor, amigo, cercano, sencillo, hermano. Es por eso que, en una encuesta, el Papa Benedicto XVI aparecía como el personaje más popular del pasado año 2005. 

Hace poco más de dos meses, la «frialdad y fiereza» de este supuesto rotweiller tan temido nos recordaba que Deus caritas est. ¿Cerrazón? ¿Frío legalismo? ¿Intolerancia? Benedicto XVI parece, más bien, un ángel que Dios nos ha regalado en este tan complicado siglo XXI.